Dedicado a mi amiga Pilar, que dice que en política tenemos ideas muy dispares.
El pasado 20 de noviembre los españoles concurrimos a las urnas y votamos, algunos al PSOE, otros al PP, o al PNV o a Izquierda Unida, entre otros partidos; había muchas opciones políticas, más que nunca en la historia de la democracia, pero ni yo ni nadie vimos ninguna papeleta que dijera” mercado”, ni nada que se le pareciera. ¿Por qué, entonces, tenemos que estar gobernados por lo que digan esos mercados que ni tan siquiera se han presentado a la elección? ¿Por qué tenemos que estar acosados por ellos? ¿Por qué nuestros políticos tienen que inclinar la cerviz y rendirles pleitesía?
Durante una gran parte del siglo XIX y todo el siglo XX la gran batalla en Europa y América ha sido la de la democracia. Y desde estos continentes se fue extendiendo al resto de los países del mundo. Desde la conocida declaración de los “Derechos del ciudadano” en la Francia revolucionaria, hasta la Constitución de la Unesco, hemos recorrido un largo camino con guerras, revoluciones, fracasos y triunfos, pero el modelo democrático basado, en los derechos del hombre, se fue imponiendo, poco a poco en el mundo.
Y esto fue así hasta que en la década de los ochenta, y no sé muy bien por qué –aunque ya me imagino quiénes andaban detrás-, los líderes de la época, los que contaban en aquel momento, decidieron cambiar las reglas democráticas que regían nuestros países y a nuestros políticos, por las del mercado. Y de aquella deplorable decisión, realizada a la medida de los poderes financieros mundiales, viene la situación actual. El mundo se gobierna desde entonces por una plutocracia, llámesele G8 ó G20, da lo mismo, que tan sólo vela por sus propios intereses. Y gozamos de la corrupción, las burbujas variadas, los paraísos fiscales, la especulación, la economía sumergida, la deslocalización, el éxito del “dinerazo” y la ridiculización de la ética y la moral, entre otras cosas, igualmente agradables.
No podemos continuar así, cediendo lo que nos ha costado tanto esfuerzo y sacrificio, a los aprovechados de siempre, que disfrazando sus normas con el nombre de libertad, están volviendo a esclavizar, de una forma poco sibilina, a la mayoría de los ciudadanos del mundo. La política, la que votamos todos, debe volver a gobernar a la economía y no al revés. Y los políticos, que presumen de liberales o neoliberales, que me da lo mismo, y desarrollan su gestión protegiendo los intereses del mercado, deben dejar de engañarnos, porque no sirven al pueblo, que es quien les ha votado, sirven a los intereses de esa plutocracia, que ha usurpado el poder de la democracia y gobierna en contra de ella. Algún caso tenemos estos últimos días en España; aunque claro está, siempre tuve serias dudas sobre la profundidad del sentimiento democrático de Esperanza Aguirre.
El fracaso de la opción libertad de mercado ha sido espectacular. Y no sólo porque nos ha metido en la mayor crisis económica que contempla la historia moderna del mundo, comparable, tal vez, con la que supuso la destrucción del imperio romano, sino que además está consiguiendo que la crisis se multiplique y se extienda a otros terrenos. Los valores sociales, la alimentación, el medio ambiente, la igualdad, la solidaridad, la educación…todo está siendo afectado por la podredumbre que produce el dinero.
Es preciso dar un golpe de estado contra la plutocracia que nos gobierna, y liberar a la democracia, secuestrada por el poder financiero, devolviéndosela al poder político, que nunca debió cederla.
Y para conseguirlo la receta está clara: más Europa; más UE y menos CEE. La actual deriva de la UE no tiene nada que ver con los objetivos que Europa tenía hace una década. Es preciso centrar los esfuerzos en planteamientos políticos y éticos, dejando en un segundo lugar los económicos, que parece que son los únicos que interesan a Merkel y Sarkozy.
Y en este sentido, el económico, creo que es preciso hacer dos puntualizaciones: que la Europa de los 27 debe poner en marcha los eurobonos, mal que le pese a Merkel, que goza de una excelente y barata financiación para Alemania; porque es la única manera de evitar que las crisis financieras, derivadas de los ataques a la deuda soberana de los países europeos, continúen debilitando nuestro continente y el futuro que representa. Y además, que es necesario cambiar el modelo económico que se está siguiendo para la recuperación económica, y que a la vista está, no da los resultados esperados, tan sólo más paro y más crisis. En lugar de seguir inyectando dinero a los bancos, para que éstos continúen repartiendo beneficios entre sus accionistas, pagando indecentes indemnizaciones a sus directivos y estrangulando la economía, hay que incentivar la producción industrial, generar créditos para las PYMEs y prorrogar en el tiempo la disminución del déficit público.
Con estas medidas podrá generarse empleo, y pagar así la protección social y el modelo democrático que la ética y los valores europeos defienden desde siempre, con un incremento del consumo y de los impuestos percibidos por la actividad económica.
Nada que ver todo esto con el vergonzante modelo que está proponiendo la patronal -según las declaraciones interesadas de Joan Rosell- que echada en los brazos de su dios Mercado y con la complicidad sacerdotal –lo veremos en unos días- de políticos neoliberales, quiere bajar los sueldos, incrementar los despidos, crear “mini trabajos” y mini contratos, disminuir la protección social y lograr la privatización, para beneficio de sus empresas, de las partes rentables de los servicios públicos. No auguro nada bueno para la negociación con los sindicatos.
La edad de la esclavitud pasó hace tiempo; no se puede seguir pagando a una persona con un poco más de lo que necesita para comer, ni quebrar sus esperanzas de futuro por unas deudas debidas a una actuación bancaria nefasta. Y si la deslocalización de la producción ha logrado puestos de trabajo, con esos sueldos miserables, en otros países del mundo, la solución no es la de imponer aquí sueldos similares, sino terminar con las políticas de mercado que han logrado esa deslocalización y conseguir que todos los países adopten una ética social y laboral similares. Y esta es la función de Europa y de Occidente. Ya que los problemas son globales, también las soluciones a adoptar deben ser globales, en caso contrario no funcionarán. Y para ello necesitamos a políticos de talla, verdaderos estadistas, como Schuman, de Gasperi o Adenauer, que no se dobleguen ante la tiranía de los mercados; y a sociedades vertebradas que puedan, sepan, y tengan el valor de dar ese necesario apoyo a los políticos, para que cumplan los objetivos marcados y recuperen la democracia, secuestrada por especuladores y banqueros.
En este sentido hay que considerar como muy positivo el nacimiento y desarrollo de movimientos en Europa que, como los indignados en España, representan la expresión popular en favor de sistemas de representación más plurales y de economías más justas. Buscan la consecución de una nueva sociedad que les permita dejar de ser sólo votantes, necesarios en un momento dado, para poder participar también en la toma de decisiones. Entiendo que muchas personas consideran a estos movimientos como de izquierdas y perjudiciales para los intereses reales del país, pero nada más lejos de la realidad; desde mi punto de vista pueden considerarse un fenómeno similar al de los progresistas de principios del siglo XIX, a los que se tachó de afrancesados, y que tuvieron su indeseable contrapunto en el grito de “vivan las cadenas”, expresión máxima de la tiranía absolutista, y que tanto tiene que ver con el atraso que tuvo nuestro país, respecto del resto de los países del entorno europeo.
Estos movimientos representan la vitalidad de una sociedad que se rebela ante una nueva tiranía, la de los mercados, que puede llevar, lo está haciendo, a los países y sus ciudadanos, a una nueva época de esclavitud.
De la “despreocupación por la política”, que llenaba la boca de quejas a los políticos de hace un par de años, podemos pasar a una nueva situación que, no lo ignoremos, les está preocupando mucho. Estos jóvenes representan un nuevo aire, que pone en evidencia a determinados políticos, acostumbrados a vivir de la pirueta de un momento, y a que sus vueltas y revueltas siempre produzcan beneficios en sus bolsillos.
Europa debe colocarse de nuevo en la vanguardia del pensamiento y conseguir que la política y la ética vuelvan a imponerse a la economía; y si los políticos europeos que tenemos no dan la talla o están "en el lado oscuro", habrá que buscar otros que puedan llevar adelante lo que Europa y el resto del mundo necesitan. Y para conseguirlo tendremos que exigirlo, y gritarlo.
Eduardo Lizarraga
15 de diciembre de 2011
Blog de opinión política y relatos más o menos cortos. La sostenibilidad y el medio ambiente también tendrán su espacio. Te invito a que me des tu opinión y te contestaré.
viernes, 16 de diciembre de 2011
martes, 13 de diciembre de 2011
Con alas hacia el sur (Relato en dos folios)
Wilbur estaba ya despierto mucho antes de que en el reloj de la cercana iglesia del pueblo dieran las siete; a su lado, en una cama más pequeña, dormía su hermano Orville. Amanecía una mañana de sábado, fresca y luminosa; desde la calle llegaban las voces de los vecinos más madrugadores, pero del interior de la casa aún no se percibía ningún ruido. Los minutos pasaban despacio, hasta que por fin, unos crujidos en la escalera, le indicaron que su madre subía a despertarles. Casi simultáneamente, el reloj de la torre comenzó a dar la hora y la respiración tranquila de su hermano se interrumpió, sobresaltada por unos golpes en la puerta. ¡Ya era la hora!
- ¡Vamos chicos! que enseguida van a venir a buscaros, y tenéis que desayunar –les animó su madre.
Saltaron de la cama con los rostros alegres; se vistieron y desayunaron sin tardanza, ni tan siquiera Wilbur protestó con las galletas. El gran día comenzaba.
A las ocho, junto con otros chicos del colegio, tomarían el tren y tras un viaje de casi cuatro horas llegarían a Cincinnati. Allí les esperaba Buffalo Bill, con su espectáculo del salvaje oeste. Se lo llevaban prometiendo desde antes de final de curso; sólo los más aplicados de la escuela dominical cogerían el tren. Y aquel había sido un gran acicate pues nunca, en toda la historia de Dayton, se había visto igual puntualidad en la escuela los domingos por la mañana, ni tal aplicación en aprenderse los versículos de la biblia, ni semejante entusiasmo entonando los salmos, sin distraerse ni un momento mirando por las ventanas. Así las cosas, casi veinte chicos y chicas, incluyendo, de forma sorprendente, algunos de los más revoltosos, se encontrarían en la estación esta mañana. Les acompañaría en la excursión la señorita Dawson, completamente aterrorizada de tener que hacer casi 70 kilómetros en tren, con aquella caterva de enloquecidos muchachos.
Con los ligeros pies que dan los pocos años y el corazón alegre, los dos hermanos, junto a su vecino Charles, que también era de la partida, volaron más que corrieron hasta la estación. Allí, junto a la señorita Dawson, que llevaba para la ocasión un inmenso sombrero morado lleno de plumas y cintas de colores, se encontraban ya un buen número de sus compañeros de aventura, bien pertrechados con sus cestas de comida. Con risas y gran algazara subieron al tren, que estaba en el andén esperándoles, y se repartieron por los compartimentos de uno de los dos vagones del convoy. Salvo que se subiera algún pasajero más, en cualquiera de las tres estaciones que había desde Dayton hasta Cincinnati, serían los únicos viajeros.
Tras poner un poco de orden, todo el que pudo, entre los inquietos aventureros, la señorita Dawson se sentó, resoplando, con el grupo más numeroso, entre ellos Wilbur y Orville, en el compartimento más cercano al tandem, que va tras la locomotora. Los rostros de los muchachos se mostraban alegres y sus conversaciones entusiasmadas por lo que les esperaba: Buffalo Bill, Wild Bill Heacock, Toro Sentado, Juanita Calamidad… todas las leyendas, e historias que les habían emocionado desde niños se iban a hacer realidad en poco más de tres horas. Cuando a las ocho en punto el tren arrancó, dejando oír un largo silbido, los vivas y los gritos fueron generales. La señorita Dawson espantada y con severas dudas sobre si podría arrostrar lo que quedaba del día, se hundió un poco más en su asiento, al lado de la ventana.
Todo era motivo de gritos y jaleo, que si he visto un caballo, que si por allí hay unas casas o un rebaño de vacas. Para muchos era su primer viaje en ferrocarril y estaban algo impresionados por la velocidad y los ruidos de la locomotora, que dejaba escapar el vapor por las válvulas. Poco a poco se fueron calmando y ocupando sus asientos. En el andén, el maquinista, el señor Sugar –no sabían si el nombre era verdadero o de broma, porque era negro como el carbón- les había comentado que el viaje duraría más de tres horas y alcanzarían la velocidad de 40 kms por hora en algunos tramos.
- Nos pararemos en Brock Meadows para repostar carbón y agua. Sólo estaremos quince minutos allí y no quiero que os bajéis- les había advertido. ¿De acuerdo señorita Dawson? –dijo mirándola con severidad.
La pobre señorita Dawson solo pudo balbucear un ¡si señor! viendo aquel hombre tan grande y tan negro que le hablaba.
El calor comenzaba a sentirse en el vagón, y a pesar de que ya les habían advertido que no lo hicieran, Charles, el vecino de Wilbur y Orville, abrió la ventana del compartimento, para que entrara un poco de aire. La señorita Dawson, a la que la situación no quitaba su costumbre de dormitar a la menor ocasión que se le presentara, estaba echando un sueñecito, con su magnífico sombrero sobre las rodillas. Y en eso estaban unos y otros, cuando unas cuantas carbonillas encendidas se colaron en el vagón. Como no podía ser menos la mitad de ellas fueron a parar al inmenso sombrero, lleno de plumas y cintas, de la dormida señorita Dawson. Su despertar, con el sombrero echando humo, como si de la locomotora se tratara, fue de todo menos agradable. Manotazos en el aire, y pisotones cuando llegó al suelo, aún humeante, junto al agua de una botella, convirtieron el orgullo de la señorita Dawson en una especie de pingo aplastado, que más que sombrero recordaba a una rata tras salir del agua.
Los silbidos de la locomotora anunciaron que llegaban a la parada de Brock Meadows y los chicos prefirieron cambiar la cara, roja de indignación y vergüenza de la señorita Dawson, por la visión del montón de carbón y el depósito de agua que se encontraban al lado de la vía.
Los insultos y gritos de Sugar y su ayudante Pitt, el carbonero, indicaron a los chicos que algo marchaba mal. Asomados algunos a las ventanas, que ahora todos habían bajado, y apeados del tren los más audaces, pudieron observar como Sugar y su ayudante miraban el depósito de agua maldiciendo con indignación.
- ¡Peste de idiotas con pistola! gritaba Sugar
- Seguro que han sido Flint y su banda –aseguraba el pequeño y tiznado ayudante- mira que juntos y bien colocados están los disparos.
En el depósito de agua, en su borde inferior, alguien había utilizado un viejo cartel de “Se busca” para practicar el tiro al blanco. Un agujero en cada uno de sus ojos, otro en su boca y otro en su nariz; la mueca era de risa. Pero de agua no quedaba ni una gota.
- Pues habrá que irse hasta Stockton para decir que nos hemos quedado aquí tirados con el convoy –sentenció Sugar- así que ya estás poniéndote en marcha, y rapidito.
- Ya es fácil decirlo, pero son casi veinte millas, tengo para seis horas en el mejor de los casos; despídete de las cervezas de Anita la complaciente –le contestó Pitt con bastante sorna y algo cabreado, porque en el exiguo escalafón del convoy le tocaba obedecer y caminar.
Y a sentencia de sus ilusiones resonó la afirmación de Pitt en el ánimo de los entristecidos excursionistas, sobre todo cuando vieron a Sugar tumbarse todo lo largo que era, sobre el ahora inútil montón de carbón, echarse la gorra sobre los ojos y ponerse a roncar inmediatamente.
- Mira Wilbur –dijo Orville a su hermano mirando una lejana ave que volaba hacia el sur, en dirección a Cincinnati- si tuviéramos alas estaríamos allí enseguida.
Pasada la medianoche el convoy entraba en Dayton, sin las risas ni la alegría de la mañana; somnolientos y apesadumbrados, los chicos se fueron dirigiendo a sus casas. También la señorita Dawson, que llevaba en su mano izquierda los restos de lo que fuera su magnífico sombrero.
Orville , Wilbur y Charles subían despacio la calle para irse a dormir. Wilbur todavía mascullaba entre dientes ¡Si hubiéramos tenido alas!
Veinte años después, en los llanos de Kitty Hawk, y mientras Wilbur Wright se bajaba del Flyer para abrazar a su hermano, que había permanecido en tierra, un ave, que volaba alto hacia el sur, les hizo recordar la razón de que estuvieran allí. Había nacido la aviación.
Eduardo Lizarraga
Diciembre de 2011
- ¡Vamos chicos! que enseguida van a venir a buscaros, y tenéis que desayunar –les animó su madre.
Saltaron de la cama con los rostros alegres; se vistieron y desayunaron sin tardanza, ni tan siquiera Wilbur protestó con las galletas. El gran día comenzaba.
A las ocho, junto con otros chicos del colegio, tomarían el tren y tras un viaje de casi cuatro horas llegarían a Cincinnati. Allí les esperaba Buffalo Bill, con su espectáculo del salvaje oeste. Se lo llevaban prometiendo desde antes de final de curso; sólo los más aplicados de la escuela dominical cogerían el tren. Y aquel había sido un gran acicate pues nunca, en toda la historia de Dayton, se había visto igual puntualidad en la escuela los domingos por la mañana, ni tal aplicación en aprenderse los versículos de la biblia, ni semejante entusiasmo entonando los salmos, sin distraerse ni un momento mirando por las ventanas. Así las cosas, casi veinte chicos y chicas, incluyendo, de forma sorprendente, algunos de los más revoltosos, se encontrarían en la estación esta mañana. Les acompañaría en la excursión la señorita Dawson, completamente aterrorizada de tener que hacer casi 70 kilómetros en tren, con aquella caterva de enloquecidos muchachos.
Con los ligeros pies que dan los pocos años y el corazón alegre, los dos hermanos, junto a su vecino Charles, que también era de la partida, volaron más que corrieron hasta la estación. Allí, junto a la señorita Dawson, que llevaba para la ocasión un inmenso sombrero morado lleno de plumas y cintas de colores, se encontraban ya un buen número de sus compañeros de aventura, bien pertrechados con sus cestas de comida. Con risas y gran algazara subieron al tren, que estaba en el andén esperándoles, y se repartieron por los compartimentos de uno de los dos vagones del convoy. Salvo que se subiera algún pasajero más, en cualquiera de las tres estaciones que había desde Dayton hasta Cincinnati, serían los únicos viajeros.
Tras poner un poco de orden, todo el que pudo, entre los inquietos aventureros, la señorita Dawson se sentó, resoplando, con el grupo más numeroso, entre ellos Wilbur y Orville, en el compartimento más cercano al tandem, que va tras la locomotora. Los rostros de los muchachos se mostraban alegres y sus conversaciones entusiasmadas por lo que les esperaba: Buffalo Bill, Wild Bill Heacock, Toro Sentado, Juanita Calamidad… todas las leyendas, e historias que les habían emocionado desde niños se iban a hacer realidad en poco más de tres horas. Cuando a las ocho en punto el tren arrancó, dejando oír un largo silbido, los vivas y los gritos fueron generales. La señorita Dawson espantada y con severas dudas sobre si podría arrostrar lo que quedaba del día, se hundió un poco más en su asiento, al lado de la ventana.
Todo era motivo de gritos y jaleo, que si he visto un caballo, que si por allí hay unas casas o un rebaño de vacas. Para muchos era su primer viaje en ferrocarril y estaban algo impresionados por la velocidad y los ruidos de la locomotora, que dejaba escapar el vapor por las válvulas. Poco a poco se fueron calmando y ocupando sus asientos. En el andén, el maquinista, el señor Sugar –no sabían si el nombre era verdadero o de broma, porque era negro como el carbón- les había comentado que el viaje duraría más de tres horas y alcanzarían la velocidad de 40 kms por hora en algunos tramos.
- Nos pararemos en Brock Meadows para repostar carbón y agua. Sólo estaremos quince minutos allí y no quiero que os bajéis- les había advertido. ¿De acuerdo señorita Dawson? –dijo mirándola con severidad.
La pobre señorita Dawson solo pudo balbucear un ¡si señor! viendo aquel hombre tan grande y tan negro que le hablaba.
El calor comenzaba a sentirse en el vagón, y a pesar de que ya les habían advertido que no lo hicieran, Charles, el vecino de Wilbur y Orville, abrió la ventana del compartimento, para que entrara un poco de aire. La señorita Dawson, a la que la situación no quitaba su costumbre de dormitar a la menor ocasión que se le presentara, estaba echando un sueñecito, con su magnífico sombrero sobre las rodillas. Y en eso estaban unos y otros, cuando unas cuantas carbonillas encendidas se colaron en el vagón. Como no podía ser menos la mitad de ellas fueron a parar al inmenso sombrero, lleno de plumas y cintas, de la dormida señorita Dawson. Su despertar, con el sombrero echando humo, como si de la locomotora se tratara, fue de todo menos agradable. Manotazos en el aire, y pisotones cuando llegó al suelo, aún humeante, junto al agua de una botella, convirtieron el orgullo de la señorita Dawson en una especie de pingo aplastado, que más que sombrero recordaba a una rata tras salir del agua.
Los silbidos de la locomotora anunciaron que llegaban a la parada de Brock Meadows y los chicos prefirieron cambiar la cara, roja de indignación y vergüenza de la señorita Dawson, por la visión del montón de carbón y el depósito de agua que se encontraban al lado de la vía.
Los insultos y gritos de Sugar y su ayudante Pitt, el carbonero, indicaron a los chicos que algo marchaba mal. Asomados algunos a las ventanas, que ahora todos habían bajado, y apeados del tren los más audaces, pudieron observar como Sugar y su ayudante miraban el depósito de agua maldiciendo con indignación.
- ¡Peste de idiotas con pistola! gritaba Sugar
- Seguro que han sido Flint y su banda –aseguraba el pequeño y tiznado ayudante- mira que juntos y bien colocados están los disparos.
En el depósito de agua, en su borde inferior, alguien había utilizado un viejo cartel de “Se busca” para practicar el tiro al blanco. Un agujero en cada uno de sus ojos, otro en su boca y otro en su nariz; la mueca era de risa. Pero de agua no quedaba ni una gota.
- Pues habrá que irse hasta Stockton para decir que nos hemos quedado aquí tirados con el convoy –sentenció Sugar- así que ya estás poniéndote en marcha, y rapidito.
- Ya es fácil decirlo, pero son casi veinte millas, tengo para seis horas en el mejor de los casos; despídete de las cervezas de Anita la complaciente –le contestó Pitt con bastante sorna y algo cabreado, porque en el exiguo escalafón del convoy le tocaba obedecer y caminar.
Y a sentencia de sus ilusiones resonó la afirmación de Pitt en el ánimo de los entristecidos excursionistas, sobre todo cuando vieron a Sugar tumbarse todo lo largo que era, sobre el ahora inútil montón de carbón, echarse la gorra sobre los ojos y ponerse a roncar inmediatamente.
- Mira Wilbur –dijo Orville a su hermano mirando una lejana ave que volaba hacia el sur, en dirección a Cincinnati- si tuviéramos alas estaríamos allí enseguida.
Pasada la medianoche el convoy entraba en Dayton, sin las risas ni la alegría de la mañana; somnolientos y apesadumbrados, los chicos se fueron dirigiendo a sus casas. También la señorita Dawson, que llevaba en su mano izquierda los restos de lo que fuera su magnífico sombrero.
Orville , Wilbur y Charles subían despacio la calle para irse a dormir. Wilbur todavía mascullaba entre dientes ¡Si hubiéramos tenido alas!
Veinte años después, en los llanos de Kitty Hawk, y mientras Wilbur Wright se bajaba del Flyer para abrazar a su hermano, que había permanecido en tierra, un ave, que volaba alto hacia el sur, les hizo recordar la razón de que estuvieran allí. Había nacido la aviación.
Eduardo Lizarraga
Diciembre de 2011
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