Las habladurías empezaron a llegar desde
el lejano norte. De donde no venía otra
cosa que el silencio, acompañado del frío y del viento, comenzaron a surgir rumores que hablaban de una nueva
criatura; eran tenues al principio, leves como el caer de una hoja en el
bosque. La novedad venía del continente que estaba más allá del mar, del que casi todos habían llegado muchos eones
antes. Aprovechaba que las tierras hiperbóreas se habían unido con un ancho
pasillo de hielo, para ir avanzando hacia el sur, como también habían hecho
ellos mismos.
Poco a poco los rumores se hicieron más
insistentes, y a falta de un testigo que
les hubiera visto, la constancia de que ya no estaban solos en aquellas tierras,
tomó forma en su interior. Al comienzo del otoño, las repetitivas voces de los
cisnes trompeteros, que volvían después de pasar el verano en los helados lagos
del norte, convirtieron el rumor en certeza.
Una extraña sensación invadió a los animales del bosque y de las
praderas, de las selvas y de los
desiertos. Una sensación que les llenaba de miedo e inseguridad, una sensación
que no habían sentido nunca antes, que helaba su corazón y que no les gustaba.
Reiki llegó a finales del invierno; con el
bosque y las praderas despertándose despacio del letargo anual. Conforme la
nieve y el hielo se derretían, la vida volvía a bullir. Y en ese lento
desperezar de la recién estrenada primavera, con los animales aún somnolientos
y con hambre, la visión de Reiki, al que se veía escuálido a pesar de su espeso
pelo y con el lomo ensangrentado, supuso un revulsivo desagradable.
Reiki era un lobo nordestino, más grande y
poderoso que sus hermanos meridionales. Por eso su estado causó aún más alarma,
si cabe, entre los habitantes del bosque. El gran lobo habló primero con sus
hermanos de sangre, que le acogieron con solicitud en la manada. Les contó la
existencia de la nueva criatura, de su apariencia, su fuerza y sus costumbres. Ya no era un rumor, había un testigo que los
había visto y que casi había muerto a sus manos.
Ante la gravedad de la situación, e
intentando llegar a un acuerdo para actuar, antes de que fuera tarde, la manada
de lobos de los bosques convocó una tregua y una asamblea general. Siempre era
mejor que la convocasen los lobos, ya que eran numerosos y todos los animales
los respetaban.
Los asistentes fueron llegando al lugar
elegido para la reunión, una amplia isla fluvial, en la que crecían cebollas
silvestres y que, cuando el río no
bajaba crecido, se unía a la orilla por un estrecho paso.
Osos, alces, bisontes, zorros, bueyes
almizcleros…todos fueron formando un amplio semicírculo alrededor de las
grandes peñas que habían dado origen a la isla. Uno de los ciervos no pudo
evitar un estremecimiento cuando Reiki paso a su lado dirigiéndose a la base de
las peñas. Desde allí, con frases cortas y sin pasión, para que todos pudieran
entenderle, Reiki les fue contando lo que sabía:
-
Anda sobre las patas traseras y las delanteras las utiliza para otras
cosas –comenzó diciendo.
-
Se abriga con pieles de todos nosotros, de los que también se alimenta
– prosiguió.
Un estremecimiento general
siguió a estas palabras. Algunos de los allí reunidos estaban acostumbrados a servir
de presa a los animales carniceros y el que hubiera uno más, al que aún no
habían visto, pero parecía ser más poderoso que todos los conocidos, no les
hizo la menor gracia. Y para los otros, para los grandes carnívoros
acostumbrados a que nadie pudiera amenazarles, el sentirse presa de los recién
llegados fue una novedad muy desagradable.
-
Para darnos caza utiliza unos palos afilados que arroja a gran
distancia. – Y Reiki miró de reojo, pero de forma muy perceptible su lomo, que
aún tenía señales de la herida.
-
Separados no parece que sean muy fuertes, pero siempre van
juntos, y no es posible cazarlos uno por
uno. Si lo fuera… -y Reiki cerró de golpe sus fuertes mandíbulas, haciendo un
ruido que causó un cierto estremecimiento entre los gamos.
-
¿Son muchos? - Preguntó un inmenso grizzli de pelo rojizo.
-
Sí, y cada vez llegan nuevos por el puente de hielo que hay al norte
–contestó Reiki
-
Y lo peor –y aquí Reiki, como buen orador, esperó a que se extendiera
el silencio- lo peor es que tienen por amigo al fuego.
Ante aquella extraordinaria afirmación se
hizo un silencio sepulcral, al que siguió un guirigay de voces incrédulas. Era
lo más sorprendente que podían escuchar. Todos ellos temían al fuego y huían,
sólo con olerlo en la distancia.
-
Yo lo he visto –Reiki casi gritó para hacerse oír- comparten con él su
comida y éste agradecido les acompaña por la noche en sus campamentos, dándoles
luz y protección, si no hubiera sido por el fuego hubiésemos acabado con ellos
ya.
El desconcierto era general y no había forma
de llegar a ninguna decisión. La situación era tan difícil que Kodiak, el
gigantesco oso grizzli que ya había intervenido en una ocasión, después de dar
varios rugidos para imponer silencio comentó:
-
¿Y si consultamos al espíritu del bosque?
Todos habían oído hablar alguna vez de
Nootka, el espíritu del bosque. Algunos incluso habían sentido su presencia en ocasiones,
pero nadie le había visto jamás. Aunque esto no era razón para que no existiera
o no supieran dónde encontrarlo. Un pequeño grupo formado por Kodiak, Reiki y
algunos lobos más, fueron los encargados de ir a verle y preguntarle qué podían
hacer ante la nueva situación.
Remontando el río que formaba la isla,
llegaron a unas montañas, a cuya otra vertiente se extendían las inmensas
llanuras. Las leyendas situaban a Nootka en aquellos intrincados y lejanos
parajes. Les estaba esperando. No podía ser menos. Su apariencia, que logró que
los pelos de Reiki se erizaran como alambres, era la de los extraños que
llegaban desde el norte.
-
No podéis hacer nada contra los recién llegados –les dijo-. Hombres se
llaman. Ellos mismos son su único enemigo, y serán ellos mismos los que acaben
con su raza. Lo que sucederá dentro de un tiempo. Destruirán bosques, ríos,
mares y labrarán su perdición. Pero, –y acariciaba la cabeza de Reiki que le
dejaba hacer con cara de satisfacción- para cuando eso suceda muchos de
vosotros ya no existiréis.
Eduardo Lizarraga/ Abril 2012