sábado, 18 de junio de 2011

Una realidad molesta

Pasan ya más de tres años desde el inicio de la crisis financiera y, sin ver todavía el final, creo que aunque hemos aprendido algo de sus causas, no solo desconocemos las consecuencias que va a tener, sino que nos arriesgamos a repetirla. Y todo ello porque salvo algunas excepciones, los principales culpables siguen al frente de sus empresas y continúan dispuestos a mantener su poder y una manera de hacer negocios que no tiene en cuenta ninguna ética y su único objetivo es el dinero. Y las excepciones culpables, que tienen nombres y apellidos, están en retiros dorados dejando pasar el tiempo que les queda, sin que se les moleste. No se va a juzgar a nadie por crímenes contra la humanidad, aunque sus actuaciones hayan llevado el sufrimiento a cientos de millones de personas, y la muerte a decenas de miles. Y esto seguirá sucediendo mientras que no se considere al dinero como el arma más terrible que existe, y que por lo tanto debe estar sometido al control de los estados.

Una de las peores consecuencias de esta crisis financiera es que no nos está dejando ver que agazapadas tras la montaña de paro, datos económicos y balances empresariales, se encuentran dos nuevas crisis llamando a la puerta y cuya presencia y desarrollo están cuestionando ya los doscientos últimos años de civilización. Se trata de la crisis energética y el colapso ambiental.

En cuanto a la primera, de la que se comenzó a hablar durante la crisis petrolífera de los años 70, parece que está triunfando la línea de actuación del avestruz, es decir, la que opina que a pesar del incuestionable declive del petróleo no hace falta preocuparse, ya que obtendremos la energía necesaria de otras fuentes, ya sea el carbón, el gas natural, la biomasa o la fisión nuclear. Es la suicida confianza de que nuestra tecnología puede con todo y que encontrará la solución. El otro punto de vista, el más silenciado por agorero , mantiene que cuando nuestro planeta, durante una era de condiciones climáticas y biológicas muy larga y estable, produjo y acumuló en su subsuelo unas grandes cantidades de energía finitas, y las puso a nuestra disposición, nos tocó la lotería, y es muy improbable que vuelva a hacerlo. ¿Y entonces qué haremos?

En cuanto al colapso ambiental, que se está manifestando todos los días de mil maneras distintas: cambio climático, catástrofes naturales, pérdida de la biodiversidad, envenenamiento masivo del planeta…los grandes poderes económicos, que quieren seguir pudiendo hacer sus negocios bajo el prisma del “bussiness as usual” lo ningunean y se esfuerzan en ridiculizarlo, tachando de pesimistas y catastrofistas a los que ven la realidad. No podemos seguir pensando que el crecimiento infinito es posible, sobre todo cuando los recursos no lo son. Y además, ¿qué significa mantener ese crecimiento continuo de las sociedades occidentales del bienestar?

Vayamos a la huella ecológica. A ese concepto incómodo que todos debiéramos tener presente a la hora de desarrollar cualquier actividad. La huella ecológica de una población o de un individuo se basa en el material consumido, y se estima a partir del área de los sistemas marítimos y terrestres que son necesarios para producir los recursos que dicha población consume y para asimilar el conjunto de los recursos que genera. Como el consumo refleja el nivel de ingresos, la huella ecológica per cápita nacional está muy relacionada con el PIB per cápita. Los ciudadanos de los países ricos necesitan una media global de entre 4 y 10 Ha para mantener sus estilos de vida, mientras que los habitantes de los países pobres precisan algo menos de una hectárea. Los países ricos muy poblados como Japón, Holanda o Reino Unido tienen huellas ecológicas varias veces más grandes que sus áreas productivas respectivas, lo que les hace incurrir en masivos déficits ecológicos que se compensan con los excedentes de países pobres de baja densidad de población.

El promedio de la huella ecológica de una persona es de 2,2 hectáreas, lo que resulta muy alarmante cuando comprobamos que sólo hay 1,8 hectáreas de tierra y agua por persona en nuestro planeta. Es decir, el total de la huella ecológica humana supera ya la biocapacidad global en más del 20%. Ello explica dos cosas, primero que nuestro modo de vida “desarrollado” roba recursos a los países y personas más desfavorecidos condenándolos a la indigencia y subdesarrollo, y que este modo de vida no puede extenderse de forma sostenible a todo el planeta. Y no sólo no puede extenderse, sino que la distancia entre los países ricos y los pobres es cada vez mayor. Es una gran falacia que esta economía liberal globalizadora, de la que muchos políticos , generalmente de derechas, son firmes partidarios, reduzca la desigualdad social; es más bien todo lo contrario. En estos momentos las 500 personas más ricas del mundo disfrutan de mayores ingresos que los 420 millones más pobres y en más del 80% de los países la desigualdad ha aumentado, de manera dramática, en estos últimos años de bonanza económica; lo que está generando tensiones que se traducen en revueltas sociales y grandes movimientos migratorios que pueden volverse imparables.

El sistema que tenemos se fundamenta en la necesidad de un crecimiento anual de entre el 2 y el 3%; el consumidor tiene que consumir y la publicidad está para inducirle a ello. En los últimos cincuenta años la población mundial se ha multiplicado por cuatro, el consumo de energía por 16, la pesca por 35 y la producción industrial por 40. Es una enloquecida y ciega carrera hacia delante con un claro perdedor.

Si queremos desocupar el espacio ecológico que estamos utilizando, para lograr el crecimiento del consumo en los países en desarrollo y una sostenibilidad de los recursos existentes, los países ricos deberemos reducir el consumo de energía y de bienes materiales en un 80%. ¿Podemos hacerlo? ¿Podremos conseguir que la inteligencia colectiva a largo plazo, prevalezca sobre la planificación a corto plazo derivada de los intereses de grupos pequeños? Este es el reto al que nos enfrentamos, con seguridad el mayor al que se ha enfrentado la humanidad en tiempos históricos. Y debemos superarlo porque nos va la supervivencia en ello.