sábado, 12 de noviembre de 2011

Una partida de póker (Relato en dos folios)

La tarde estaba cayendo y conforme se alargaban las sombras, el anfitrión, que vestía sus mejores galas, seguía discurriendo como conseguir el mayor beneficio de la reunión que comenzaría en breve. El diablo, pues este era el anfitrión en cuestión, apenas se acordaba de la anterior francachela que había mantenido con sus amigos, si es que podía llamárseles así, había pasado ya mucho tiempo. El cuarteto al que esperaba, al que también se conocía –y mira que les hacía gracia el nombre- por ”Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, era difícil de reunir, pues con sus múltiples ocupaciones, apenas tenían tiempo para nada.

Belcebú, otro de sus nombres, había ofrecido su casa al grupo para la velada, y como era sin duda la mejor y más surtida, ninguno había puesto pega alguna. En la anterior ocasión que pudieron coincidir se reunieron en casa del hambre y había sido un desastre, tanto que todos se fueron enseguida y no quisieron ni jugar la acostumbrada partidita. Y esto era lo que Lucifer quería conseguir, una buena timba de póker de la que pudiera sacar provecho. Rememoraba con nostalgia una reunión que habían tenido, pasado ya el milenio, en casa de la guerra ¡y anda que no le fue bien! La guerra jugaba en casa y jugó tan bien que ganó la partida y bajo su influjo apareció un tal Pedro el Ermitaño –sólo con decir su nombre al diablo le aparecía una sonrisa beatífica- que se inventó una cruzada, la primera de muchas, y hubo bajo su nombre de todo: guerra, muerte, destrucción, enfermedades, herejías… y mucho crimen, que es lo que más le interesa. Buen año fue aquel del saqueo y degüello general de todos los habitantes de Jerusalén por parte de los cruzados. Corría la sangre por los calles como si fueran ríos y de la misma forma se amontonaban los condenados a la puerta del infierno…

Hubo, por supuesto, algún otro año bueno desde entonces, pero con la ampliación de instalaciones en que se había metido, había que dar un buen empujón al negocio y no bastaba el goteo acostumbrado. Una buena guerra era lo que necesitaba, de esas en las que muere mucha gente sin poder prepararse y va derechita al infierno. Y es que ni el hambre ni la peste dan mucho de si; la primera porque parece que estando débiles se peca menos y la otra porque con la enfermedad apenas se puede pecar y hay tiempo para arreglar los negocios celestiales. Eso del consuelo a los enfermos y los santos oleos fueron un buen gol que le metió el divino, con el cura al lado casi todos se arrepentían. Una buena guerra, con cientos de miles de muertos, eso era lo que necesitaba para amortizar las nuevas calderas de alimentación automática. Tenía que conseguir como fuera que la guerra ganara la partida, y a esa cuestión llevaba dándole vueltas unos cuantos días.

Había dispuesto una mesa bien surtida de comida y bebida, con sirvientes bien adiestrados para ir llenando platos y copas conforme se vaciaran. Quería una larga velada con sobremesa y partidita, y lo tenía que conseguir. Ya se las arreglaría después para que la guerra ganara la el juego, aunque fuera haciendo trampas a su favor. La muerte no jugaba, ¿para qué? Si más pronto o más tarde se hacía siempre con todo. Un fuerte campanillazo le avisó que los invitados estaban llegando y salió a recibirlos.

No hubo inesperados retrasos de ninguno de los asistentes y enseguida, con la aparición de la muerte que por tradición ya llega siempre la última, estaban todos sentados a la mesa. La cena discurrió como estaba esperado, con el hambre bebiendo y comiéndoselo todo, como de costumbre, y salvo por las continuas quejas de la peste, a la que las nuevas medicinas y la higiene estaban quitando clientela, todos parecían contentos con sus respectivos negocios. Satanás propuso la partida y, bien comidos y razonablemente contentos con lo bebido, todos aceptaron.

El saloncito estaba preparado y las cartas sobre la mesa. Como ya estaba acordado, la muerte se quedó apuntando las jugadas y haciendo de banca, mientras que la peste, la guerra, el hambre y el diablo se repartieron las sillas. Unas cuantas botellas abiertas ayudaban a calentar el ambiente, ya de por si caluroso en casa de Satanás.

- Esta noche os voy a pelar, decía la peste, a la que sus servicios de información habían asegurado que unas cuantas enfermedades nuevas iban a aparecer con el siglo XX.
- Esta noche es la mía, aseguró el hambre, que traía unas cuantas sequías dentro de la manga.
- ¡Lo lleváis claro ambas! rió la guerra muy contenta desde que un tal Alfredo Nobel hubiera inventado la dinamita.

El diablo no dijo nada, su propósito era que ganara la guerra y tenía que conseguirlo, para lo cual había marcado muy sutilmente las cartas.
Las manos se fueron sucediendo con desigual suerte; el hambre estaba siendo afortunada con escaleras pequeñas y algún full de dieces, pero la guerra estaba ligando una buena racha de reyes. Por su parte la peste tenía una noche muy negra.

- “Nunca tengo reyes ni reinas, no se cómo lo haces”, decía algo enfadada el hambre a la guerra.
-“Es que no tienes mano con ellos –contestaba la muerte, que de vez en cuando se metía en la conversación- mira el de rojo como coge de todo” añadía riendo.
El diablo, que estaba teniendo unas buenas jugadas de ases y reyes, pero sólo apostaba cuando no estaba la guerra en el envite, contestó, muy halagado:
“Con la realeza tengo una relación muy especial”

Al poco llegó el turno de repartir al diablo y decidió jugarse la partida en ese momento. Consiguió dar un full de reyes a la guerra y una escalera al hambre. La peste debía llevar también algo porque los ojos le brillaban en el fondo de las cuencas casi negras. El iría de farol que era lo que más le gustaba.

-Voy a abrir con cien –dijo muy ufano- así que a señalarse si queréis jugar.

Las apuestas fueron subiendo, siempre empujadas por el diablo que veía su oportunidad. Y con todas las fichas encima de la mesa se apostó de boquilla, lo que se tenía y lo que no. Vueltas las cartas arriba la guerra certificó su triunfo, quedando la peste y el hambre totalmente peladas.

Aquella misma noche nacía un niño en la casa de Alois y Klara, en el pequeño pueblo bohemio de Braunau, Adolf Hitler. Las apuestas ganadas por la guerra estaban seguras y el diablo se llevaría su parte.

Eduardo Lizarraga
Noviembre 2011

domingo, 6 de noviembre de 2011

Algo más que un cambio de Gobierno

Se dice que la primera víctima de una guerra es la verdad, e independientemente de que su autor sea Esquilo o Hiran Johnson, la frase está de moda, y lo cierto es que, ante la brutalidad de una guerra, el pecadillo de una mentira más, o menos, puede parecer una nimiedad.

La crisis económica, que nos está sacudiendo desde hace ya más de tres años y que al parecer nos va a acompañar, al menos, por otros cuantos – si es que salimos de ella que tengo mis dudas- no es una guerra, aunque pudiera ser que produzca más víctimas mortales y de las otras, que muchas de ellas. Y no sólo entre los más necesitados, como era lo habitual, sino también entre las clases medias de los países desarrollados. Y en esta crisis económica no sólo la verdad está pereciendo todos los días, sino que los derechos de la sociedad están sufriendo y lo van a hacer más, un verdadero recorte o retroceso a épocas anteriores. Y lo que es peor de todo, denotando además el estado enfermo de nuestra sociedad, lo están haciendo en silencio y con la callada aquiescencia de casi todos nosotros.

No somos, por desgracia, un país de profunda tradición democrática; podríamos hablar largo y tendido sobre su ausencia hasta hace poco más de cuarenta años, apareciendo Napoleón, la inexistencia de una clase burguesa en los siglos XVIII y XIX y la famosa revolución pendiente entre sus causantes. Pero obtener los derechos sociales que tenemos nos ha costado tanto, en sangre, muertes y sufrimientos, como al resto de los países, sino más. Nada ha sido concedido “graciosamente” por el legislador y los gobernantes, todo ha tenido su precio. Por ello, cuando veo como nos embaucan para arrebatarnos lo conseguido y nosotros aceptamos sus mentiras y medidas, sin luchar por lo que tenemos, siento una mezcla de vergüenza e indignación con la sociedad en la que vivimos. ¿Cómo es posible que un partido de fútbol, al que sigue otro y luego otro más, hasta el hastío, movilice a millones de personas, y nadie salga a la calle a luchar por unos derechos ,que nos han costado generaciones obtener, y que nos van a arrebatar para siempre?

No ha sido ninguno de los Gobiernos de Zapatero un modelo ejemplar digno de tener en cuenta; considero que, en muchos casos, la ineptitud, el dislate y el desconocimiento de la verdadera situación económica de nuestro país han sido sus más visibles signos de identidad. ¿Es que acaso no conocían que la situación económica heredada de Aznar, con un sector inmobiliario enloquecido y una absoluta ausencia de inversiones industriales era insostenible? ¿Qué vivíamos en una burbuja absurda y no éramos, a pesar de lo que dice el PP ahora, poniendo a sus anteriores gobiernos como ejemplo, un modelo económico a seguir? Me duele comprender ahora que desde la Ley del Suelo, que concedió su gestión a comunidades autónomas y ayuntamientos , todo ha ido de mal en peor. Que la especulación urbanística, la corrupción inmobiliaria y los beneficios que generaba el ladrillo –a corto plazo, claro- nos introdujeron en una vorágine de crecimiento insostenible y dinero fácil, que tenía los pies –mejor digo los cimientos- de barro, que detrajo inversiones en el sector industrial, incapaz de ofrecer los mismos rendimientos que el ladrillo, que hizo subir los precio de la vivienda de forma artificial y que endeudó a el país y a sus ciudadanos con unas cantidades insoportables.

¿Y ahora qué? Me sublevo cuando escucho a los sucesores de Aznar ensalzar su política económica “que era un ejemplo para el mundo”, “que los países europeos nos tenían envidia por nuestros ratios de crecimiento”, “que aprovecharon la política exterior de Aznar para ir contra nosotros”… y el problema es que muchos ciudadanos toman estos disparates como artículos de fe. ¡Y cuanta culpa tienen muchos compañeros de profesión! que desde programas o artículos indignos, manipulan la opinión de los más desinformados, llevándoles a considerar mentiras manifiestas como verdades absolutas.

¡Señores! Hay que decir que aquellos polvos trajeron estos lodos y habiendo edificado sobre barro llegó la riada de Lethmannn Brothers y sus hipotecas basura y se llevó todo por delante. Se llevó a Zapatero y sus muchachos como se hubiera llevado a Aznar y los suyos de haber estado en el gobierno. Por supuesto que los recortes sociales se hubieran realizado antes de lo que el gobierno de Zapatero los hizo, seguro que sí, que los gobiernos de derechas, sea cual sea el país o el momento en el que estén, tienen pocos escrúpulos cuando se trata de favorecer lo privado frente a lo público, a los empresarios frente al Estado y la palabra “derechos” de los demás parece que les hace daño.

Ya estamos viendo cuáles son las decisiones que están tomando las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, siendo Esperanza Aguirre y Dolores de Cospedal las adalides de los recortes indiscriminados; decisiones que nos indican muy claramente el camino que tomará el casi seguro Gobierno del PP que saldrá de las urnas el próximo día 20 de noviembre. Como dato a tener en cuenta: no he escuchado nada en cuanto a recortes en las prebendas de los políticos –que puede ser que las estén haciendo, aunque me extrañaría- , ni bajadas de sueldos, ni menos coches oficiales, teléfonos móviles, dietas… Tal vez haya llegado el momento de pensar con seriedad en si podemos continuar manteniendo tantos funcionarios, tantos cargos de confianza, tantas administraciones distintas, tanta duplicidad de servicios, tantos políticos en activo… Creo que hay partidas a reducir menos injustas que la Sanidad, la Educación y el Medio Ambiente, que forman parte de los derechos sociales que nos ha costado mucho conseguir.

Va a resultar fácil, ya lo está siendo, achacar la necesidad de esos recortes a la mala gestión realizada por los gobiernos de Zapatero, pero que no nos engañen otra vez –lo están consiguiendo, aunque creo que no por mucho tiempo-, la crisis económica en los países desarrollados es mundial y si a nosotros nos ha cogido con el paso cambiado es porque habíamos fiado nuestro crecimiento a dos sectores. Uno el turístico, que descendió en picado cuando los europeos más septentrionales decidieron que tenían que ahorrar –son muy disciplinados para esas cuestiones- y otro el inmobiliario, en el que hemos vivido complacidos hasta que, como ya se avisaba desde hacía años, se pinchó y nos hundió a todos en el abismo.

Ahora tenemos más de un millón de casas que nos sobran, suficientes para cubrir las necesidades de la próxima generación, sobre todo cuando según los últimos datos hemos descendido más de 500.000 personas en población; para construirlas trajimos dinero del futuro, que ahora no sólo tenemos que devolver con sus intereses, sino que además nos imposibilita el acceso a nuevos capitales para invertir en lo que puede darnos puestos de trabajo: industria. Y como pista de la situación puedo señalar que es en las zonas donde el espejismo de la construcción no arrastró todo el dinero, y se continuaron dedicando recursos a la industria y a mejorar su competitividad, donde el paro no alcanza las cotas de otros lugares. No voy a dar nombres, pero basta mirar los índices de paro por CC.AA.

En Alemania el consumo interno está también por los suelos; cuando hay que ahorrar el alemán es de los primeros; en Holanda tienen un paro que no supera el 4,5%, pero también su consumo interno es bajo. La explicación está clara; en lugar de invertir en ladrillo y “asombrar a Europa con nuestro crecimiento” lo dedicaron a su industria, y ahora exportan más que antes. Tanto Alemania, como Holanda y otros países están fundamentando su recuperación en los mercados exteriores.

Y así llegamos a las elecciones del próximo día 20 y a la disyuntiva de qué hacer. No voté a Zapatero en las últimas elecciones generales, no compartía ni sus gestos, ni las ineptitudes proclamadas de algunos de sus ministros. Siempre pensé que Rubalcaba era de lo mejor que ha habido en los sucesivos gabinetes ministeriales, lo que no creo que fuera argumento suficiente para darle mi voto, pero admiro el valor allá donde lo veo, y creo que el candidato lo está demostrando. Se enfrenta, a la que era hasta ahora oposición, muy crecida tras la aplastante victoria obtenida en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, con sus tropas menguadas, deserciones manifiestas y la moral de los votantes fieles por los suelos. También me emocionan la generosidad y el espíritu de sacrificio y creo que este corredor de fondo lo está derrochando a raudales. No creo que haya muchos candidatos al fracaso, y mucho me temo que eso es lo que le espera a la vuelta de dos semanas.

Y después de ese “fracaso” de Rubalcaba ¿qué vendrá?... pues un Congreso Extraordinario, la aparición de un nuevo líder y su equipo, y la vuelta a empezar para reconquistar las posiciones perdidas. Trabajo que no creo que sea difícil pues quien esté en el Gobierno, sea quien sea, lo va a tener muy complicado durante la próxima legislatura y la contestación a su política va a ser una constante a partir de principios del 2012. Y Rubalcaba y su esfuerzo, su valor y su sacrificio pasarán al olvido, tal vez con unas palabras de agradecimiento y nada más. Nadie quiere tener un perdedor en su equipo y lo único que quedará del candidato será el recuerdo de haber perdido las elecciones del 2011. Tal vez parezca injusto pero siempre ha sido así y no creo que ahora vaya a cambiar.

Se que mi voto no va a cambiar nada, que tan solo un conocimiento real y extendido de lo que nos espera tras el triunfo del PP podría cambiar el voto masivo de la sociedad española, y eso no va a suceder, no creo en milagros a estas alturas y esta ocasión no va a ser la primera, además nuestra sociedad ya no tiene ni conciencia política ni de clase. Pero tampoco dejaré pasar la ocasión sin intentarlo. No voy a dejar que mis derechos laborales, sociales, democráticos y humanos sean vulnerados y arrasados sin hacer lo imposible por evitarlo. Jamás me he dejado vencer sin luchar hasta el final, no por miedo a lo que vaya a suceder a partir del día 20, que lo que se dice miedo ya no tengo, sino por rabia de la frustración que puede suponer la vuelta atrás en unos derechos que nos ha costado tanto conseguir y que parece que ya no valen nada.

Pero a veces también pienso que la victoria del PP puede ser lo mejor que le pueda suceder al PSOE en la situación actual, y que por inevitable no va a quemar a nadie valioso para evitarlo. Que los próximos cuatro años van a ser muy malos y pudiera ser mejor no estar al timón. El PP tiene la campaña con el viento por la popa y sin la necesidad de marcar un rumbo; después de las elecciones tendrá que marcarlo y arribar con el timón…veremos de dónde le viene el viento en ese momento.

Eduardo Lizarraga
6 de noviembre de 2011