jueves, 28 de abril de 2011

Hace falta un cambio

Apenas quedan ya tres semanas para nuestra próxima cita con las elecciones autonómicas y municipales y la letra y la música de todos los partidos es la misma de siempre. “Ladrón” dice uno, “y tú más” le contesta el otro “Corrupto” le vuelve a acusar, “y tú más”, le vuelve a responder. Pero, ¿hay alguno que prometa acabar con la corrupción en su programa electoral?, ¿hay alguno que se comprometa a impulsar leyes para que los políticos corruptos devuelvan el dinero, no qué se han llevado, sino el que han costado al erario público? Y no solo eso, ¿hay algún partido que no lleve en sus listas electorales a políticos encausados en alguna trama de corrupción? Ninguno. Y en este sentido tengo que valorar la sabiduría innata de Esperanza Aguirre que con valentía –electoralista sin duda, pero valentía al fin-, ha declarado que en las listas de la Comunidad de Madrid no va, ni irá ningún político encausado en alguna trama de corrupción. No es Esperanza personaje político de mi devoción, pero debo admirar el valor allá donde lo encuentro, y si lo esgrime un político de nuestro tiempo aún me causa mayor admiración. El disgusto en Génova, que defiende a todos sus presuntos corruptos con el débil argumento de la presunción de inocencia, ha debido ser mayúsculo, tan sólo comparable con la patada en el trasero levantino de Camps y su tropa.
En todo caso, ¿cómo puede Cospedal , que es la esgrimista oficial de la presunción de inocencia, hablar de moralidad, de ética y de lo que harán cuando estén instalados en las poltronas del poder, ganando lo que gana? Siendo, como es, de 624 euros al mes el sueldo mínimo de un trabajador en España, ¿cómo puede dirigirse a estos trabajadores, con su sueldo anual de 240.000 euros, sin caérsele la cara de vergüenza? Es más, ¿cómo puede siquiera uno de esos 40 millones de españoles que ven su nivel de vida bajar de año en año, hacerles de corifeo a Rajoy, Cospedal y su cuadrilla? Y lo mismo me da hablar de Zapatero, Blanco, Rubalcaba y Chacón. Todos ellos son cómplices en el gigantesco fraude que la clase política está haciendo a la sociedad española. Y ante esta situación mi amiga Pilar, que disfruta de un gran sentido común y que siempre ha sido votante del PP, me dice que no va a votar. Y supongo que a muchos votantes del PSOE les sucederá lo mismo. Porque ¿quién no está harto de nuestra clase política?
Una clase política que año tras año aumenta sus privilegios a costa del erario público; que tienen la jubilación máxima a los siete años de cotización; que son los únicos trabajadores del Estado español que no tributan el IRPF; que se suben el sueldo por unanimidad al principio de cada legislatura; que frente a la congelación o bajada de sueldo que ha tenido la mayoría del resto de los trabajadores, ellos siguen impertérritos; que cobran dietas, disponen de coche oficial, aviones, hoteles…y por supuesto de la amplia posibilidad de seguir haciendo negocios privados o de cobrar más de un sueldo.
Y frente a ello, se eliminan las ayudas a casi 700.000 parados, desaparece el cheque bebé, las pensiones sufren desmedidos recortes, la jubilación sube a los 35 años de cotización y a 67 de edad, se prevén recortes en Sanidad… Todo esto supone el mayor tijeretazo al estado del bienestar y a los derechos sociales, adquiridos a lo largo de todo un siglo, que se ha conocido.
Por si esto fuera poco, perdonan y hacen la vista gorda a los diversos delitos monetarios cometidos por banqueros y empresarios; no existe ningún planteamiento para acabar con el generalizado fraude fiscal, que es más de diez puntos superior a la media europea; no se exige que la Banca devuelva el dinero con el que se les ha “socorrido” y que ha servido para que den dividendos a sus accionistas, premios a sus directivos y nada de crédito a las familias ni a las pequeñas empresas.
Mientras todo esto sucede, el paro real continúa aumentando de forma dramática; los jóvenes siguen en casa de sus padres, sin trabajo y sin esperanza de encontrarlo; los desahucios aumentan al ritmo que marcan los bancos; la clase media se empobrece día a día; los autónomos desaparecen; las pequeñas empresas se volatilizan… Y hoy, día 27 de abril, el país se paraliza por un partido de fútbol.
¿De quién es la culpa de que tengamos esta sociedad aborregada y con una mansedumbre que no tiene parangón en ningún momento de nuestra historia? ¿Cómo es posible que nadie salga a la calle a protestar? ¿Es que no vemos lo que está pasando en los países árabes? ¿Qué necesitamos para comprender que si no nos movemos por nuestros derechos otros se aprovecharán de nuestra laxitud?
Creo que la culpa la tenemos todos; los partidos políticos que se aprovechan de esta pasividad para lograr sus fines; los medios de comunicación que venden porquería barata y repugnante, atontando a la sociedad; los corruptos que saben que no se les perseguirá; los periodistas que hemos alquilado tantas veces nuestros servicios que ya no tenemos ninguna credibilidad; los idealistas que ya no salen de su casa y, sobre todo, el españolito de a pie, que esclavizado por las letras y la hipoteca, sin trabajo o a punto de perderlo, asqueado por el panorama político y de corrupción general que contempla todos los días, ha perdido toda esperanza e ilusión en la vida. ¿Cómo es posible que programas de Tele5 tengan la audiencia que tienen? ¿Cómo es posible que Esteban o Jorge Javier y toda su patulea, productores de una basura repugnante y zafia, se hayan convertido en iconos para una gran parte de la sociedad española? ¿Tan enfermos estamos como para eso?
Mi amiga Pilar, y todas las otras buenas personas de este país, tienen que encontrar un referente para volver a creer en el futuro y participar de nuevo en la construcción de nuestro país, porque les necesitamos. Y si los partidos políticos actuales, los mayoritarios PSOE y PP, y los otros, son incapaces de ofrecernos un proyecto de país ilusionante, habrá que exigírselo o eliminarlos y buscar otros. No saldremos de donde nos hemos metido si no realizamos un gran esfuerzo colectivo para conseguirlo. Sin más, hace falta un cambio absoluto en nuestra sociedad y en nuestra manera de ver la vida.

miércoles, 27 de abril de 2011

Siempre pobre cántaro

La absoluta falta de moralidad de Telefónica, el desastre nuclear de Fukushima, la crisis de los mercados financieros y la burbuja inmobiliaria, entre otros, no son hechos aislados, sino indicadores palpables y dramáticos de que se necesita un drástico cambio en el modelo de sociedad en la que vivimos. Las empresas, sobre todo las grandes corporaciones multinacionales, han convertido a las naciones de este mundo en sus cortijos y a los ciudadanos en unos aparceros de los que se sirven mientras obtienen un beneficio y sacrifican cuando ya no es así.
¿Hasta que punto la dirección de Telefónica puede despedir con una mano, y sin que le tiemble el pulso, a 6.200 de sus trabajadores más antiguos, invocando el principio de competitividad, mientras que con la otra reparte 450 millones entre sus directivos, incluyéndose ellos mismos?
¿Cómo es posible que Tepco, la empresa nipona propietaria de Fukushima, juegue con las vidas de sus conciudadanos presentes y futuros, como lo hacen todas las empresas nucleares, sin que se la considere una amenaza mayor que cualquier grupo terrorista?
¿Quién dirige el orden financiero mundial, para que se den ayudas multimillonarias a los causantes del actual cataclismo económico, que se las reparten amigablemente entre ellos, mientras que se deja caer en la miseria a millones de personas que no han tenido nada que ver en el desastre?
¿Qué responsabilidad tiene un banco a la hora de tasar un activo inmobiliario cuyo valor desciende a la mitad dos años después, esclavizando a su comprador de por vida? La banca no ha dejado de tener beneficios, ni sus directivos premios durante estos años, ¿por qué hay que socorrerles?
Seguro que algún ilustre prócer político o económico me responde que es el mercado quien manda en el nuevo orden mundial y la competitividad de las empresas y los países es su vara de medir. Y yo creo que este nuevo dios no es sino una mentira más, desarrollada para poder esclavizar a miles de millones de personas en beneficio de una plutocracia, que no conoce ya fronteras ni ideologías.
¿Quién escribe las leyes del libre mercado? Unas leyes que han propiciado una tiranía mucho mayor que la de las monarquías absolutas, o los regímenes fascistas, comunistas o nazis. ¿Cuántos millones de muertos ha causado ya este libre mercado y sus profetas, tan sólo en Africa?
Decía un viejo refrán “ Si el cántaro cae sobre la piedra, pobre cántaro; si la piedra cae sobre el cántaro, pobre cántaro; siempre pobre cántaro”. Y así, cántaro, debe sentirse la sociedad globalizada en la que vivimos, asediada, tiranizada, esclavizada por ese nuevo dios que tiene en el consumo su mayor altar y sus mejores cadenas. Una sociedad en la que la clase media, la burguesía de antaño, está desapareciendo a pasos agigantados para dar paso a este nuevo modelo social, abocado a que sólo haya ricos o pobres, con diferentes grados, pero nada más.
La revolución francesa acabó con las monarquías absolutas, la II Guerra Mundial con los regímenes totalitarios, y el liberalismo parece que lo hizo con el comunismo. ¿Pero qué hay que hacer para acabar con la tiranía de este libre mercado fuera de control?
Resulta curioso comprobar que los estados pueden poner todo tipo de trabas y fronteras a la libertad de los individuos con diversos motivos, casi siempre ceñidos a la salud o a la libertad o seguridad de los demás: prohibido fumar, prohibido correr con el coche, prohibido hacer ruido… pero se muestran incapaces ante los desmanes de las grandes corporaciones. O acaso son sus cómplices en el nuevo sometimiento del individuo y su transformación en esclavo o mercancía.
¿Cómo es posible que no se considere a una central nuclear como un peligro para la salud de todos los ciudadanos del mundo? Chernobyl, cuyos 25 años de desastre acaban de producirse, causó la muerte de entre cuatro mil y cien mil personas según las fuentes. ¿Por qué el nuclear debe ser un riesgo asumible? ¿Cuánto paga su lobby y a quiénes para que esto sea así?
Hace falta pues poner límites al libre mercado, a la competitividad y a las actividades empresariales si queremos de verdad caminar hacia un mundo más justo y más ético. En el eterno movimiento del péndulo, ahora estamos en el otro lado, y hemos propiciado la aparición de unos monstruos sin corazón, que únicamente buscan su supervivencia por encima de la de los individuos que los crearon y sustentaron.
Igual que cuando se unieron los individuos para acabar con las tiranías, ahora son los estados los únicos que pueden enfrentarse al problema, y los que deberán unirse para acabar con el desmedido poder de un mercado dirigido y dominado por las grandes multinacionales; pero no lo harán si no se lo exigimos.