jueves, 20 de octubre de 2011

Entre mujeres y hombres

Tengo la costumbre de asistir, una vez por semana, a una tertulia que se organiza en la terraza del Espejo en Madrid. No es una tertulia literaria, ni política, ni económica, sino que tiene el propósito de ser un poco de todo. A la misma suele asistir un grupo de amigos y sobre todo de amigas, todos de de edad mediana, que durante un par de horas nos sentamos a la mesa y disfrutamos de la charla. Como no podía ser menos, la cuestión recurrente en casi todas las conversaciones, cuando se difumina el tema del día, es la relación, a veces enconada, que mantenemos en estos momentos hombres y mujeres maduros y que ya están de vuelta de un primer matrimonio o relación; es decir, que somos divorciados, viudos, separados o solteros con espolones.

Suelen tomar la voz cantante ellas, ya que nosotros somos, para este tipo de conversaciones, más púdicos, tímidos o reservados, si se quiere, aunque otros pudieran decir que es un tema tan gastado que ya no nos interesa. Cuando aparece esta conversación, que ya es redundante y manida, se percibe enseguida un cierto sentimiento de malestar, contra los hombres, entre algunas mujeres asistentes. Y es preciso puntualizar que no es contra los hombres que fueron sus parejas durante años, sino contra los que encontrándose en su misma situación, es decir, separados, viudos, divorciados o solteros –solos todos- no comparten las mismas inquietudes, gustos y aficiones que ellas y no se muestran en el escaparate, a su disposición. En palabras de una de las asistentes “los hombres están agazapados”.

Otra de las opiniones, bastante generalizada, es que los hombres hemos perdido el sentido romántico de una relación entre hombre y mujer, y lo digo en el sentido protocolario. Es decir, que no estamos pendientes de la otra persona, que no llamamos cuando – en teoría- nos corresponde, que perdemos el interés enseguida; en suma, que no hacemos los movimientos de cortejo que gustaban antaño. Y utilizo adrede esta palabra, algo anticuada, para entender que si a las mujeres les gusta que se hayan perdido algunas costumbres anteriores, tienen que entender que necesariamente, en la misma maleta, se han ido otras; que estamos en el siglo XXI para todo, para lo que nos gusta y lo que no.

Aún recuerdo aquellos años jóvenes, cuando recién salidos de la adolescencia o en ella aún, comenzábamos a salir por las noches. Por cada diez de nosotros había una chica, solicitada como si fuera la última sobre la tierra. Cuidado con el desodorante, que todo vaya bien limpio y los zapatos brillantes, afeitados y bien olientes… aprendías a tocar la guitarra, a bailar si era preciso, todo, con tal de poder tener unas ciertas dosis de éxito. Ahora, que la proporción ha cambiado y en casi cualquier actividad nocturna o diurna, salvo en las estrictamente deportivas, hay muchas más mujeres que hombres, tal vez los esfuerzos de antes ya no son tan necesarios y sea, por el contrario, preciso cambiar el modelo del cortejo. ¿Pero estamos preparados, tanto hombres como mujeres, para aceptar este cambio?

Ante todas estas definiciones e ideas preconcebidas, sobre todo la de “agazapados”, me suelo rebelar, porque considero que está muy lejos de la realidad y que en esta realidad, lo que sucede, es que los gustos, necesidades e inquietudes entre los grupos de hombres y mujeres, de los que estamos hablando, son muy diferentes. Y no voy a entrar en la compleja situación anímica del hombre de hoy en día, que en menos de dos generaciones ha experimentado un completo cambio en su rol social. Eso lo dejo para psicólogos, sociólogos y antropólogos, si es que estos últimos pueden comenzar a hablar ya.

No puedo menos que reconocer, ya que no hay nada más tozudo que la realidad, que hay muchas actividades, ya sea en los campos de la cultura, la música, el baile y sociales en general, en las que el número de mujeres asistentes multiplica en muchos dígitos al de hombres. ¿Basta esto para decir que los hombres se agazapan? Yo creo que no, porque en otras muchas actividades, más deportivas o viajeras, el número de hombres multiplica en muchas veces al de mujeres. En deportes como la bicicleta, la vela, la pesca, la motocicleta, el trekking … o los viajes de aventura con esfuerzo físico o pocas comodidades, la desproporción a favor de los hombres es manifiesta. Luego no hay tal ausencia de uno u otro genero, lo que sucede es que las inquietudes son diferentes y hombres y mujeres nos ajustamos a ellas y coincidimos poco.

Otra cuestión, que también aparece ligada a la de los hombres “agazapados”, es la de sus preferencias en lo referente al género femenino.

- Sólo les interesan las jovencitas –dice una.

- Y las sudamericanas –dice otra.

Hay que precisar, que cuando se habla de jovencitas para un hombre maduro, de entre 45 y 55 años, se está hablando de mujeres de entre 30 y 40; es decir, de entre 15 0 20 años menos de su edad, lo que no son precisamente jovencitas hablando con propiedad, sino mujeres que saben bien lo que quieren y tienen capacidad sobrada para elegir. Y si hablamos de sudamericanas, la preferencia es por su carácter meloso –dicen las unas- tierno y cariñoso –dicen los otros.

En este sentido voy a relatar una experiencia que tuve, hace ya unas semanas, en un hipermercado. Estaba yo pensando en mis cosas, apoyado más que agarrado, al carro de la compra en la cola de la caja, cuando no pude dejar de escuchar la conversación, mejor dicho, el estridente monólogo que se desarrollaba alrededor del carrito que tenía delante; justo el que estaba ya pagando. La mujer, prematuramente avejentada, pero de entre 45 y 50 años de edad, se dirigía al hombre, de más o menos los mismos años, aunque mejor conservado:

-¡Es que no te enteras de nada!, los cereales que te gustan no son estos que has cogido. ¡Mejor que no hagas nada! ¡No te enteras!- y los improperios seguían en estos términos, a toda velocidad y como producidos por una máquina.

El hombre, que no decía nada, continuaba poniendo, con parsimonia y la cabeza baja, las bolsas ya llenas en el carrito. Cuando terminó de hacerlo sacó la cartera, pagó y tras coger el recibo se fue empujando el carrito tras su mujer, que continuaba echándole miradas furibundas y sin ayudarle en lo más mínimo.

Cuando este hombre se divorcie y busque otra persona no querrá nada igual a lo que tuvo. Buscará a una mujer más joven y más cariñosa. Se pondrá unos vaqueros y saldrá de nuevo a la calle dispuesto a hacer todo lo que no ha podido hacer en estos últimos veinte años; a viajar, a salir por la noche, a hacer deporte, a escuchar la música que le gusta. Pero todo esto lo querrá hacer ya acompañado.

Yo creo que es cierto que los hombres maduros buscan, de manera mayoritaria, mujeres bastante más jóvenes que ellos o también más cuidadas y al día, que la media. Es como si intentaran atrapar una juventud que se les va, divirtiéndose y riendo otra vez en la vida, sin estar dispuestos a aguantar las eternas recriminaciones que han tenido hasta ese instante y que, al parecer, las mujeres de su edad no están dispuestas a dejar de hacerle. Y desde ese momento el hombre comenzará a hacer más deporte, a cuidarse, a dejar de fumar, a vestirse de otra forma más actual.

También buscan mujeres más cariñosas, como debió ser su pareja cuando se encontraron hace ya demasiados años. ¿Podría tacharse al hombre por ello, como he tenido que escuchar en una ocasión, ante el alborozo, aplauso y arrobamiento de las mujeres presentes, de vicioso y desviado? Yo creo que no, tan solo quiere que le traten bien. Nota que su autoestima está por los suelos y quiere recuperarla. Que todos somos libres de buscar en la vida lo que más nos interesa o compensa en cada momento. Y que no debe ponerse en la picota a nadie, ni por elegir una mujer más joven que él, ni por elegir quedarse en casa en lugar de salir a conocer otras mujeres, lo que para algunas parece un desatino, sobre todo porque desconocen su dirección.

Por lo que podríamos deducir de las conversaciones de la tertulia, el hombre maduro actual, su cliché más general, sería el de un hombre de 50/55 años, separado o divorciado, que busca mujeres de 35/40 años y sudamericanas, que ha perdido el romanticismo y olvidado las reglas del cortejo, que no gusta de actividades culturales o musicales y que se refugia en casa o con sus amigos y en actividades de macho heterosexual , con algo de adrenalina y cerveza. Yo creo que esto no es así, pero si lo fuera habría que intentar sacarle partido a la situación.

Y si los hombres maduros buscan como compañeras mujeres más jóvenes que ellos y más cariñosas que su anterior pareja, ¿qué buscan las mujeres de su misma edad? No soy mujer y es muy difícil meterse en su mente, casi imposible. Nosotros somos más sencillos –simples dicen ellas- y en sus vericuetos mentales es casi imposible no perderse, además de resultar muy cansado. Por ello tan solo puedo aventurar opiniones que, seguro, serán fácilmente rebatibles.

Puede ser que la mujer actual tenga los mismos problemas de cambio de papel en la sociedad moderna que está teniendo el hombre. Que en su mente, tan capaz como la masculina, pero distinta, exista en estos momentos una lucha entre lo que fue, lo que es y lo que quiere ser. Fue mujer, madre y trabajadora doméstica y el hombre la valoraba como a tal. Ahora es mujer, madre, trabajadora doméstica y trabajadora por un sueldo ¿Qué es lo que más valora ella de todo eso? ¿Y el hombre? ¿Y qué quiere ser la mujer a partir de ahora? ¿En qué quiere ser más valorada? ¿En qué quiere resaltar más?

No creo que la mujer madura busque hombres más jóvenes que ella con idea de una relación duradera; lo que por el contrario sí sucede en los hombres, que buscan con su nueva pareja más joven una relación estable. Creo que la mujer busca un hombre más o menos de su edad, que sea compañero y con el que poder hacer las cosas que le gustan y que en su anterior experiencia pudo no realizar a su gusto: viajar, ver museos, bailar, ir al teatro, sentirse querida… Todo ello en el ámbito de una relación más o menos estable y duradera, lo que creo que ya, a estas edades, buscamos todos, aunque puede haber alguna excepción.

Por desgracia para muchas mujeres maduras y no me siento muy orgulloso de ello, creo que el hombre, cuando ve a una mujer, primero ve el exterior –como es lógico hablando de ojos- y después, si hay tiempo y ocasión para profundizar, se asoma al interior.

En estos momentos de profundidad intelectual recuerdo una opinión de esa tertulia:

- ¡El hombre sólo repara en el físico y yo quiero un hombre que vea mi interior, los demás no me interesan!

Como si la susodicha fémina en cuestión no se fijara en el estilo de los trajes que compra, el diseño del coche que le gusta o los muebles y decoración para su casa. Independientemente de la calidad del tejido, los amortiguadores que lleve o si están hechos de roble o haya.

Ya. El problema es que si el físico no acompaña es difícil que exista el tiempo para poder reparar en lo demás. ¿Es injusto? Sí. ¿Es superficial? También. ¿Se puede hacer algo para corregirlo? Sí, podemos dar una clase intensiva a cada uno de los hombres para que cambien su proceder….más bien creo que no, que sería una misión imposible e improductiva, que, como ya he dicho, la realidad tiende a ser tozuda y que en lugar de querer cambiarla resulta más eficaz ajustarse a ella.

Y en este punto sale a relucir mi afición a la pesca –criticada por desconocida, pero no menos instructiva- Si quiero pescar lubinas, tendré que ir al rompiente y recorrerlo a pié, tendré que ir allí al amanecer –que es cuando están- poner el cebo que les guste y no el que me resulte más cómodo de encontrar y esperar a tener suerte. Así, tal vez, pescaré alguna. Si voy a la dársena del puerto a media mañana, me siento en una silla con la cervecita cerca, pongo el cebo que tenga y espero con comodidad, no cogeré ninguna. ¿Diré entonces que están agazapadas? ¿O entenderé que tengo que cambiar de técnica?

Si es preciso competir con mujeres más jóvenes habrá que cuidarse, hacer deporte, vestirse bien, ponerse tacones y vaqueros y no machacar a la lubina que se acerque –perdón quería decir hombre- con dilatadas conversaciones sobre el compromiso, lo mal que lo hacen los hombres en general y lo superficiales y ridículas que son las mujeres que se dejan el pelo largo, llevan biquini y se visten con moda juvenil, que es precisamente lo que más nos gusta.

Casi con seguridad, la opinión generalizada al llegar a este punto, si es que habéis conseguido llegar hasta aquí, lo que os agradezco, será que todo lo escrito es un potpurrí de ideas machistas y trasnochadas. Tal vez sea así, aunque no era mi intención. Pero vuelvo a referirme a la realidad y si el tema de conversación en esa tertulia, y con seguridad en otras muchas, es casi siempre el mismo, será porque esta realidad existe y es tozuda.

Los hombres, al igual que las mujeres, están ahí fuera. Ni han dejado de existir, ni están agazapados. Puede ser cierto que se hayan vuelto cómodos, también que no estén donde algunas mujeres les buscan y sí en lugares a dónde no van a buscarles, pero si están y no se acercan al negocio es porque lo que tenemos no les interesa. Tendremos que cambiarlo o seguir en la eterna discusión.

Eduardo Lizarraga