Blog de opinión política y relatos más o menos cortos. La sostenibilidad y el medio ambiente también tendrán su espacio. Te invito a que me des tu opinión y te contestaré.
viernes, 23 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
En un mar sin mareas (Relato en dos folios)
Por más que lo pensaba no podía comprender que hacía yo allí, encima de la gabarra de un camión. Amarrada de tal manera que no me podía ni mover, y con todos aquellos hombres a mí alrededor, y hasta encima de mí, pisándome; dando voces y apretándome más contra las gruesas estacas entre las que me habían dispuesto. Y con la quilla al aire y sin tocar agua, que era lo que más me molestaba.
Había amanecido un día normal, como cualquier otro; el sol, cada vez más de otoño, apareciendo sobre L’Abaddie y el río, con su lento fluir, venciendo ya a la marea que comenzaba a bajar. Tomás llegó un poco antes de lo acostumbrado, casi como si fuera fin de semana. Y sin entretenerse en hacer nada - siempre limpiaba un poco por aquí o por allí, quitando el salitre,- kresala decía él -, me arrancó el motor, soltó amarras y virando a favor de la marea, se dirigió hacia el Puerto Refugio, pasando entre los espigones a medio gas.
Cuando llegamos al puerto, y vi que enfilaba hacia el muelle varadero pensé, que aunque no era aún el momento, tendrían que limpiarme los bajos y dar patente, como hacía todos los años. Pero el camión y la grúa me desconcertaron. Pasándome con bastante cuidado, eso sí, dos gruesas cinchas por el través y la aleta, me levantaron y dejaron sobre la gabarra del camión. Y ya allí, comenzaron a amarrarme.
- ¡Trinca el cabo de proa! –gritaba uno.
- ¡Ya va! -le contestaba otro.
- Cuidado con los candeleros, ¡pasa el cabo por abajo, animal! –éste era Tomás, que estaba visiblemente nervioso.
Con mucho sudor, y bastantes improperios, consiguieron finalmente dejarme a gusto de todos. Y allí estaba yo, sobre el remolque, sorprendida y bastante alarmada por la novedad. Apenas habían terminado con su labor cuando Tomás se despidió de los hombres que le habían ayudado a izarme, y después de dirigirme una larga mirada, en la que noté cariño y preocupación, se subió a un coche que le estaba esperando. El camión arrancó de seguido y allá nos fuimos todos, carretera adelante.
Nunca había hecho ningún viaje, ni por carretera, ni por mar, aunque esto último no me hubiera importado. Desde que me construyeron, en unos astilleros –Olaziregi, creo que se llaman- que estaban en el mismo pueblo, cerca del muelle de veteranos, tan sólo había paseado río arriba, con la marea, hasta la Isla de los Faisanes, y río abajo, hasta mi embarcadero en el espigón. También, cuando no había mucha mar, por la bahía de Txingudi, y alguna vez a San Juan de Luz y Donosti; a este último sitio me llevaba Tomás durante las fiestas de agosto, para ver los fuegos artificiales, y en septiembre para las regatas de la Concha. Me gustaba mi trabajo, siempre con niños a bordo y entonando mi canción.
-¡Es que tengo una canción! ¿sabéis? ”La cucaracha” ¿No la habéis oído nunca? Ta ta ta tata, ta ta tata, ta ta ta ta…la cucaracha, la cucaracha…ya no puede caminar…. Pues eso.
Tomás la ponía muchas veces a lo largo del río, con los altavoces a todo trapo. A los niños que llevábamos les encantaba. Y también cuando salíamos del embarcadero, y cuando arribábamos, era como un reclamo. Tanto es así que muchos de los vecinos ya me llamaban “la cucaracha”. Y había barcas que me tenían envidia porque ellas no tenían ninguna canción. Y se llamaban “Bi anaiak”, “Izurde”, “Amona maitia” o cosas así. La verdad es que yo también tenía un nombre más serio. Venía pintado en el espejo de popa; Tomás me llamaba “Gure Bidasoa”.
El viaje se me hizo algo largo. Montañas hacia arriba, montañas hacia abajo; muchos coches, algunos con niños dentro que me miraban; hasta incluso nos pararon unos policías que le pidieron a Tomás los papeles –Tomás no me había abandonado, iba en un coche detrás nuestro- e hicieron mucho hincapié en el peso. ¡Como si yo estuviera gorda! Menos mal que se quedaron conformes y pudimos proseguir.
Cuando ya estaba preocupándome porque no veía agua por ningún sitio, llegamos a nuestro destino. Se parecía un poco a mi bahía de Txingudi, pero estaba rodeada de montañas por todas partes. Una grúa nos estaba esperando. Había un embarcadero bastante tosco, poco más que unos maderos y unas tablas, pero como tenía bastante fondo, y un acceso asfaltado, la grúa no tuvo mucha dificultad en dejarme, con suavidad, en el agua. Por lo que parecía aquello iba a ser mi nuevo puerto.
El agua estaba muy fría y la cumbre de las montañas se había ido tiñendo ya de blanco. Me estaba pareciendo que aquello podía ser bastante duro y me desanimaba pensar que pudiera ser para siempre. Algunos días, al poco de llegar, me había sacado Tomás a navegar por aquella especie de bahía cerrada, embalse lo llamaban; un mar extraño ya que no tenía mareas y su agua era insípida. No era muy extenso, pero sí que tenía profundidad en algunos sitios.
Los días eran cortos, y las noches largas y aburridas. Allí no había karramarros a los que escuchar, con sus continuas discusiones entre las piedras, ni korrokones que me hicieran cosquillas en la tripa, rebuscando algo de comer entre el verdín y que me contaran sus miedos a las lubinas, que venían por las noches a buscarles al espigón. Sí que había unos peces parecidos a las lubinas, que escuché a Tomás que se llamaban truchas, pero eran muy estiradas a la par que incultas y pueblerinas, no habían visto nada de mundo, y no había manera de poder tener una mediana conversación con ellas.
También Tomás se aburría y no sabía qué hacer. Me enteré que habíamos venido allí porque se había enfadado con los que mandaban en Hondarribia, por no sé qué concesión que no le habían dado, y porque su mujer, “la Gregoria” tenía por allí una casa y algunos terrenos. Pero a semejanza de Ulises, Tomás era fértil en ingenios, y se le ocurrió que podría criar cerdos en una de las islas que se formaban en el embalse. Y tal cual lo pensó, lo hizo.
Una mañana le trajeron dos docenas de cerditos; venían metidos en unas jaulas de madera y chillaban como si los estuvieran troceando vivos. Con ellos a bordo fuimos hasta una de las islas más alejadas, hacia el sur. Allí Tomás había construido unos comederos y puesto unas tejavanas, para que estuvieran protegidos de las inclemencias del tiempo. No necesitaban cercado de ningún tipo ya que de la isla, que era pequeña, escarpada, y con muchos matorrales, no se podían escapar.
Y hasta allí navegábamos todos los días para llevarles la comida. Cuando estábamos llegando, Tomás, hacía que sonara la cucaracha, y los cerditos, que estaban ocultos entre los matojos, se acercaban corriendo y chillando a la orilla, a devorar su pitanza. Crecían que era un primor. Todo marchaba bien –con los cerditos- hasta que llegó el verano. Como solía pasar siempre en esa época del año –un día se lo explicaron a Tomás- el agua fue bajando y la isla se convirtió en península. Los cerditos-que ya eran unos señores cerdos- se pasaron “al continente” y hozaban por la montaña cercana. Pero no se perdieron, porque cada vez que llegábamos y poníamos la cucaracha por los altavoces, bajaba toda la piara montaña abajo, gritando y arrollando todo a su paso, y sin faltar ni uno. Luego lo de capturarlos para venderlos fue toda una aventura, que no voy a contar aquí, y con ella terminó la experiencia ganadera de Tomás.
Durante el verano, imaginaba Tomás, que podría hacer paseos por el embalse para los turistas. Y yo también pensaba que de nuevo tendría niños a bordo. Pero no fue así; aunque fuera verano seguía haciendo frío, y con las montañas tan altas enseguida se ocultaba el sol. Además, había pocas cosas que enseñar en aquella especie de bañera grande. Se aprendió Tomás unos cuantos chascarrillos de la zona, y los contaba sin misericordia alguna, una y otra vez.
- Ahora estamos pasando encima del antiguo pueblo, que inundaron para hacer el embalse -decía y añadía con poca convicción- dicen que las campanas de la iglesia suenan algunas noches señaladas y cuando las oyes el día de difuntos, es que vas a morirte antes de que termine el año.
Con comentarios de ese tipo y con lo aburrido que resultaba el paseo, hubo poca clientela y Tomás, una vez que también fracasaron las” excursiones de pesca por el lago” –las truchas, además de estiradas eran demasiado listas o los pescadores demasiado torpes- comenzó otra vez a darle vueltas a la cabeza y puso una tienda de ultramarinos para los excursionistas, con bar incluido.
Yo lo llevaba muy mal. Otra vez llegaba el invierno y las noches se harían largas y frías. Las manchas blancuzcas en mi cubierta serían de hielo y nieve, pero no de salitre. Y es que lo único salado que había en aquel mar eran mis lágrimas.
Eduardo Lizarraga / Diciembre 2011
Había amanecido un día normal, como cualquier otro; el sol, cada vez más de otoño, apareciendo sobre L’Abaddie y el río, con su lento fluir, venciendo ya a la marea que comenzaba a bajar. Tomás llegó un poco antes de lo acostumbrado, casi como si fuera fin de semana. Y sin entretenerse en hacer nada - siempre limpiaba un poco por aquí o por allí, quitando el salitre,- kresala decía él -, me arrancó el motor, soltó amarras y virando a favor de la marea, se dirigió hacia el Puerto Refugio, pasando entre los espigones a medio gas.
Cuando llegamos al puerto, y vi que enfilaba hacia el muelle varadero pensé, que aunque no era aún el momento, tendrían que limpiarme los bajos y dar patente, como hacía todos los años. Pero el camión y la grúa me desconcertaron. Pasándome con bastante cuidado, eso sí, dos gruesas cinchas por el través y la aleta, me levantaron y dejaron sobre la gabarra del camión. Y ya allí, comenzaron a amarrarme.
- ¡Trinca el cabo de proa! –gritaba uno.
- ¡Ya va! -le contestaba otro.
- Cuidado con los candeleros, ¡pasa el cabo por abajo, animal! –éste era Tomás, que estaba visiblemente nervioso.
Con mucho sudor, y bastantes improperios, consiguieron finalmente dejarme a gusto de todos. Y allí estaba yo, sobre el remolque, sorprendida y bastante alarmada por la novedad. Apenas habían terminado con su labor cuando Tomás se despidió de los hombres que le habían ayudado a izarme, y después de dirigirme una larga mirada, en la que noté cariño y preocupación, se subió a un coche que le estaba esperando. El camión arrancó de seguido y allá nos fuimos todos, carretera adelante.
Nunca había hecho ningún viaje, ni por carretera, ni por mar, aunque esto último no me hubiera importado. Desde que me construyeron, en unos astilleros –Olaziregi, creo que se llaman- que estaban en el mismo pueblo, cerca del muelle de veteranos, tan sólo había paseado río arriba, con la marea, hasta la Isla de los Faisanes, y río abajo, hasta mi embarcadero en el espigón. También, cuando no había mucha mar, por la bahía de Txingudi, y alguna vez a San Juan de Luz y Donosti; a este último sitio me llevaba Tomás durante las fiestas de agosto, para ver los fuegos artificiales, y en septiembre para las regatas de la Concha. Me gustaba mi trabajo, siempre con niños a bordo y entonando mi canción.
-¡Es que tengo una canción! ¿sabéis? ”La cucaracha” ¿No la habéis oído nunca? Ta ta ta tata, ta ta tata, ta ta ta ta…la cucaracha, la cucaracha…ya no puede caminar…. Pues eso.
Tomás la ponía muchas veces a lo largo del río, con los altavoces a todo trapo. A los niños que llevábamos les encantaba. Y también cuando salíamos del embarcadero, y cuando arribábamos, era como un reclamo. Tanto es así que muchos de los vecinos ya me llamaban “la cucaracha”. Y había barcas que me tenían envidia porque ellas no tenían ninguna canción. Y se llamaban “Bi anaiak”, “Izurde”, “Amona maitia” o cosas así. La verdad es que yo también tenía un nombre más serio. Venía pintado en el espejo de popa; Tomás me llamaba “Gure Bidasoa”.
El viaje se me hizo algo largo. Montañas hacia arriba, montañas hacia abajo; muchos coches, algunos con niños dentro que me miraban; hasta incluso nos pararon unos policías que le pidieron a Tomás los papeles –Tomás no me había abandonado, iba en un coche detrás nuestro- e hicieron mucho hincapié en el peso. ¡Como si yo estuviera gorda! Menos mal que se quedaron conformes y pudimos proseguir.
Cuando ya estaba preocupándome porque no veía agua por ningún sitio, llegamos a nuestro destino. Se parecía un poco a mi bahía de Txingudi, pero estaba rodeada de montañas por todas partes. Una grúa nos estaba esperando. Había un embarcadero bastante tosco, poco más que unos maderos y unas tablas, pero como tenía bastante fondo, y un acceso asfaltado, la grúa no tuvo mucha dificultad en dejarme, con suavidad, en el agua. Por lo que parecía aquello iba a ser mi nuevo puerto.
El agua estaba muy fría y la cumbre de las montañas se había ido tiñendo ya de blanco. Me estaba pareciendo que aquello podía ser bastante duro y me desanimaba pensar que pudiera ser para siempre. Algunos días, al poco de llegar, me había sacado Tomás a navegar por aquella especie de bahía cerrada, embalse lo llamaban; un mar extraño ya que no tenía mareas y su agua era insípida. No era muy extenso, pero sí que tenía profundidad en algunos sitios.
Los días eran cortos, y las noches largas y aburridas. Allí no había karramarros a los que escuchar, con sus continuas discusiones entre las piedras, ni korrokones que me hicieran cosquillas en la tripa, rebuscando algo de comer entre el verdín y que me contaran sus miedos a las lubinas, que venían por las noches a buscarles al espigón. Sí que había unos peces parecidos a las lubinas, que escuché a Tomás que se llamaban truchas, pero eran muy estiradas a la par que incultas y pueblerinas, no habían visto nada de mundo, y no había manera de poder tener una mediana conversación con ellas.
También Tomás se aburría y no sabía qué hacer. Me enteré que habíamos venido allí porque se había enfadado con los que mandaban en Hondarribia, por no sé qué concesión que no le habían dado, y porque su mujer, “la Gregoria” tenía por allí una casa y algunos terrenos. Pero a semejanza de Ulises, Tomás era fértil en ingenios, y se le ocurrió que podría criar cerdos en una de las islas que se formaban en el embalse. Y tal cual lo pensó, lo hizo.
Una mañana le trajeron dos docenas de cerditos; venían metidos en unas jaulas de madera y chillaban como si los estuvieran troceando vivos. Con ellos a bordo fuimos hasta una de las islas más alejadas, hacia el sur. Allí Tomás había construido unos comederos y puesto unas tejavanas, para que estuvieran protegidos de las inclemencias del tiempo. No necesitaban cercado de ningún tipo ya que de la isla, que era pequeña, escarpada, y con muchos matorrales, no se podían escapar.
Y hasta allí navegábamos todos los días para llevarles la comida. Cuando estábamos llegando, Tomás, hacía que sonara la cucaracha, y los cerditos, que estaban ocultos entre los matojos, se acercaban corriendo y chillando a la orilla, a devorar su pitanza. Crecían que era un primor. Todo marchaba bien –con los cerditos- hasta que llegó el verano. Como solía pasar siempre en esa época del año –un día se lo explicaron a Tomás- el agua fue bajando y la isla se convirtió en península. Los cerditos-que ya eran unos señores cerdos- se pasaron “al continente” y hozaban por la montaña cercana. Pero no se perdieron, porque cada vez que llegábamos y poníamos la cucaracha por los altavoces, bajaba toda la piara montaña abajo, gritando y arrollando todo a su paso, y sin faltar ni uno. Luego lo de capturarlos para venderlos fue toda una aventura, que no voy a contar aquí, y con ella terminó la experiencia ganadera de Tomás.
Durante el verano, imaginaba Tomás, que podría hacer paseos por el embalse para los turistas. Y yo también pensaba que de nuevo tendría niños a bordo. Pero no fue así; aunque fuera verano seguía haciendo frío, y con las montañas tan altas enseguida se ocultaba el sol. Además, había pocas cosas que enseñar en aquella especie de bañera grande. Se aprendió Tomás unos cuantos chascarrillos de la zona, y los contaba sin misericordia alguna, una y otra vez.
- Ahora estamos pasando encima del antiguo pueblo, que inundaron para hacer el embalse -decía y añadía con poca convicción- dicen que las campanas de la iglesia suenan algunas noches señaladas y cuando las oyes el día de difuntos, es que vas a morirte antes de que termine el año.
Con comentarios de ese tipo y con lo aburrido que resultaba el paseo, hubo poca clientela y Tomás, una vez que también fracasaron las” excursiones de pesca por el lago” –las truchas, además de estiradas eran demasiado listas o los pescadores demasiado torpes- comenzó otra vez a darle vueltas a la cabeza y puso una tienda de ultramarinos para los excursionistas, con bar incluido.
Yo lo llevaba muy mal. Otra vez llegaba el invierno y las noches se harían largas y frías. Las manchas blancuzcas en mi cubierta serían de hielo y nieve, pero no de salitre. Y es que lo único salado que había en aquel mar eran mis lágrimas.
Eduardo Lizarraga / Diciembre 2011
viernes, 16 de diciembre de 2011
Politicos de talla para una crisis global
Dedicado a mi amiga Pilar, que dice que en política tenemos ideas muy dispares.
El pasado 20 de noviembre los españoles concurrimos a las urnas y votamos, algunos al PSOE, otros al PP, o al PNV o a Izquierda Unida, entre otros partidos; había muchas opciones políticas, más que nunca en la historia de la democracia, pero ni yo ni nadie vimos ninguna papeleta que dijera” mercado”, ni nada que se le pareciera. ¿Por qué, entonces, tenemos que estar gobernados por lo que digan esos mercados que ni tan siquiera se han presentado a la elección? ¿Por qué tenemos que estar acosados por ellos? ¿Por qué nuestros políticos tienen que inclinar la cerviz y rendirles pleitesía?
Durante una gran parte del siglo XIX y todo el siglo XX la gran batalla en Europa y América ha sido la de la democracia. Y desde estos continentes se fue extendiendo al resto de los países del mundo. Desde la conocida declaración de los “Derechos del ciudadano” en la Francia revolucionaria, hasta la Constitución de la Unesco, hemos recorrido un largo camino con guerras, revoluciones, fracasos y triunfos, pero el modelo democrático basado, en los derechos del hombre, se fue imponiendo, poco a poco en el mundo.
Y esto fue así hasta que en la década de los ochenta, y no sé muy bien por qué –aunque ya me imagino quiénes andaban detrás-, los líderes de la época, los que contaban en aquel momento, decidieron cambiar las reglas democráticas que regían nuestros países y a nuestros políticos, por las del mercado. Y de aquella deplorable decisión, realizada a la medida de los poderes financieros mundiales, viene la situación actual. El mundo se gobierna desde entonces por una plutocracia, llámesele G8 ó G20, da lo mismo, que tan sólo vela por sus propios intereses. Y gozamos de la corrupción, las burbujas variadas, los paraísos fiscales, la especulación, la economía sumergida, la deslocalización, el éxito del “dinerazo” y la ridiculización de la ética y la moral, entre otras cosas, igualmente agradables.
No podemos continuar así, cediendo lo que nos ha costado tanto esfuerzo y sacrificio, a los aprovechados de siempre, que disfrazando sus normas con el nombre de libertad, están volviendo a esclavizar, de una forma poco sibilina, a la mayoría de los ciudadanos del mundo. La política, la que votamos todos, debe volver a gobernar a la economía y no al revés. Y los políticos, que presumen de liberales o neoliberales, que me da lo mismo, y desarrollan su gestión protegiendo los intereses del mercado, deben dejar de engañarnos, porque no sirven al pueblo, que es quien les ha votado, sirven a los intereses de esa plutocracia, que ha usurpado el poder de la democracia y gobierna en contra de ella. Algún caso tenemos estos últimos días en España; aunque claro está, siempre tuve serias dudas sobre la profundidad del sentimiento democrático de Esperanza Aguirre.
El fracaso de la opción libertad de mercado ha sido espectacular. Y no sólo porque nos ha metido en la mayor crisis económica que contempla la historia moderna del mundo, comparable, tal vez, con la que supuso la destrucción del imperio romano, sino que además está consiguiendo que la crisis se multiplique y se extienda a otros terrenos. Los valores sociales, la alimentación, el medio ambiente, la igualdad, la solidaridad, la educación…todo está siendo afectado por la podredumbre que produce el dinero.
Es preciso dar un golpe de estado contra la plutocracia que nos gobierna, y liberar a la democracia, secuestrada por el poder financiero, devolviéndosela al poder político, que nunca debió cederla.
Y para conseguirlo la receta está clara: más Europa; más UE y menos CEE. La actual deriva de la UE no tiene nada que ver con los objetivos que Europa tenía hace una década. Es preciso centrar los esfuerzos en planteamientos políticos y éticos, dejando en un segundo lugar los económicos, que parece que son los únicos que interesan a Merkel y Sarkozy.
Y en este sentido, el económico, creo que es preciso hacer dos puntualizaciones: que la Europa de los 27 debe poner en marcha los eurobonos, mal que le pese a Merkel, que goza de una excelente y barata financiación para Alemania; porque es la única manera de evitar que las crisis financieras, derivadas de los ataques a la deuda soberana de los países europeos, continúen debilitando nuestro continente y el futuro que representa. Y además, que es necesario cambiar el modelo económico que se está siguiendo para la recuperación económica, y que a la vista está, no da los resultados esperados, tan sólo más paro y más crisis. En lugar de seguir inyectando dinero a los bancos, para que éstos continúen repartiendo beneficios entre sus accionistas, pagando indecentes indemnizaciones a sus directivos y estrangulando la economía, hay que incentivar la producción industrial, generar créditos para las PYMEs y prorrogar en el tiempo la disminución del déficit público.
Con estas medidas podrá generarse empleo, y pagar así la protección social y el modelo democrático que la ética y los valores europeos defienden desde siempre, con un incremento del consumo y de los impuestos percibidos por la actividad económica.
Nada que ver todo esto con el vergonzante modelo que está proponiendo la patronal -según las declaraciones interesadas de Joan Rosell- que echada en los brazos de su dios Mercado y con la complicidad sacerdotal –lo veremos en unos días- de políticos neoliberales, quiere bajar los sueldos, incrementar los despidos, crear “mini trabajos” y mini contratos, disminuir la protección social y lograr la privatización, para beneficio de sus empresas, de las partes rentables de los servicios públicos. No auguro nada bueno para la negociación con los sindicatos.
La edad de la esclavitud pasó hace tiempo; no se puede seguir pagando a una persona con un poco más de lo que necesita para comer, ni quebrar sus esperanzas de futuro por unas deudas debidas a una actuación bancaria nefasta. Y si la deslocalización de la producción ha logrado puestos de trabajo, con esos sueldos miserables, en otros países del mundo, la solución no es la de imponer aquí sueldos similares, sino terminar con las políticas de mercado que han logrado esa deslocalización y conseguir que todos los países adopten una ética social y laboral similares. Y esta es la función de Europa y de Occidente. Ya que los problemas son globales, también las soluciones a adoptar deben ser globales, en caso contrario no funcionarán. Y para ello necesitamos a políticos de talla, verdaderos estadistas, como Schuman, de Gasperi o Adenauer, que no se dobleguen ante la tiranía de los mercados; y a sociedades vertebradas que puedan, sepan, y tengan el valor de dar ese necesario apoyo a los políticos, para que cumplan los objetivos marcados y recuperen la democracia, secuestrada por especuladores y banqueros.
En este sentido hay que considerar como muy positivo el nacimiento y desarrollo de movimientos en Europa que, como los indignados en España, representan la expresión popular en favor de sistemas de representación más plurales y de economías más justas. Buscan la consecución de una nueva sociedad que les permita dejar de ser sólo votantes, necesarios en un momento dado, para poder participar también en la toma de decisiones. Entiendo que muchas personas consideran a estos movimientos como de izquierdas y perjudiciales para los intereses reales del país, pero nada más lejos de la realidad; desde mi punto de vista pueden considerarse un fenómeno similar al de los progresistas de principios del siglo XIX, a los que se tachó de afrancesados, y que tuvieron su indeseable contrapunto en el grito de “vivan las cadenas”, expresión máxima de la tiranía absolutista, y que tanto tiene que ver con el atraso que tuvo nuestro país, respecto del resto de los países del entorno europeo.
Estos movimientos representan la vitalidad de una sociedad que se rebela ante una nueva tiranía, la de los mercados, que puede llevar, lo está haciendo, a los países y sus ciudadanos, a una nueva época de esclavitud.
De la “despreocupación por la política”, que llenaba la boca de quejas a los políticos de hace un par de años, podemos pasar a una nueva situación que, no lo ignoremos, les está preocupando mucho. Estos jóvenes representan un nuevo aire, que pone en evidencia a determinados políticos, acostumbrados a vivir de la pirueta de un momento, y a que sus vueltas y revueltas siempre produzcan beneficios en sus bolsillos.
Europa debe colocarse de nuevo en la vanguardia del pensamiento y conseguir que la política y la ética vuelvan a imponerse a la economía; y si los políticos europeos que tenemos no dan la talla o están "en el lado oscuro", habrá que buscar otros que puedan llevar adelante lo que Europa y el resto del mundo necesitan. Y para conseguirlo tendremos que exigirlo, y gritarlo.
Eduardo Lizarraga
15 de diciembre de 2011
El pasado 20 de noviembre los españoles concurrimos a las urnas y votamos, algunos al PSOE, otros al PP, o al PNV o a Izquierda Unida, entre otros partidos; había muchas opciones políticas, más que nunca en la historia de la democracia, pero ni yo ni nadie vimos ninguna papeleta que dijera” mercado”, ni nada que se le pareciera. ¿Por qué, entonces, tenemos que estar gobernados por lo que digan esos mercados que ni tan siquiera se han presentado a la elección? ¿Por qué tenemos que estar acosados por ellos? ¿Por qué nuestros políticos tienen que inclinar la cerviz y rendirles pleitesía?
Durante una gran parte del siglo XIX y todo el siglo XX la gran batalla en Europa y América ha sido la de la democracia. Y desde estos continentes se fue extendiendo al resto de los países del mundo. Desde la conocida declaración de los “Derechos del ciudadano” en la Francia revolucionaria, hasta la Constitución de la Unesco, hemos recorrido un largo camino con guerras, revoluciones, fracasos y triunfos, pero el modelo democrático basado, en los derechos del hombre, se fue imponiendo, poco a poco en el mundo.
Y esto fue así hasta que en la década de los ochenta, y no sé muy bien por qué –aunque ya me imagino quiénes andaban detrás-, los líderes de la época, los que contaban en aquel momento, decidieron cambiar las reglas democráticas que regían nuestros países y a nuestros políticos, por las del mercado. Y de aquella deplorable decisión, realizada a la medida de los poderes financieros mundiales, viene la situación actual. El mundo se gobierna desde entonces por una plutocracia, llámesele G8 ó G20, da lo mismo, que tan sólo vela por sus propios intereses. Y gozamos de la corrupción, las burbujas variadas, los paraísos fiscales, la especulación, la economía sumergida, la deslocalización, el éxito del “dinerazo” y la ridiculización de la ética y la moral, entre otras cosas, igualmente agradables.
No podemos continuar así, cediendo lo que nos ha costado tanto esfuerzo y sacrificio, a los aprovechados de siempre, que disfrazando sus normas con el nombre de libertad, están volviendo a esclavizar, de una forma poco sibilina, a la mayoría de los ciudadanos del mundo. La política, la que votamos todos, debe volver a gobernar a la economía y no al revés. Y los políticos, que presumen de liberales o neoliberales, que me da lo mismo, y desarrollan su gestión protegiendo los intereses del mercado, deben dejar de engañarnos, porque no sirven al pueblo, que es quien les ha votado, sirven a los intereses de esa plutocracia, que ha usurpado el poder de la democracia y gobierna en contra de ella. Algún caso tenemos estos últimos días en España; aunque claro está, siempre tuve serias dudas sobre la profundidad del sentimiento democrático de Esperanza Aguirre.
El fracaso de la opción libertad de mercado ha sido espectacular. Y no sólo porque nos ha metido en la mayor crisis económica que contempla la historia moderna del mundo, comparable, tal vez, con la que supuso la destrucción del imperio romano, sino que además está consiguiendo que la crisis se multiplique y se extienda a otros terrenos. Los valores sociales, la alimentación, el medio ambiente, la igualdad, la solidaridad, la educación…todo está siendo afectado por la podredumbre que produce el dinero.
Es preciso dar un golpe de estado contra la plutocracia que nos gobierna, y liberar a la democracia, secuestrada por el poder financiero, devolviéndosela al poder político, que nunca debió cederla.
Y para conseguirlo la receta está clara: más Europa; más UE y menos CEE. La actual deriva de la UE no tiene nada que ver con los objetivos que Europa tenía hace una década. Es preciso centrar los esfuerzos en planteamientos políticos y éticos, dejando en un segundo lugar los económicos, que parece que son los únicos que interesan a Merkel y Sarkozy.
Y en este sentido, el económico, creo que es preciso hacer dos puntualizaciones: que la Europa de los 27 debe poner en marcha los eurobonos, mal que le pese a Merkel, que goza de una excelente y barata financiación para Alemania; porque es la única manera de evitar que las crisis financieras, derivadas de los ataques a la deuda soberana de los países europeos, continúen debilitando nuestro continente y el futuro que representa. Y además, que es necesario cambiar el modelo económico que se está siguiendo para la recuperación económica, y que a la vista está, no da los resultados esperados, tan sólo más paro y más crisis. En lugar de seguir inyectando dinero a los bancos, para que éstos continúen repartiendo beneficios entre sus accionistas, pagando indecentes indemnizaciones a sus directivos y estrangulando la economía, hay que incentivar la producción industrial, generar créditos para las PYMEs y prorrogar en el tiempo la disminución del déficit público.
Con estas medidas podrá generarse empleo, y pagar así la protección social y el modelo democrático que la ética y los valores europeos defienden desde siempre, con un incremento del consumo y de los impuestos percibidos por la actividad económica.
Nada que ver todo esto con el vergonzante modelo que está proponiendo la patronal -según las declaraciones interesadas de Joan Rosell- que echada en los brazos de su dios Mercado y con la complicidad sacerdotal –lo veremos en unos días- de políticos neoliberales, quiere bajar los sueldos, incrementar los despidos, crear “mini trabajos” y mini contratos, disminuir la protección social y lograr la privatización, para beneficio de sus empresas, de las partes rentables de los servicios públicos. No auguro nada bueno para la negociación con los sindicatos.
La edad de la esclavitud pasó hace tiempo; no se puede seguir pagando a una persona con un poco más de lo que necesita para comer, ni quebrar sus esperanzas de futuro por unas deudas debidas a una actuación bancaria nefasta. Y si la deslocalización de la producción ha logrado puestos de trabajo, con esos sueldos miserables, en otros países del mundo, la solución no es la de imponer aquí sueldos similares, sino terminar con las políticas de mercado que han logrado esa deslocalización y conseguir que todos los países adopten una ética social y laboral similares. Y esta es la función de Europa y de Occidente. Ya que los problemas son globales, también las soluciones a adoptar deben ser globales, en caso contrario no funcionarán. Y para ello necesitamos a políticos de talla, verdaderos estadistas, como Schuman, de Gasperi o Adenauer, que no se dobleguen ante la tiranía de los mercados; y a sociedades vertebradas que puedan, sepan, y tengan el valor de dar ese necesario apoyo a los políticos, para que cumplan los objetivos marcados y recuperen la democracia, secuestrada por especuladores y banqueros.
En este sentido hay que considerar como muy positivo el nacimiento y desarrollo de movimientos en Europa que, como los indignados en España, representan la expresión popular en favor de sistemas de representación más plurales y de economías más justas. Buscan la consecución de una nueva sociedad que les permita dejar de ser sólo votantes, necesarios en un momento dado, para poder participar también en la toma de decisiones. Entiendo que muchas personas consideran a estos movimientos como de izquierdas y perjudiciales para los intereses reales del país, pero nada más lejos de la realidad; desde mi punto de vista pueden considerarse un fenómeno similar al de los progresistas de principios del siglo XIX, a los que se tachó de afrancesados, y que tuvieron su indeseable contrapunto en el grito de “vivan las cadenas”, expresión máxima de la tiranía absolutista, y que tanto tiene que ver con el atraso que tuvo nuestro país, respecto del resto de los países del entorno europeo.
Estos movimientos representan la vitalidad de una sociedad que se rebela ante una nueva tiranía, la de los mercados, que puede llevar, lo está haciendo, a los países y sus ciudadanos, a una nueva época de esclavitud.
De la “despreocupación por la política”, que llenaba la boca de quejas a los políticos de hace un par de años, podemos pasar a una nueva situación que, no lo ignoremos, les está preocupando mucho. Estos jóvenes representan un nuevo aire, que pone en evidencia a determinados políticos, acostumbrados a vivir de la pirueta de un momento, y a que sus vueltas y revueltas siempre produzcan beneficios en sus bolsillos.
Europa debe colocarse de nuevo en la vanguardia del pensamiento y conseguir que la política y la ética vuelvan a imponerse a la economía; y si los políticos europeos que tenemos no dan la talla o están "en el lado oscuro", habrá que buscar otros que puedan llevar adelante lo que Europa y el resto del mundo necesitan. Y para conseguirlo tendremos que exigirlo, y gritarlo.
Eduardo Lizarraga
15 de diciembre de 2011
martes, 13 de diciembre de 2011
Con alas hacia el sur (Relato en dos folios)
Wilbur estaba ya despierto mucho antes de que en el reloj de la cercana iglesia del pueblo dieran las siete; a su lado, en una cama más pequeña, dormía su hermano Orville. Amanecía una mañana de sábado, fresca y luminosa; desde la calle llegaban las voces de los vecinos más madrugadores, pero del interior de la casa aún no se percibía ningún ruido. Los minutos pasaban despacio, hasta que por fin, unos crujidos en la escalera, le indicaron que su madre subía a despertarles. Casi simultáneamente, el reloj de la torre comenzó a dar la hora y la respiración tranquila de su hermano se interrumpió, sobresaltada por unos golpes en la puerta. ¡Ya era la hora!
- ¡Vamos chicos! que enseguida van a venir a buscaros, y tenéis que desayunar –les animó su madre.
Saltaron de la cama con los rostros alegres; se vistieron y desayunaron sin tardanza, ni tan siquiera Wilbur protestó con las galletas. El gran día comenzaba.
A las ocho, junto con otros chicos del colegio, tomarían el tren y tras un viaje de casi cuatro horas llegarían a Cincinnati. Allí les esperaba Buffalo Bill, con su espectáculo del salvaje oeste. Se lo llevaban prometiendo desde antes de final de curso; sólo los más aplicados de la escuela dominical cogerían el tren. Y aquel había sido un gran acicate pues nunca, en toda la historia de Dayton, se había visto igual puntualidad en la escuela los domingos por la mañana, ni tal aplicación en aprenderse los versículos de la biblia, ni semejante entusiasmo entonando los salmos, sin distraerse ni un momento mirando por las ventanas. Así las cosas, casi veinte chicos y chicas, incluyendo, de forma sorprendente, algunos de los más revoltosos, se encontrarían en la estación esta mañana. Les acompañaría en la excursión la señorita Dawson, completamente aterrorizada de tener que hacer casi 70 kilómetros en tren, con aquella caterva de enloquecidos muchachos.
Con los ligeros pies que dan los pocos años y el corazón alegre, los dos hermanos, junto a su vecino Charles, que también era de la partida, volaron más que corrieron hasta la estación. Allí, junto a la señorita Dawson, que llevaba para la ocasión un inmenso sombrero morado lleno de plumas y cintas de colores, se encontraban ya un buen número de sus compañeros de aventura, bien pertrechados con sus cestas de comida. Con risas y gran algazara subieron al tren, que estaba en el andén esperándoles, y se repartieron por los compartimentos de uno de los dos vagones del convoy. Salvo que se subiera algún pasajero más, en cualquiera de las tres estaciones que había desde Dayton hasta Cincinnati, serían los únicos viajeros.
Tras poner un poco de orden, todo el que pudo, entre los inquietos aventureros, la señorita Dawson se sentó, resoplando, con el grupo más numeroso, entre ellos Wilbur y Orville, en el compartimento más cercano al tandem, que va tras la locomotora. Los rostros de los muchachos se mostraban alegres y sus conversaciones entusiasmadas por lo que les esperaba: Buffalo Bill, Wild Bill Heacock, Toro Sentado, Juanita Calamidad… todas las leyendas, e historias que les habían emocionado desde niños se iban a hacer realidad en poco más de tres horas. Cuando a las ocho en punto el tren arrancó, dejando oír un largo silbido, los vivas y los gritos fueron generales. La señorita Dawson espantada y con severas dudas sobre si podría arrostrar lo que quedaba del día, se hundió un poco más en su asiento, al lado de la ventana.
Todo era motivo de gritos y jaleo, que si he visto un caballo, que si por allí hay unas casas o un rebaño de vacas. Para muchos era su primer viaje en ferrocarril y estaban algo impresionados por la velocidad y los ruidos de la locomotora, que dejaba escapar el vapor por las válvulas. Poco a poco se fueron calmando y ocupando sus asientos. En el andén, el maquinista, el señor Sugar –no sabían si el nombre era verdadero o de broma, porque era negro como el carbón- les había comentado que el viaje duraría más de tres horas y alcanzarían la velocidad de 40 kms por hora en algunos tramos.
- Nos pararemos en Brock Meadows para repostar carbón y agua. Sólo estaremos quince minutos allí y no quiero que os bajéis- les había advertido. ¿De acuerdo señorita Dawson? –dijo mirándola con severidad.
La pobre señorita Dawson solo pudo balbucear un ¡si señor! viendo aquel hombre tan grande y tan negro que le hablaba.
El calor comenzaba a sentirse en el vagón, y a pesar de que ya les habían advertido que no lo hicieran, Charles, el vecino de Wilbur y Orville, abrió la ventana del compartimento, para que entrara un poco de aire. La señorita Dawson, a la que la situación no quitaba su costumbre de dormitar a la menor ocasión que se le presentara, estaba echando un sueñecito, con su magnífico sombrero sobre las rodillas. Y en eso estaban unos y otros, cuando unas cuantas carbonillas encendidas se colaron en el vagón. Como no podía ser menos la mitad de ellas fueron a parar al inmenso sombrero, lleno de plumas y cintas, de la dormida señorita Dawson. Su despertar, con el sombrero echando humo, como si de la locomotora se tratara, fue de todo menos agradable. Manotazos en el aire, y pisotones cuando llegó al suelo, aún humeante, junto al agua de una botella, convirtieron el orgullo de la señorita Dawson en una especie de pingo aplastado, que más que sombrero recordaba a una rata tras salir del agua.
Los silbidos de la locomotora anunciaron que llegaban a la parada de Brock Meadows y los chicos prefirieron cambiar la cara, roja de indignación y vergüenza de la señorita Dawson, por la visión del montón de carbón y el depósito de agua que se encontraban al lado de la vía.
Los insultos y gritos de Sugar y su ayudante Pitt, el carbonero, indicaron a los chicos que algo marchaba mal. Asomados algunos a las ventanas, que ahora todos habían bajado, y apeados del tren los más audaces, pudieron observar como Sugar y su ayudante miraban el depósito de agua maldiciendo con indignación.
- ¡Peste de idiotas con pistola! gritaba Sugar
- Seguro que han sido Flint y su banda –aseguraba el pequeño y tiznado ayudante- mira que juntos y bien colocados están los disparos.
En el depósito de agua, en su borde inferior, alguien había utilizado un viejo cartel de “Se busca” para practicar el tiro al blanco. Un agujero en cada uno de sus ojos, otro en su boca y otro en su nariz; la mueca era de risa. Pero de agua no quedaba ni una gota.
- Pues habrá que irse hasta Stockton para decir que nos hemos quedado aquí tirados con el convoy –sentenció Sugar- así que ya estás poniéndote en marcha, y rapidito.
- Ya es fácil decirlo, pero son casi veinte millas, tengo para seis horas en el mejor de los casos; despídete de las cervezas de Anita la complaciente –le contestó Pitt con bastante sorna y algo cabreado, porque en el exiguo escalafón del convoy le tocaba obedecer y caminar.
Y a sentencia de sus ilusiones resonó la afirmación de Pitt en el ánimo de los entristecidos excursionistas, sobre todo cuando vieron a Sugar tumbarse todo lo largo que era, sobre el ahora inútil montón de carbón, echarse la gorra sobre los ojos y ponerse a roncar inmediatamente.
- Mira Wilbur –dijo Orville a su hermano mirando una lejana ave que volaba hacia el sur, en dirección a Cincinnati- si tuviéramos alas estaríamos allí enseguida.
Pasada la medianoche el convoy entraba en Dayton, sin las risas ni la alegría de la mañana; somnolientos y apesadumbrados, los chicos se fueron dirigiendo a sus casas. También la señorita Dawson, que llevaba en su mano izquierda los restos de lo que fuera su magnífico sombrero.
Orville , Wilbur y Charles subían despacio la calle para irse a dormir. Wilbur todavía mascullaba entre dientes ¡Si hubiéramos tenido alas!
Veinte años después, en los llanos de Kitty Hawk, y mientras Wilbur Wright se bajaba del Flyer para abrazar a su hermano, que había permanecido en tierra, un ave, que volaba alto hacia el sur, les hizo recordar la razón de que estuvieran allí. Había nacido la aviación.
Eduardo Lizarraga
Diciembre de 2011
- ¡Vamos chicos! que enseguida van a venir a buscaros, y tenéis que desayunar –les animó su madre.
Saltaron de la cama con los rostros alegres; se vistieron y desayunaron sin tardanza, ni tan siquiera Wilbur protestó con las galletas. El gran día comenzaba.
A las ocho, junto con otros chicos del colegio, tomarían el tren y tras un viaje de casi cuatro horas llegarían a Cincinnati. Allí les esperaba Buffalo Bill, con su espectáculo del salvaje oeste. Se lo llevaban prometiendo desde antes de final de curso; sólo los más aplicados de la escuela dominical cogerían el tren. Y aquel había sido un gran acicate pues nunca, en toda la historia de Dayton, se había visto igual puntualidad en la escuela los domingos por la mañana, ni tal aplicación en aprenderse los versículos de la biblia, ni semejante entusiasmo entonando los salmos, sin distraerse ni un momento mirando por las ventanas. Así las cosas, casi veinte chicos y chicas, incluyendo, de forma sorprendente, algunos de los más revoltosos, se encontrarían en la estación esta mañana. Les acompañaría en la excursión la señorita Dawson, completamente aterrorizada de tener que hacer casi 70 kilómetros en tren, con aquella caterva de enloquecidos muchachos.
Con los ligeros pies que dan los pocos años y el corazón alegre, los dos hermanos, junto a su vecino Charles, que también era de la partida, volaron más que corrieron hasta la estación. Allí, junto a la señorita Dawson, que llevaba para la ocasión un inmenso sombrero morado lleno de plumas y cintas de colores, se encontraban ya un buen número de sus compañeros de aventura, bien pertrechados con sus cestas de comida. Con risas y gran algazara subieron al tren, que estaba en el andén esperándoles, y se repartieron por los compartimentos de uno de los dos vagones del convoy. Salvo que se subiera algún pasajero más, en cualquiera de las tres estaciones que había desde Dayton hasta Cincinnati, serían los únicos viajeros.
Tras poner un poco de orden, todo el que pudo, entre los inquietos aventureros, la señorita Dawson se sentó, resoplando, con el grupo más numeroso, entre ellos Wilbur y Orville, en el compartimento más cercano al tandem, que va tras la locomotora. Los rostros de los muchachos se mostraban alegres y sus conversaciones entusiasmadas por lo que les esperaba: Buffalo Bill, Wild Bill Heacock, Toro Sentado, Juanita Calamidad… todas las leyendas, e historias que les habían emocionado desde niños se iban a hacer realidad en poco más de tres horas. Cuando a las ocho en punto el tren arrancó, dejando oír un largo silbido, los vivas y los gritos fueron generales. La señorita Dawson espantada y con severas dudas sobre si podría arrostrar lo que quedaba del día, se hundió un poco más en su asiento, al lado de la ventana.
Todo era motivo de gritos y jaleo, que si he visto un caballo, que si por allí hay unas casas o un rebaño de vacas. Para muchos era su primer viaje en ferrocarril y estaban algo impresionados por la velocidad y los ruidos de la locomotora, que dejaba escapar el vapor por las válvulas. Poco a poco se fueron calmando y ocupando sus asientos. En el andén, el maquinista, el señor Sugar –no sabían si el nombre era verdadero o de broma, porque era negro como el carbón- les había comentado que el viaje duraría más de tres horas y alcanzarían la velocidad de 40 kms por hora en algunos tramos.
- Nos pararemos en Brock Meadows para repostar carbón y agua. Sólo estaremos quince minutos allí y no quiero que os bajéis- les había advertido. ¿De acuerdo señorita Dawson? –dijo mirándola con severidad.
La pobre señorita Dawson solo pudo balbucear un ¡si señor! viendo aquel hombre tan grande y tan negro que le hablaba.
El calor comenzaba a sentirse en el vagón, y a pesar de que ya les habían advertido que no lo hicieran, Charles, el vecino de Wilbur y Orville, abrió la ventana del compartimento, para que entrara un poco de aire. La señorita Dawson, a la que la situación no quitaba su costumbre de dormitar a la menor ocasión que se le presentara, estaba echando un sueñecito, con su magnífico sombrero sobre las rodillas. Y en eso estaban unos y otros, cuando unas cuantas carbonillas encendidas se colaron en el vagón. Como no podía ser menos la mitad de ellas fueron a parar al inmenso sombrero, lleno de plumas y cintas, de la dormida señorita Dawson. Su despertar, con el sombrero echando humo, como si de la locomotora se tratara, fue de todo menos agradable. Manotazos en el aire, y pisotones cuando llegó al suelo, aún humeante, junto al agua de una botella, convirtieron el orgullo de la señorita Dawson en una especie de pingo aplastado, que más que sombrero recordaba a una rata tras salir del agua.
Los silbidos de la locomotora anunciaron que llegaban a la parada de Brock Meadows y los chicos prefirieron cambiar la cara, roja de indignación y vergüenza de la señorita Dawson, por la visión del montón de carbón y el depósito de agua que se encontraban al lado de la vía.
Los insultos y gritos de Sugar y su ayudante Pitt, el carbonero, indicaron a los chicos que algo marchaba mal. Asomados algunos a las ventanas, que ahora todos habían bajado, y apeados del tren los más audaces, pudieron observar como Sugar y su ayudante miraban el depósito de agua maldiciendo con indignación.
- ¡Peste de idiotas con pistola! gritaba Sugar
- Seguro que han sido Flint y su banda –aseguraba el pequeño y tiznado ayudante- mira que juntos y bien colocados están los disparos.
En el depósito de agua, en su borde inferior, alguien había utilizado un viejo cartel de “Se busca” para practicar el tiro al blanco. Un agujero en cada uno de sus ojos, otro en su boca y otro en su nariz; la mueca era de risa. Pero de agua no quedaba ni una gota.
- Pues habrá que irse hasta Stockton para decir que nos hemos quedado aquí tirados con el convoy –sentenció Sugar- así que ya estás poniéndote en marcha, y rapidito.
- Ya es fácil decirlo, pero son casi veinte millas, tengo para seis horas en el mejor de los casos; despídete de las cervezas de Anita la complaciente –le contestó Pitt con bastante sorna y algo cabreado, porque en el exiguo escalafón del convoy le tocaba obedecer y caminar.
Y a sentencia de sus ilusiones resonó la afirmación de Pitt en el ánimo de los entristecidos excursionistas, sobre todo cuando vieron a Sugar tumbarse todo lo largo que era, sobre el ahora inútil montón de carbón, echarse la gorra sobre los ojos y ponerse a roncar inmediatamente.
- Mira Wilbur –dijo Orville a su hermano mirando una lejana ave que volaba hacia el sur, en dirección a Cincinnati- si tuviéramos alas estaríamos allí enseguida.
Pasada la medianoche el convoy entraba en Dayton, sin las risas ni la alegría de la mañana; somnolientos y apesadumbrados, los chicos se fueron dirigiendo a sus casas. También la señorita Dawson, que llevaba en su mano izquierda los restos de lo que fuera su magnífico sombrero.
Orville , Wilbur y Charles subían despacio la calle para irse a dormir. Wilbur todavía mascullaba entre dientes ¡Si hubiéramos tenido alas!
Veinte años después, en los llanos de Kitty Hawk, y mientras Wilbur Wright se bajaba del Flyer para abrazar a su hermano, que había permanecido en tierra, un ave, que volaba alto hacia el sur, les hizo recordar la razón de que estuvieran allí. Había nacido la aviación.
Eduardo Lizarraga
Diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
La hora de pisar callos
El melón ya está abierto; el país ha decidido de forma mayoritaria optar por la opción de Rajoy para intentar salir de la crisis económica, y yo añadiría de valores, en la que estamos inmersos. La victoria del PP ha sido indiscutible, sin paliativos. El candidato de Génova ha conseguido mantener los votos que tuvo en el 2008 y añadir un buen número más. Todo lo contrario a su principal adversario, el PSOE, que además de no conseguir movilizar a los suyos, ha dejado crecer, en su terreno del espectro político, a partidos que casi eran extraparlamentarios, o no tenían ni grupo político. La atomización de las opciones de izquierda es un hecho que puede traer consecuencias poco deseables en el futuro.
Así las cosas, y pasadas poco más de dos semanas desde la consulta electoral del 20N, ya pueden comenzar a verse algunas de las líneas maestras que marcarán la próxima legislatura; la de Rajoy, la de la mayoría absoluta del PP.
Parecía que tras el triunfo absoluto en las autonómicas, tan sólo tendríamos que fijarnos en las actuaciones de sus lugartenientes, Cospedal y Aguirre, para saber por dónde podría ir el Gobierno de Rajoy: venta de empresas públicas, desmantelamiento de la Sanidad o de la Educación… Y de todo esto habrá con seguridad; pero la holgada mayoría absoluta obtenida, sumada al poder territorial en las CC. AA. – casi el 80%- podría forzar, como una paradoja no prevista, a que la tesitura no sea tan cómoda como a primera vista parece. El quid de la cuestión estriba en la siguiente pregunta: ¿Quiere ser Rajoy político o se siente estadista?
El país ha otorgado, al registrador de la propiedad gallego, un poder de decisión que no había tenido hasta ahora ningún gobernante, ni del Partido Popular ni del PSOE. Y con ello le coloca en la situación de tener que hacerlo todo bien, sin paliativos. Pasado el primer momento de culpar a la herencia socialista por la situación del país, no habrá posibles disculpas, ni hipotecas con un partido o con otro. Ni necesita a CIU, ni al PNV ni a Coalición Canaria; todas sus decisiones serán soberanas, y acertadas o no, serán tan sólo suyas. Y esto es una gran responsabilidad.
A ello hay que añadir que no habrá autonomías, exceptuando a Cataluña, Canarias y País Vasco, -veremos qué sucede con Andalucía- que no estén gobernadas por alguno de sus barones. Lo que conlleva una cierta dificultad a la hora de dirimir entre sus diferentes intereses y de apretarles el cinturón. O tal vez no haya dificultad alguna y sólo tenga que tomar las decisiones más justas para todos, aunque a algunos no les guste.
Rajoy se enfrenta a dos grandes retos; por un lado la necesaria disminución del gasto público para cumplir los criterios de déficit marcados por la UE, y por otro el desempleo, que podría llegar el año que viene a superar el 25% de la población activa. Y va a tener que tomar medidas dolorosas en los dos aspectos.
Cuando llegue la bronca de la reforma laboral, que la habrá, con los sindicatos en pie de guerra, Rajoy deberá disponer ante la población de un margen de credibilidad, que deberá ganar en el campo de la lucha contra el despilfarro, la corrupción y los excesos autonómicos. No puede hacer el esfuerzo sólo en la dirección de recortar los derechos y los sueldos, subir los impuestos y bajar las prestaciones; también deberá enfrentarse a las peticiones y prebendas de muchos de los que le han ayudado a llegar, si el café es negro y amargo, lo deberá ser para todos.
Una de sus primeras luchas, y ya lo había anunciado durante la campaña, será la de solucionar las duplicidades o triplicidades que se producen entre los distintos niveles de la Administración española: municipal, autonómico y estatal. Se trata de evitar el gasto superfluo.
Durante los ocho años de Administración socialista, años de vacas gordas, no lo olvidemos, se incrementó el número de funcionarios en más de 400.000 personas. Lo que no se compadece ni con el mismo crecimiento del PIB ni con el de la población. Ese incremento del funcionariado al que podemos sumar un desmedido despilfarro en coches oficiales, viajes innecesarios, gastos suntuarios, mobiliario de lujo, obras faraónicas… suma un total de más de 50.000 millones de euros desde 2004. Y hablamos de todas las Administraciones, porque en eso del despilfarro y la contratación excesiva, favoreciendo a los amigos, no hay colores políticos.
Y todas esas Administraciones, sin distinción de color, son las que deben al Estado 24.000 millones de euros. Y aplicando el conocido “donde dije digo ahora digo Diego”, Rajoy, que ya se ha puesto el gorro de estado, quiere cobrarlos sin más demora.
Si Rajoy quiere ganar credibilidad para poder adoptar sin un excesivo coste político, que lo tendrá, las medidas que va a tomar, deberá recortar el tamaño de todas las Administraciones y cerrar un buen número de empresas públicas. Empresas que tan sólo sirven de pesebre político, con salarios desorbitados en la mayoría de los casos. Y esas entidades se crearon en Aragón, Galicia, Castilla la Mancha o Murcia, por poner un ejemplo. Es necesario un adelgazamiento en la Administración que, es preciso decirlo, no funciona ahora mejor que antes. Existen casi 2400 entidades públicas, y de momento tan sólo se ha suprimido poco más de una treintena. Tendrá que actuar y aplicar la política de recortes dando ejemplo, aunque pise callos.
Y evitar la duplicidad o triplicidad también pasa por evitar que determinadas personas puedan acumular empleos y sueldos de forma desmedida. O que se suban el sueldo, como en los ayuntamientos, cuando les parece bien. Ya se que estas acciones pueden ser “el chocolate del loro”, pero le darán credibilidad, y además, poco a poco se hace montón. Y no voy a poner el ejemplo de Cospedal, que ya lo mencioné en una ocasión anterior, pero si el de Isabel Carrasco, Presidenta de la Diputación de León, que acumula 12 cargos diferentes, e ingresos por más de 160.000 euros. Esto es incompatible con la intención de limitar el gasto de las Administraciones, e inmoral en la situación de desempleo en la que nos movemos.
Las medidas tomadas por la Administración catalana, que ya están originando movimientos en la calle, podrían ser un ejemplo de lo que deben esperar los funcionarios del Estado y de otras administraciones a partir de enero: congelación de contrataciones, bajadas de sueldo, despido de personal contratado, medias pagas extraordinarias…
La lucha contra la corrupción, en todos los órdenes y contra el fraude fiscal deben ser otras de las banderas del Gobierno del PP si se quiere enfrentar a lo que le llega el año próximo con medianas perspectivas. No se puede seguir incrementando la presión fiscal sobre las nóminas, que además por desgracia son cada vez menos, y dejar que las grandes fortunas y los bancos sigan disfrutando de beneficios y favores que los demás no tienen, aunque hayan sido nuestros más fieles partidarios. Tampoco se pueden seguir sufriendo los sobresaltos y sofocos de indignación de los últimos meses, cada vez que se hacen públicos los sueldos e indemnizaciones de los consejeros de Cajas de Ahorros, que en muchos de los casos están en situación de quiebra.
Y esta lucha contra la corrupción pasa necesariamente por una mayor transparencia de las Administraciones. Ocupar el puesto 31 en este sentido, en un ranking de 162 países, no es para sentirse orgullosos. Es preciso dar un impulso definitivo a la Ley de Acceso a la Información Pública que está aparcada desde hace años y que podría haber evitado, sin duda alguna, muchos de los casos de corrupción administrativa que se han dado en los últimos años.
Nuestro próximo presidente va a tener que hacer un esfuerzo importante, explicando mejor la política de recortes y predicando con el ejemplo.
Eduardo Lizarraga
3 de diciembre de 2011
Así las cosas, y pasadas poco más de dos semanas desde la consulta electoral del 20N, ya pueden comenzar a verse algunas de las líneas maestras que marcarán la próxima legislatura; la de Rajoy, la de la mayoría absoluta del PP.
Parecía que tras el triunfo absoluto en las autonómicas, tan sólo tendríamos que fijarnos en las actuaciones de sus lugartenientes, Cospedal y Aguirre, para saber por dónde podría ir el Gobierno de Rajoy: venta de empresas públicas, desmantelamiento de la Sanidad o de la Educación… Y de todo esto habrá con seguridad; pero la holgada mayoría absoluta obtenida, sumada al poder territorial en las CC. AA. – casi el 80%- podría forzar, como una paradoja no prevista, a que la tesitura no sea tan cómoda como a primera vista parece. El quid de la cuestión estriba en la siguiente pregunta: ¿Quiere ser Rajoy político o se siente estadista?
El país ha otorgado, al registrador de la propiedad gallego, un poder de decisión que no había tenido hasta ahora ningún gobernante, ni del Partido Popular ni del PSOE. Y con ello le coloca en la situación de tener que hacerlo todo bien, sin paliativos. Pasado el primer momento de culpar a la herencia socialista por la situación del país, no habrá posibles disculpas, ni hipotecas con un partido o con otro. Ni necesita a CIU, ni al PNV ni a Coalición Canaria; todas sus decisiones serán soberanas, y acertadas o no, serán tan sólo suyas. Y esto es una gran responsabilidad.
A ello hay que añadir que no habrá autonomías, exceptuando a Cataluña, Canarias y País Vasco, -veremos qué sucede con Andalucía- que no estén gobernadas por alguno de sus barones. Lo que conlleva una cierta dificultad a la hora de dirimir entre sus diferentes intereses y de apretarles el cinturón. O tal vez no haya dificultad alguna y sólo tenga que tomar las decisiones más justas para todos, aunque a algunos no les guste.
Rajoy se enfrenta a dos grandes retos; por un lado la necesaria disminución del gasto público para cumplir los criterios de déficit marcados por la UE, y por otro el desempleo, que podría llegar el año que viene a superar el 25% de la población activa. Y va a tener que tomar medidas dolorosas en los dos aspectos.
Cuando llegue la bronca de la reforma laboral, que la habrá, con los sindicatos en pie de guerra, Rajoy deberá disponer ante la población de un margen de credibilidad, que deberá ganar en el campo de la lucha contra el despilfarro, la corrupción y los excesos autonómicos. No puede hacer el esfuerzo sólo en la dirección de recortar los derechos y los sueldos, subir los impuestos y bajar las prestaciones; también deberá enfrentarse a las peticiones y prebendas de muchos de los que le han ayudado a llegar, si el café es negro y amargo, lo deberá ser para todos.
Una de sus primeras luchas, y ya lo había anunciado durante la campaña, será la de solucionar las duplicidades o triplicidades que se producen entre los distintos niveles de la Administración española: municipal, autonómico y estatal. Se trata de evitar el gasto superfluo.
Durante los ocho años de Administración socialista, años de vacas gordas, no lo olvidemos, se incrementó el número de funcionarios en más de 400.000 personas. Lo que no se compadece ni con el mismo crecimiento del PIB ni con el de la población. Ese incremento del funcionariado al que podemos sumar un desmedido despilfarro en coches oficiales, viajes innecesarios, gastos suntuarios, mobiliario de lujo, obras faraónicas… suma un total de más de 50.000 millones de euros desde 2004. Y hablamos de todas las Administraciones, porque en eso del despilfarro y la contratación excesiva, favoreciendo a los amigos, no hay colores políticos.
Y todas esas Administraciones, sin distinción de color, son las que deben al Estado 24.000 millones de euros. Y aplicando el conocido “donde dije digo ahora digo Diego”, Rajoy, que ya se ha puesto el gorro de estado, quiere cobrarlos sin más demora.
Si Rajoy quiere ganar credibilidad para poder adoptar sin un excesivo coste político, que lo tendrá, las medidas que va a tomar, deberá recortar el tamaño de todas las Administraciones y cerrar un buen número de empresas públicas. Empresas que tan sólo sirven de pesebre político, con salarios desorbitados en la mayoría de los casos. Y esas entidades se crearon en Aragón, Galicia, Castilla la Mancha o Murcia, por poner un ejemplo. Es necesario un adelgazamiento en la Administración que, es preciso decirlo, no funciona ahora mejor que antes. Existen casi 2400 entidades públicas, y de momento tan sólo se ha suprimido poco más de una treintena. Tendrá que actuar y aplicar la política de recortes dando ejemplo, aunque pise callos.
Y evitar la duplicidad o triplicidad también pasa por evitar que determinadas personas puedan acumular empleos y sueldos de forma desmedida. O que se suban el sueldo, como en los ayuntamientos, cuando les parece bien. Ya se que estas acciones pueden ser “el chocolate del loro”, pero le darán credibilidad, y además, poco a poco se hace montón. Y no voy a poner el ejemplo de Cospedal, que ya lo mencioné en una ocasión anterior, pero si el de Isabel Carrasco, Presidenta de la Diputación de León, que acumula 12 cargos diferentes, e ingresos por más de 160.000 euros. Esto es incompatible con la intención de limitar el gasto de las Administraciones, e inmoral en la situación de desempleo en la que nos movemos.
Las medidas tomadas por la Administración catalana, que ya están originando movimientos en la calle, podrían ser un ejemplo de lo que deben esperar los funcionarios del Estado y de otras administraciones a partir de enero: congelación de contrataciones, bajadas de sueldo, despido de personal contratado, medias pagas extraordinarias…
La lucha contra la corrupción, en todos los órdenes y contra el fraude fiscal deben ser otras de las banderas del Gobierno del PP si se quiere enfrentar a lo que le llega el año próximo con medianas perspectivas. No se puede seguir incrementando la presión fiscal sobre las nóminas, que además por desgracia son cada vez menos, y dejar que las grandes fortunas y los bancos sigan disfrutando de beneficios y favores que los demás no tienen, aunque hayan sido nuestros más fieles partidarios. Tampoco se pueden seguir sufriendo los sobresaltos y sofocos de indignación de los últimos meses, cada vez que se hacen públicos los sueldos e indemnizaciones de los consejeros de Cajas de Ahorros, que en muchos de los casos están en situación de quiebra.
Y esta lucha contra la corrupción pasa necesariamente por una mayor transparencia de las Administraciones. Ocupar el puesto 31 en este sentido, en un ranking de 162 países, no es para sentirse orgullosos. Es preciso dar un impulso definitivo a la Ley de Acceso a la Información Pública que está aparcada desde hace años y que podría haber evitado, sin duda alguna, muchos de los casos de corrupción administrativa que se han dado en los últimos años.
Nuestro próximo presidente va a tener que hacer un esfuerzo importante, explicando mejor la política de recortes y predicando con el ejemplo.
Eduardo Lizarraga
3 de diciembre de 2011
martes, 22 de noviembre de 2011
Los cuatro jinetes (Relato en dos folios)
El escaso viento del atardecer apenas henchía las velas y Stéfano las veía flamear con algo de preocupación. Dejaban atrás el puerto de Bathus y a la proa se abría el mar Negro; su padre, apoyado junto a él en la baranda del castillo de popa, poniendo con firmeza la mano en su hombro, le tranquilizó:
- No te preocupes hijo, aunque despacio, vamos dejando atrás la costa y los tártaros no tienen barcos, al menos de momento.
- Lo sé padre, pero me da pena dejar atrás a toda esa gente. En el puerto ya sólo quedaba el barco de los genoveses, que estaba terminando de cargar los bastimentos. ¿Piensas que resistirá la ciudad?
- ¡Ni un solo día Stéfano!, los tártaros son muchos, tienen demasiada hambre y las murallas de Bathus hace tiempo que dejaron de ser fuertes. Caerá -afirmó pesimista- y cuando caiga será su fin.
Habían estado en Bathus dos meses, vendiendo sus mercancías a los comerciantes locales y cargando el barco de seda, especias y porcelanas que traían las caravanas desde el este. El avance de los tártaros por toda la costa norte del Mar Negro, empujados por una hambruna sin precedentes en las estepas asiáticas, les había obligado a hacerse a la mar antes de lo previsto, aunque llevaban la carga del barco casi al completo.
- Terminaremos de cargar en Caffa, en casa de Neftalí, decía satisfecho Raffaello, el padre de Stéfano, y de allí a casa en tres semanas.
La carraca navegaba hacia el oeste con todas las velas largadas, y en cubierta los marineros, sentados alrededor de la perola, se afanaban preparando algo de cenar. La noche era cálida y tranquila, aunque oscura, y en el cielo se veían todas las estrellas.
No había terminado el primer tercio de la guardia cuando por su popa, a poco más de 90 grados al este, se alzó un súbito resplandor que fue creciendo en intensidad.
- Apenas seis horas desde que salimos, Stéfano, y la ciudad ya está ardiendo. Que Dios tenga piedad de todos ellos. - añadió Raffaello entre dientes, como rezando.
Llevaban tres días navegando, paralelos a la costa, aunque a una distancia prudencial, y muy vigilantes, porque no habían dejado de ver los incendios por las noches y las lejanas humaredas de día, que demostraban la presencia de los tártaros, cuando avistaron el cabo tras el que se alzaba Caffa.
- Padre, ¿cree que los tártaros estarán también aquí?
- ¡Y qué si están!, contestó Raffaello, pues ya se cansarán. Hicimos nosotros, los venecianos, sus murallas y ni turcos, ni árabes, ni búlgaros han podido con ellas. Tampoco los tártaros podrán. Verás como todos están bien y podremos comer en casa de Neftalí como si no pasara nada. Tengo que decirle que en el próximo viaje serás tú quien venga. Yo ya voy algo cansado.
Ya estaban doblando el cabo para entrar en el bien abastecido puerto de Caffa. Tanto venecianos, como genoveses, lo tenían como puerto base para sus singladuras en el Mar Negro y allí, además de comerciar y comprar productos del interior de Rusia, entre ellos el preciado ámbar, podían hacer la aguada y dotar al barco de todos los bastimentos necesarios.
Pero algo raro pasaba en la ciudad, no había ninguna embarcación amarrada a las paredes del puerto, ni tan siquiera las pequeñas barcas de los pescadores. Los muelles se veían desiertos y la ronda de guardia, en lo alto de la almenara sur, no estaba. Despacio, navegando de bolina con sólo algo de vela en el trinquete, se acercaron al muelle principal. No se veía a nadie. Tras saltar desde el barco afirmaron las amarras y tendieron la pasarela. Stéfano, y uno de los marineros, se dirigieron con precaución hacia la ciudad.
- ¡Ten mucho cuidado Stéfano! -le pidió su padre- esto no me gusta nada. Lo primero vamos a llenar los barriles de agua y ya veremos… Acércate a casa de Neftalí, ya sabes dónde está.
Stéfano y el marinero se adentraron en la primera calle y comenzaron a observar cadáveres tirados por el suelo, algunos perros y grupos de ratas se los disputaban.
- Vete hasta la puerta principal- ordenó Stéfano - es por esa calle hasta el final y date prisa. Yo me acercaré a casa de Neftalí.
La casa estaba vacía, la puerta abierta y el interior sin apenas revolver. Era como si sus habitantes se hubieran marchado apresuradamente, aunque no a todos les había dado tiempo, en el patio de atrás, tirados entre la paja y los sacos de grano, estaban los cuerpos de algunos que Stéfano reconoció como criados de Neftalí, tenían el cuerpo lleno de pústulas y bubones sangrientos.
Espantado salió a la calle, y ya era tiempo, porque el marinero regresaba a escape bajando por toda la calle mayor.
-¡Están todos muertos- le gritó -y fuera de la ciudad hay un campamento tártaro también vacío y con muertos sin enterrar!, las puertas de la ciudad están abiertas –terminó entre jadeos.
No miraron nada más, corriendo bajaron hasta el puerto. Stéfano y el marinero le contaron a su padre lo que habían visto.
- ¡La ciudad está vacía y sólo quedan muertos! exclamaron al unísono. No se han llevado nada, los tártaros, que estaban a las puertas, también se han ido.
- En cuanto carguen los barriles de agua soltamos amarras y ponemos rumbo al Bósforo -afirmó Raffaello.
Y así fue, pero no se percataron, que utilizando la pasarela tendida, algunas ratas aprovecharon la oportunidad que se les brindaba y subieron al barco, escondiéndose en el sollado, entre los víveres.
Los vientos les fueron propicios y cruzaron los estrechos sin parar en Costantinopla; en cuatro días más, tras atravesar el mar de Mármara y se situaron en el Egeo y su dédalo de islas. Dejaron Chipre por babor y enfilaron el Mar Jónico con la proa hacia Otranto. Y fue a la vista de esta ciudad cuando tuvieron el primer muerto. Tenía los mismos síntomas de los cadáveres que habían visto en Caffa. Sin miramientos lo tiraron por la borda. A éste le siguieron tres más, entre ellos Raffaello, el padre de Stéfano.
Cuando unos días después entraban por el Gran Canal de Venecia ya sólo quedaban siete tripulantes con Stéfano. Era el 20 de septiembre de 1347 cuando amarraron el barco y corrieron a ver a sus familias.
Eduardo Lizarraga Noviembre de 2011
Nota del autor: La peste negra llegó a Europa en el año 1347 entrando casi con seguridad por Venecia. Mató a 60 millones de personas, casi la mitad de la población europea, entre ellos a reyes, reinas, papas y hombres de ciencia. No fue hasta más de un siglo después, en 1468, cuando el gobierno de la Serenísima República de Venecia firmó un decreto para frenar otro brote de peste. De esta forma nació la palabra cuarentena. De hecho, los tripulantes de las naves provenientes del Mediterráneo, así como quien entrase en contacto con ellos, permanecían 40 días en la isla de Lazzaretto Nuovo. El gobierno de la época reprimía a quien hospedase marineros procedentes de las zonas contagiadas. Europa tardó casi un siglo en recuperarse y cuando lo hizo, muchas cosas habían cambiado para siempre.
sábado, 19 de noviembre de 2011
Las lentejas de Rajoy
Dedicado, con cariño, a mis amigas de la tertulia de los jueves en el Espejo, Pilar, Luz y Montse, especialmente a ésta última que dice, con razón, que tengo muy mal genio.
A escasas horas de que Rubalcaba consume su salida de la política en el altar del deber cumplido, continuamos sin conocer con claridad las medidas de ajuste que el candidato Rajoy nos traerá en su cartera y con las que, sin duda, vaciará las nuestras. Por más que se le ha preguntado, tanto por el sacrificado Rubalcaba, en el esperado y castrado debate electoral, como por periodistas de distintos medios, el silencio y las tácticas de despiste, “a la gallega” han sido la tónica general. Tan sólo gracias a algunos de sus fieles más cercanos, Cospedal y Aguirre, auxiliadas muy eficazmente por el presidente de la patronal madrileña, Arturo Fernández, estamos pudiendo atisbar, en los últimos días, lo que puede ser la política de ajustes, a la que nos veremos abocados, a partir de que el PP se haga con la Moncloa.
Una vez que Rajoy y los suyos se asomen en el balcón de Génova, para escenificar el primer paso de una victoria cantada, Rubalcaba, como manda la tradición, dimitirá de su posición de candidato del PSOE, para comenzarse el proceso que deberá cerrar la crisis soterrada en que se mantiene el partido, desde el congreso en que a Zapatero se le concedió el control del socialismo español. Y cuando Rubalcaba dimita, dejará la política activa, lo que es una lástima por varios motivos: porque ha demostrado, no sólo en este momento sino en toda la trayectoria política que le ha precedido, que es uno de los políticos más solventes que tiene en estos momentos el PSOE; porque su espíritu de responsabilidad hacia el partido y hacia sus ideas ha superado al del resto de sus compañeros; y sobre todo porque, casi con seguridad, ningún otro hubiera podido atenuar la debacle electoral, como lo ha hecho el candidato socialista, haciendo un inmenso favor , tanto al partido, como a la sociedad española, que deberá contar con un PSOE lo más fuerte posible en escaños para lo que se avecina… Pero nadie quiere un perdedor en su equipo y la derrota, que va a ser larga y muy amarga, tiene un protagonista claro.
A partir de la dimisión de Rubalcaba se reabrirá en el PSOE, si es que en algún momento se ha cerrado de verdad, un proceso de cambio y sucesión, que se deberá resolver en un congreso extraordinario, a celebrar no más de noventa días después de las elecciones del 20 N. Y sería de desear que en esta ocasión las distintas familias que integran el partido se pongan de acuerdo para elegir un Secretario General capaz y con prestigio, y no tengan que llegar a una absurda y peligrosa decisión de consenso entre ellos, eligiendo un candidato neutro y paniaguado, que no cumpla las expectativas, con poca trayectoria y escasos apoyos y equipo, como sucedió en la última ocasión. Creo y espero que no sea así; las espadas llevan afilándose mucho tiempo y la hora de “ajustar las cuentas pendientes” se acerca; y eso será bueno. Con la casa limpia y las heridas restañadas, deberán cohesionarse, con lealtad y no sólo de boquilla, en torno al candidato elegido. La travesía del desierto va a ser dura y el agua escasa; cuentan a su favor con la veleidad del votante y con la terrible situación de crisis mundial, que va a comenzar a desgastar al PP desde el preciso momento en que éste comience a gobernar.
Y mientras el socialismo se lame las heridas y entona el “mea culpa”, deuda que tiene por responsabilidad, tanto con los suyos, como con el resto de la sociedad española, el gallego Rajoy, ahora sí, deberá mostrar su programa, ese que han comprado los votantes españoles, y ponerse a gobernar. No creo que lo haga de una vez, sino a poquitos, para que el patio no se le alborote demasiado antes de las navidades, ¡tengamos la fiesta en paz!
La política de ajustes en los derechos sociales, laborales y democráticos va a ser dolorosa para nuestra sociedad; vamos a retroceder muchos años. Y no sólo van a verse afectados los grupos más débiles y marginados; toda la sociedad española, sobre todo la clase media, que como paradoja a tener en cuenta, es la que más ha apoyado al PP, va a sufrir las consecuencias de una política de absoluta sumisión a los mercados, aderezada con las imposiciones de la CEOE, las necesidades de la banca, las apetencias tarifarias de las grandes empresas del sector energético y la caspa de la iglesia española más retrograda.
Rajoy ha vendido a los españoles su capacidad, nunca demostrada, para crear empleo y salir de la crisis, pero no ha dicho cual va a ser el coste de su menú. Y la sociedad española, harta de la incompetencia y zafiedad, demostradas en muchas ocasiones por el equipo de gobierno de Zapatero, ha comprado el plato de lentejas, sin preocuparse de saber primero cómo es y de preguntarse después si el coste no va a ser demasiado alto. Y es que las lentejas, mucho me temo, que además de viudas, van a ser escasas.
La crisis mundial ha afectado a España, como al resto de los países europeos. Y si las consecuencias de paro en nuestro país han sido más dramáticas que en el resto de los 27, se deben, sobre todo, a que nuestra estructura económica era mucho más débil, ante una crisis de estas características, que la del resto de Europa. La crisis se inicia en el sector inmobiliario y financiero, y España era, desde que el PP liberalizó los suelos, medida que como dice mi amiga Pilar fue el inicio de todos nuestros males de corrupción y desatinos inmobiliarios, una víctima propicia para la debacle que vivimos.
Queríamos ser la playa y el apartamento de todos los jubilados europeos, pero éstos ante la crisis financiera prefirieron vender sus casas en nuestra costa y quedarse en sus respectivos países, donde se sentían más protegidos. Queríamos que cada español tuviera su casa en propiedad y recalificamos, construimos y vendimos, a precios imposibles, con mordidas para todos, y con hipotecas desmesuradas. Queríamos ser la envidia de Europa, y nos hemos convertido en uno de sus problemas más acuciantes.
La ya usual mezcla de políticos, banqueros y constructores, creó en nuestro país más de un millón de puestos de trabajo, y puso en el mercado, trayéndolas del futuro, unas ingentes cantidades de dinero, que tiraron del consumo, creando otro millón largo de empleos en industria y servicios. Además, la necesidad de mano de obra barata, para ese “afán constructor”, trajo a España una gran cantidad de inmigrantes que, sin duda alguna, eran necesarios. Ahora los puestos de trabajo en la construcción han desaparecido, el dinero ya no fluye y los servicios y la industria se resienten. Los inmigrantes llegados pasan a formar parte de las colas del INEM y en la costa, y en nuestras ciudades, más de un millón de pisos buscan comprador. Los bancos, que tienen su dinero enterrado en estos suelos e inmuebles, no pueden prestarlo y la situación económica se sigue deteriorando por una prima de riesgo disparada, que encarece hasta lo imposible el dinero que el Estado necesita.
Todos tenemos la culpa de lo que nos está sucediendo; desde el año 2002 se hablaba de que al pinchazo de la burbuja tecnológica podía seguir el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y así ha sido, aunque con cinco años de distancia. El PP inició el proceso en el que estamos ahora, pero el PSOE le siguió con alborozo, secundado por bancos y empresas constructoras, que veían una gran oportunidad de enriquecerse. Eran los años de la bonanza económica, del crecimiento sin medida, del “glamour” del dinero y del poder para unos pocos. Y el resto de la ciudadanía aprovechó la situación como pudo, unos más y otros menos.
Todos tenemos la culpa, pero alguno, los que dirigían el país desde sus múltiples administraciones, tenían la responsabilidad de que esto no sucediera. Y no sólo no hicieron nada por evitarlo, sino que además lo fomentaron con sus incompetencias y corrupciones.
Ahora toca pagar la inmensa deuda que tenemos, pero lo triste de la situación es que no se va a hacer de manera proporcional a lo que obtuvimos cuando fueron las vacas gordas, sino que se va a repartir con desigualdad. A algunos, se les exigirá todo y se les quitará lo que tienen, y a otros, se les perdonará graciosamente lo que deben y se les ayudará a salir de la situación. Esto en cuanto al dinero se trata, porque de los derechos y libertades que nos ha costado más de un siglo conseguir, pocos serán los muebles que salvemos intactos. Y deberemos luchar y movilizarnos para mantenerlos en lo posible.
Creo que hasta al bautizo me tuvieron que llevar pataleando. Y no voy a ser menos en lo que se avecina, porque por dignidad, carácter y vergüenza torera no me voy a arrodillar. Y se que cuando nos muestren el precio de las lentejas muchos dirán lo mismo.
Eduardo Lizarraga
19 de noviembre
A escasas horas de que Rubalcaba consume su salida de la política en el altar del deber cumplido, continuamos sin conocer con claridad las medidas de ajuste que el candidato Rajoy nos traerá en su cartera y con las que, sin duda, vaciará las nuestras. Por más que se le ha preguntado, tanto por el sacrificado Rubalcaba, en el esperado y castrado debate electoral, como por periodistas de distintos medios, el silencio y las tácticas de despiste, “a la gallega” han sido la tónica general. Tan sólo gracias a algunos de sus fieles más cercanos, Cospedal y Aguirre, auxiliadas muy eficazmente por el presidente de la patronal madrileña, Arturo Fernández, estamos pudiendo atisbar, en los últimos días, lo que puede ser la política de ajustes, a la que nos veremos abocados, a partir de que el PP se haga con la Moncloa.
Una vez que Rajoy y los suyos se asomen en el balcón de Génova, para escenificar el primer paso de una victoria cantada, Rubalcaba, como manda la tradición, dimitirá de su posición de candidato del PSOE, para comenzarse el proceso que deberá cerrar la crisis soterrada en que se mantiene el partido, desde el congreso en que a Zapatero se le concedió el control del socialismo español. Y cuando Rubalcaba dimita, dejará la política activa, lo que es una lástima por varios motivos: porque ha demostrado, no sólo en este momento sino en toda la trayectoria política que le ha precedido, que es uno de los políticos más solventes que tiene en estos momentos el PSOE; porque su espíritu de responsabilidad hacia el partido y hacia sus ideas ha superado al del resto de sus compañeros; y sobre todo porque, casi con seguridad, ningún otro hubiera podido atenuar la debacle electoral, como lo ha hecho el candidato socialista, haciendo un inmenso favor , tanto al partido, como a la sociedad española, que deberá contar con un PSOE lo más fuerte posible en escaños para lo que se avecina… Pero nadie quiere un perdedor en su equipo y la derrota, que va a ser larga y muy amarga, tiene un protagonista claro.
A partir de la dimisión de Rubalcaba se reabrirá en el PSOE, si es que en algún momento se ha cerrado de verdad, un proceso de cambio y sucesión, que se deberá resolver en un congreso extraordinario, a celebrar no más de noventa días después de las elecciones del 20 N. Y sería de desear que en esta ocasión las distintas familias que integran el partido se pongan de acuerdo para elegir un Secretario General capaz y con prestigio, y no tengan que llegar a una absurda y peligrosa decisión de consenso entre ellos, eligiendo un candidato neutro y paniaguado, que no cumpla las expectativas, con poca trayectoria y escasos apoyos y equipo, como sucedió en la última ocasión. Creo y espero que no sea así; las espadas llevan afilándose mucho tiempo y la hora de “ajustar las cuentas pendientes” se acerca; y eso será bueno. Con la casa limpia y las heridas restañadas, deberán cohesionarse, con lealtad y no sólo de boquilla, en torno al candidato elegido. La travesía del desierto va a ser dura y el agua escasa; cuentan a su favor con la veleidad del votante y con la terrible situación de crisis mundial, que va a comenzar a desgastar al PP desde el preciso momento en que éste comience a gobernar.
Y mientras el socialismo se lame las heridas y entona el “mea culpa”, deuda que tiene por responsabilidad, tanto con los suyos, como con el resto de la sociedad española, el gallego Rajoy, ahora sí, deberá mostrar su programa, ese que han comprado los votantes españoles, y ponerse a gobernar. No creo que lo haga de una vez, sino a poquitos, para que el patio no se le alborote demasiado antes de las navidades, ¡tengamos la fiesta en paz!
La política de ajustes en los derechos sociales, laborales y democráticos va a ser dolorosa para nuestra sociedad; vamos a retroceder muchos años. Y no sólo van a verse afectados los grupos más débiles y marginados; toda la sociedad española, sobre todo la clase media, que como paradoja a tener en cuenta, es la que más ha apoyado al PP, va a sufrir las consecuencias de una política de absoluta sumisión a los mercados, aderezada con las imposiciones de la CEOE, las necesidades de la banca, las apetencias tarifarias de las grandes empresas del sector energético y la caspa de la iglesia española más retrograda.
Rajoy ha vendido a los españoles su capacidad, nunca demostrada, para crear empleo y salir de la crisis, pero no ha dicho cual va a ser el coste de su menú. Y la sociedad española, harta de la incompetencia y zafiedad, demostradas en muchas ocasiones por el equipo de gobierno de Zapatero, ha comprado el plato de lentejas, sin preocuparse de saber primero cómo es y de preguntarse después si el coste no va a ser demasiado alto. Y es que las lentejas, mucho me temo, que además de viudas, van a ser escasas.
La crisis mundial ha afectado a España, como al resto de los países europeos. Y si las consecuencias de paro en nuestro país han sido más dramáticas que en el resto de los 27, se deben, sobre todo, a que nuestra estructura económica era mucho más débil, ante una crisis de estas características, que la del resto de Europa. La crisis se inicia en el sector inmobiliario y financiero, y España era, desde que el PP liberalizó los suelos, medida que como dice mi amiga Pilar fue el inicio de todos nuestros males de corrupción y desatinos inmobiliarios, una víctima propicia para la debacle que vivimos.
Queríamos ser la playa y el apartamento de todos los jubilados europeos, pero éstos ante la crisis financiera prefirieron vender sus casas en nuestra costa y quedarse en sus respectivos países, donde se sentían más protegidos. Queríamos que cada español tuviera su casa en propiedad y recalificamos, construimos y vendimos, a precios imposibles, con mordidas para todos, y con hipotecas desmesuradas. Queríamos ser la envidia de Europa, y nos hemos convertido en uno de sus problemas más acuciantes.
La ya usual mezcla de políticos, banqueros y constructores, creó en nuestro país más de un millón de puestos de trabajo, y puso en el mercado, trayéndolas del futuro, unas ingentes cantidades de dinero, que tiraron del consumo, creando otro millón largo de empleos en industria y servicios. Además, la necesidad de mano de obra barata, para ese “afán constructor”, trajo a España una gran cantidad de inmigrantes que, sin duda alguna, eran necesarios. Ahora los puestos de trabajo en la construcción han desaparecido, el dinero ya no fluye y los servicios y la industria se resienten. Los inmigrantes llegados pasan a formar parte de las colas del INEM y en la costa, y en nuestras ciudades, más de un millón de pisos buscan comprador. Los bancos, que tienen su dinero enterrado en estos suelos e inmuebles, no pueden prestarlo y la situación económica se sigue deteriorando por una prima de riesgo disparada, que encarece hasta lo imposible el dinero que el Estado necesita.
Todos tenemos la culpa de lo que nos está sucediendo; desde el año 2002 se hablaba de que al pinchazo de la burbuja tecnológica podía seguir el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y así ha sido, aunque con cinco años de distancia. El PP inició el proceso en el que estamos ahora, pero el PSOE le siguió con alborozo, secundado por bancos y empresas constructoras, que veían una gran oportunidad de enriquecerse. Eran los años de la bonanza económica, del crecimiento sin medida, del “glamour” del dinero y del poder para unos pocos. Y el resto de la ciudadanía aprovechó la situación como pudo, unos más y otros menos.
Todos tenemos la culpa, pero alguno, los que dirigían el país desde sus múltiples administraciones, tenían la responsabilidad de que esto no sucediera. Y no sólo no hicieron nada por evitarlo, sino que además lo fomentaron con sus incompetencias y corrupciones.
Ahora toca pagar la inmensa deuda que tenemos, pero lo triste de la situación es que no se va a hacer de manera proporcional a lo que obtuvimos cuando fueron las vacas gordas, sino que se va a repartir con desigualdad. A algunos, se les exigirá todo y se les quitará lo que tienen, y a otros, se les perdonará graciosamente lo que deben y se les ayudará a salir de la situación. Esto en cuanto al dinero se trata, porque de los derechos y libertades que nos ha costado más de un siglo conseguir, pocos serán los muebles que salvemos intactos. Y deberemos luchar y movilizarnos para mantenerlos en lo posible.
Creo que hasta al bautizo me tuvieron que llevar pataleando. Y no voy a ser menos en lo que se avecina, porque por dignidad, carácter y vergüenza torera no me voy a arrodillar. Y se que cuando nos muestren el precio de las lentejas muchos dirán lo mismo.
Eduardo Lizarraga
19 de noviembre
sábado, 12 de noviembre de 2011
Una partida de póker (Relato en dos folios)
La tarde estaba cayendo y conforme se alargaban las sombras, el anfitrión, que vestía sus mejores galas, seguía discurriendo como conseguir el mayor beneficio de la reunión que comenzaría en breve. El diablo, pues este era el anfitrión en cuestión, apenas se acordaba de la anterior francachela que había mantenido con sus amigos, si es que podía llamárseles así, había pasado ya mucho tiempo. El cuarteto al que esperaba, al que también se conocía –y mira que les hacía gracia el nombre- por ”Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, era difícil de reunir, pues con sus múltiples ocupaciones, apenas tenían tiempo para nada.
Belcebú, otro de sus nombres, había ofrecido su casa al grupo para la velada, y como era sin duda la mejor y más surtida, ninguno había puesto pega alguna. En la anterior ocasión que pudieron coincidir se reunieron en casa del hambre y había sido un desastre, tanto que todos se fueron enseguida y no quisieron ni jugar la acostumbrada partidita. Y esto era lo que Lucifer quería conseguir, una buena timba de póker de la que pudiera sacar provecho. Rememoraba con nostalgia una reunión que habían tenido, pasado ya el milenio, en casa de la guerra ¡y anda que no le fue bien! La guerra jugaba en casa y jugó tan bien que ganó la partida y bajo su influjo apareció un tal Pedro el Ermitaño –sólo con decir su nombre al diablo le aparecía una sonrisa beatífica- que se inventó una cruzada, la primera de muchas, y hubo bajo su nombre de todo: guerra, muerte, destrucción, enfermedades, herejías… y mucho crimen, que es lo que más le interesa. Buen año fue aquel del saqueo y degüello general de todos los habitantes de Jerusalén por parte de los cruzados. Corría la sangre por los calles como si fueran ríos y de la misma forma se amontonaban los condenados a la puerta del infierno…
Hubo, por supuesto, algún otro año bueno desde entonces, pero con la ampliación de instalaciones en que se había metido, había que dar un buen empujón al negocio y no bastaba el goteo acostumbrado. Una buena guerra era lo que necesitaba, de esas en las que muere mucha gente sin poder prepararse y va derechita al infierno. Y es que ni el hambre ni la peste dan mucho de si; la primera porque parece que estando débiles se peca menos y la otra porque con la enfermedad apenas se puede pecar y hay tiempo para arreglar los negocios celestiales. Eso del consuelo a los enfermos y los santos oleos fueron un buen gol que le metió el divino, con el cura al lado casi todos se arrepentían. Una buena guerra, con cientos de miles de muertos, eso era lo que necesitaba para amortizar las nuevas calderas de alimentación automática. Tenía que conseguir como fuera que la guerra ganara la partida, y a esa cuestión llevaba dándole vueltas unos cuantos días.
Había dispuesto una mesa bien surtida de comida y bebida, con sirvientes bien adiestrados para ir llenando platos y copas conforme se vaciaran. Quería una larga velada con sobremesa y partidita, y lo tenía que conseguir. Ya se las arreglaría después para que la guerra ganara la el juego, aunque fuera haciendo trampas a su favor. La muerte no jugaba, ¿para qué? Si más pronto o más tarde se hacía siempre con todo. Un fuerte campanillazo le avisó que los invitados estaban llegando y salió a recibirlos.
No hubo inesperados retrasos de ninguno de los asistentes y enseguida, con la aparición de la muerte que por tradición ya llega siempre la última, estaban todos sentados a la mesa. La cena discurrió como estaba esperado, con el hambre bebiendo y comiéndoselo todo, como de costumbre, y salvo por las continuas quejas de la peste, a la que las nuevas medicinas y la higiene estaban quitando clientela, todos parecían contentos con sus respectivos negocios. Satanás propuso la partida y, bien comidos y razonablemente contentos con lo bebido, todos aceptaron.
El saloncito estaba preparado y las cartas sobre la mesa. Como ya estaba acordado, la muerte se quedó apuntando las jugadas y haciendo de banca, mientras que la peste, la guerra, el hambre y el diablo se repartieron las sillas. Unas cuantas botellas abiertas ayudaban a calentar el ambiente, ya de por si caluroso en casa de Satanás.
- Esta noche os voy a pelar, decía la peste, a la que sus servicios de información habían asegurado que unas cuantas enfermedades nuevas iban a aparecer con el siglo XX.
- Esta noche es la mía, aseguró el hambre, que traía unas cuantas sequías dentro de la manga.
- ¡Lo lleváis claro ambas! rió la guerra muy contenta desde que un tal Alfredo Nobel hubiera inventado la dinamita.
El diablo no dijo nada, su propósito era que ganara la guerra y tenía que conseguirlo, para lo cual había marcado muy sutilmente las cartas.
Las manos se fueron sucediendo con desigual suerte; el hambre estaba siendo afortunada con escaleras pequeñas y algún full de dieces, pero la guerra estaba ligando una buena racha de reyes. Por su parte la peste tenía una noche muy negra.
- “Nunca tengo reyes ni reinas, no se cómo lo haces”, decía algo enfadada el hambre a la guerra.
-“Es que no tienes mano con ellos –contestaba la muerte, que de vez en cuando se metía en la conversación- mira el de rojo como coge de todo” añadía riendo.
El diablo, que estaba teniendo unas buenas jugadas de ases y reyes, pero sólo apostaba cuando no estaba la guerra en el envite, contestó, muy halagado:
“Con la realeza tengo una relación muy especial”
Al poco llegó el turno de repartir al diablo y decidió jugarse la partida en ese momento. Consiguió dar un full de reyes a la guerra y una escalera al hambre. La peste debía llevar también algo porque los ojos le brillaban en el fondo de las cuencas casi negras. El iría de farol que era lo que más le gustaba.
-Voy a abrir con cien –dijo muy ufano- así que a señalarse si queréis jugar.
Las apuestas fueron subiendo, siempre empujadas por el diablo que veía su oportunidad. Y con todas las fichas encima de la mesa se apostó de boquilla, lo que se tenía y lo que no. Vueltas las cartas arriba la guerra certificó su triunfo, quedando la peste y el hambre totalmente peladas.
Aquella misma noche nacía un niño en la casa de Alois y Klara, en el pequeño pueblo bohemio de Braunau, Adolf Hitler. Las apuestas ganadas por la guerra estaban seguras y el diablo se llevaría su parte.
Eduardo Lizarraga
Noviembre 2011
Belcebú, otro de sus nombres, había ofrecido su casa al grupo para la velada, y como era sin duda la mejor y más surtida, ninguno había puesto pega alguna. En la anterior ocasión que pudieron coincidir se reunieron en casa del hambre y había sido un desastre, tanto que todos se fueron enseguida y no quisieron ni jugar la acostumbrada partidita. Y esto era lo que Lucifer quería conseguir, una buena timba de póker de la que pudiera sacar provecho. Rememoraba con nostalgia una reunión que habían tenido, pasado ya el milenio, en casa de la guerra ¡y anda que no le fue bien! La guerra jugaba en casa y jugó tan bien que ganó la partida y bajo su influjo apareció un tal Pedro el Ermitaño –sólo con decir su nombre al diablo le aparecía una sonrisa beatífica- que se inventó una cruzada, la primera de muchas, y hubo bajo su nombre de todo: guerra, muerte, destrucción, enfermedades, herejías… y mucho crimen, que es lo que más le interesa. Buen año fue aquel del saqueo y degüello general de todos los habitantes de Jerusalén por parte de los cruzados. Corría la sangre por los calles como si fueran ríos y de la misma forma se amontonaban los condenados a la puerta del infierno…
Hubo, por supuesto, algún otro año bueno desde entonces, pero con la ampliación de instalaciones en que se había metido, había que dar un buen empujón al negocio y no bastaba el goteo acostumbrado. Una buena guerra era lo que necesitaba, de esas en las que muere mucha gente sin poder prepararse y va derechita al infierno. Y es que ni el hambre ni la peste dan mucho de si; la primera porque parece que estando débiles se peca menos y la otra porque con la enfermedad apenas se puede pecar y hay tiempo para arreglar los negocios celestiales. Eso del consuelo a los enfermos y los santos oleos fueron un buen gol que le metió el divino, con el cura al lado casi todos se arrepentían. Una buena guerra, con cientos de miles de muertos, eso era lo que necesitaba para amortizar las nuevas calderas de alimentación automática. Tenía que conseguir como fuera que la guerra ganara la partida, y a esa cuestión llevaba dándole vueltas unos cuantos días.
Había dispuesto una mesa bien surtida de comida y bebida, con sirvientes bien adiestrados para ir llenando platos y copas conforme se vaciaran. Quería una larga velada con sobremesa y partidita, y lo tenía que conseguir. Ya se las arreglaría después para que la guerra ganara la el juego, aunque fuera haciendo trampas a su favor. La muerte no jugaba, ¿para qué? Si más pronto o más tarde se hacía siempre con todo. Un fuerte campanillazo le avisó que los invitados estaban llegando y salió a recibirlos.
No hubo inesperados retrasos de ninguno de los asistentes y enseguida, con la aparición de la muerte que por tradición ya llega siempre la última, estaban todos sentados a la mesa. La cena discurrió como estaba esperado, con el hambre bebiendo y comiéndoselo todo, como de costumbre, y salvo por las continuas quejas de la peste, a la que las nuevas medicinas y la higiene estaban quitando clientela, todos parecían contentos con sus respectivos negocios. Satanás propuso la partida y, bien comidos y razonablemente contentos con lo bebido, todos aceptaron.
El saloncito estaba preparado y las cartas sobre la mesa. Como ya estaba acordado, la muerte se quedó apuntando las jugadas y haciendo de banca, mientras que la peste, la guerra, el hambre y el diablo se repartieron las sillas. Unas cuantas botellas abiertas ayudaban a calentar el ambiente, ya de por si caluroso en casa de Satanás.
- Esta noche os voy a pelar, decía la peste, a la que sus servicios de información habían asegurado que unas cuantas enfermedades nuevas iban a aparecer con el siglo XX.
- Esta noche es la mía, aseguró el hambre, que traía unas cuantas sequías dentro de la manga.
- ¡Lo lleváis claro ambas! rió la guerra muy contenta desde que un tal Alfredo Nobel hubiera inventado la dinamita.
El diablo no dijo nada, su propósito era que ganara la guerra y tenía que conseguirlo, para lo cual había marcado muy sutilmente las cartas.
Las manos se fueron sucediendo con desigual suerte; el hambre estaba siendo afortunada con escaleras pequeñas y algún full de dieces, pero la guerra estaba ligando una buena racha de reyes. Por su parte la peste tenía una noche muy negra.
- “Nunca tengo reyes ni reinas, no se cómo lo haces”, decía algo enfadada el hambre a la guerra.
-“Es que no tienes mano con ellos –contestaba la muerte, que de vez en cuando se metía en la conversación- mira el de rojo como coge de todo” añadía riendo.
El diablo, que estaba teniendo unas buenas jugadas de ases y reyes, pero sólo apostaba cuando no estaba la guerra en el envite, contestó, muy halagado:
“Con la realeza tengo una relación muy especial”
Al poco llegó el turno de repartir al diablo y decidió jugarse la partida en ese momento. Consiguió dar un full de reyes a la guerra y una escalera al hambre. La peste debía llevar también algo porque los ojos le brillaban en el fondo de las cuencas casi negras. El iría de farol que era lo que más le gustaba.
-Voy a abrir con cien –dijo muy ufano- así que a señalarse si queréis jugar.
Las apuestas fueron subiendo, siempre empujadas por el diablo que veía su oportunidad. Y con todas las fichas encima de la mesa se apostó de boquilla, lo que se tenía y lo que no. Vueltas las cartas arriba la guerra certificó su triunfo, quedando la peste y el hambre totalmente peladas.
Aquella misma noche nacía un niño en la casa de Alois y Klara, en el pequeño pueblo bohemio de Braunau, Adolf Hitler. Las apuestas ganadas por la guerra estaban seguras y el diablo se llevaría su parte.
Eduardo Lizarraga
Noviembre 2011
domingo, 6 de noviembre de 2011
Algo más que un cambio de Gobierno
Se dice que la primera víctima de una guerra es la verdad, e independientemente de que su autor sea Esquilo o Hiran Johnson, la frase está de moda, y lo cierto es que, ante la brutalidad de una guerra, el pecadillo de una mentira más, o menos, puede parecer una nimiedad.
La crisis económica, que nos está sacudiendo desde hace ya más de tres años y que al parecer nos va a acompañar, al menos, por otros cuantos – si es que salimos de ella que tengo mis dudas- no es una guerra, aunque pudiera ser que produzca más víctimas mortales y de las otras, que muchas de ellas. Y no sólo entre los más necesitados, como era lo habitual, sino también entre las clases medias de los países desarrollados. Y en esta crisis económica no sólo la verdad está pereciendo todos los días, sino que los derechos de la sociedad están sufriendo y lo van a hacer más, un verdadero recorte o retroceso a épocas anteriores. Y lo que es peor de todo, denotando además el estado enfermo de nuestra sociedad, lo están haciendo en silencio y con la callada aquiescencia de casi todos nosotros.
No somos, por desgracia, un país de profunda tradición democrática; podríamos hablar largo y tendido sobre su ausencia hasta hace poco más de cuarenta años, apareciendo Napoleón, la inexistencia de una clase burguesa en los siglos XVIII y XIX y la famosa revolución pendiente entre sus causantes. Pero obtener los derechos sociales que tenemos nos ha costado tanto, en sangre, muertes y sufrimientos, como al resto de los países, sino más. Nada ha sido concedido “graciosamente” por el legislador y los gobernantes, todo ha tenido su precio. Por ello, cuando veo como nos embaucan para arrebatarnos lo conseguido y nosotros aceptamos sus mentiras y medidas, sin luchar por lo que tenemos, siento una mezcla de vergüenza e indignación con la sociedad en la que vivimos. ¿Cómo es posible que un partido de fútbol, al que sigue otro y luego otro más, hasta el hastío, movilice a millones de personas, y nadie salga a la calle a luchar por unos derechos ,que nos han costado generaciones obtener, y que nos van a arrebatar para siempre?
No ha sido ninguno de los Gobiernos de Zapatero un modelo ejemplar digno de tener en cuenta; considero que, en muchos casos, la ineptitud, el dislate y el desconocimiento de la verdadera situación económica de nuestro país han sido sus más visibles signos de identidad. ¿Es que acaso no conocían que la situación económica heredada de Aznar, con un sector inmobiliario enloquecido y una absoluta ausencia de inversiones industriales era insostenible? ¿Qué vivíamos en una burbuja absurda y no éramos, a pesar de lo que dice el PP ahora, poniendo a sus anteriores gobiernos como ejemplo, un modelo económico a seguir? Me duele comprender ahora que desde la Ley del Suelo, que concedió su gestión a comunidades autónomas y ayuntamientos , todo ha ido de mal en peor. Que la especulación urbanística, la corrupción inmobiliaria y los beneficios que generaba el ladrillo –a corto plazo, claro- nos introdujeron en una vorágine de crecimiento insostenible y dinero fácil, que tenía los pies –mejor digo los cimientos- de barro, que detrajo inversiones en el sector industrial, incapaz de ofrecer los mismos rendimientos que el ladrillo, que hizo subir los precio de la vivienda de forma artificial y que endeudó a el país y a sus ciudadanos con unas cantidades insoportables.
¿Y ahora qué? Me sublevo cuando escucho a los sucesores de Aznar ensalzar su política económica “que era un ejemplo para el mundo”, “que los países europeos nos tenían envidia por nuestros ratios de crecimiento”, “que aprovecharon la política exterior de Aznar para ir contra nosotros”… y el problema es que muchos ciudadanos toman estos disparates como artículos de fe. ¡Y cuanta culpa tienen muchos compañeros de profesión! que desde programas o artículos indignos, manipulan la opinión de los más desinformados, llevándoles a considerar mentiras manifiestas como verdades absolutas.
¡Señores! Hay que decir que aquellos polvos trajeron estos lodos y habiendo edificado sobre barro llegó la riada de Lethmannn Brothers y sus hipotecas basura y se llevó todo por delante. Se llevó a Zapatero y sus muchachos como se hubiera llevado a Aznar y los suyos de haber estado en el gobierno. Por supuesto que los recortes sociales se hubieran realizado antes de lo que el gobierno de Zapatero los hizo, seguro que sí, que los gobiernos de derechas, sea cual sea el país o el momento en el que estén, tienen pocos escrúpulos cuando se trata de favorecer lo privado frente a lo público, a los empresarios frente al Estado y la palabra “derechos” de los demás parece que les hace daño.
Ya estamos viendo cuáles son las decisiones que están tomando las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, siendo Esperanza Aguirre y Dolores de Cospedal las adalides de los recortes indiscriminados; decisiones que nos indican muy claramente el camino que tomará el casi seguro Gobierno del PP que saldrá de las urnas el próximo día 20 de noviembre. Como dato a tener en cuenta: no he escuchado nada en cuanto a recortes en las prebendas de los políticos –que puede ser que las estén haciendo, aunque me extrañaría- , ni bajadas de sueldos, ni menos coches oficiales, teléfonos móviles, dietas… Tal vez haya llegado el momento de pensar con seriedad en si podemos continuar manteniendo tantos funcionarios, tantos cargos de confianza, tantas administraciones distintas, tanta duplicidad de servicios, tantos políticos en activo… Creo que hay partidas a reducir menos injustas que la Sanidad, la Educación y el Medio Ambiente, que forman parte de los derechos sociales que nos ha costado mucho conseguir.
Va a resultar fácil, ya lo está siendo, achacar la necesidad de esos recortes a la mala gestión realizada por los gobiernos de Zapatero, pero que no nos engañen otra vez –lo están consiguiendo, aunque creo que no por mucho tiempo-, la crisis económica en los países desarrollados es mundial y si a nosotros nos ha cogido con el paso cambiado es porque habíamos fiado nuestro crecimiento a dos sectores. Uno el turístico, que descendió en picado cuando los europeos más septentrionales decidieron que tenían que ahorrar –son muy disciplinados para esas cuestiones- y otro el inmobiliario, en el que hemos vivido complacidos hasta que, como ya se avisaba desde hacía años, se pinchó y nos hundió a todos en el abismo.
Ahora tenemos más de un millón de casas que nos sobran, suficientes para cubrir las necesidades de la próxima generación, sobre todo cuando según los últimos datos hemos descendido más de 500.000 personas en población; para construirlas trajimos dinero del futuro, que ahora no sólo tenemos que devolver con sus intereses, sino que además nos imposibilita el acceso a nuevos capitales para invertir en lo que puede darnos puestos de trabajo: industria. Y como pista de la situación puedo señalar que es en las zonas donde el espejismo de la construcción no arrastró todo el dinero, y se continuaron dedicando recursos a la industria y a mejorar su competitividad, donde el paro no alcanza las cotas de otros lugares. No voy a dar nombres, pero basta mirar los índices de paro por CC.AA.
En Alemania el consumo interno está también por los suelos; cuando hay que ahorrar el alemán es de los primeros; en Holanda tienen un paro que no supera el 4,5%, pero también su consumo interno es bajo. La explicación está clara; en lugar de invertir en ladrillo y “asombrar a Europa con nuestro crecimiento” lo dedicaron a su industria, y ahora exportan más que antes. Tanto Alemania, como Holanda y otros países están fundamentando su recuperación en los mercados exteriores.
Y así llegamos a las elecciones del próximo día 20 y a la disyuntiva de qué hacer. No voté a Zapatero en las últimas elecciones generales, no compartía ni sus gestos, ni las ineptitudes proclamadas de algunos de sus ministros. Siempre pensé que Rubalcaba era de lo mejor que ha habido en los sucesivos gabinetes ministeriales, lo que no creo que fuera argumento suficiente para darle mi voto, pero admiro el valor allá donde lo veo, y creo que el candidato lo está demostrando. Se enfrenta, a la que era hasta ahora oposición, muy crecida tras la aplastante victoria obtenida en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, con sus tropas menguadas, deserciones manifiestas y la moral de los votantes fieles por los suelos. También me emocionan la generosidad y el espíritu de sacrificio y creo que este corredor de fondo lo está derrochando a raudales. No creo que haya muchos candidatos al fracaso, y mucho me temo que eso es lo que le espera a la vuelta de dos semanas.
Y después de ese “fracaso” de Rubalcaba ¿qué vendrá?... pues un Congreso Extraordinario, la aparición de un nuevo líder y su equipo, y la vuelta a empezar para reconquistar las posiciones perdidas. Trabajo que no creo que sea difícil pues quien esté en el Gobierno, sea quien sea, lo va a tener muy complicado durante la próxima legislatura y la contestación a su política va a ser una constante a partir de principios del 2012. Y Rubalcaba y su esfuerzo, su valor y su sacrificio pasarán al olvido, tal vez con unas palabras de agradecimiento y nada más. Nadie quiere tener un perdedor en su equipo y lo único que quedará del candidato será el recuerdo de haber perdido las elecciones del 2011. Tal vez parezca injusto pero siempre ha sido así y no creo que ahora vaya a cambiar.
Se que mi voto no va a cambiar nada, que tan solo un conocimiento real y extendido de lo que nos espera tras el triunfo del PP podría cambiar el voto masivo de la sociedad española, y eso no va a suceder, no creo en milagros a estas alturas y esta ocasión no va a ser la primera, además nuestra sociedad ya no tiene ni conciencia política ni de clase. Pero tampoco dejaré pasar la ocasión sin intentarlo. No voy a dejar que mis derechos laborales, sociales, democráticos y humanos sean vulnerados y arrasados sin hacer lo imposible por evitarlo. Jamás me he dejado vencer sin luchar hasta el final, no por miedo a lo que vaya a suceder a partir del día 20, que lo que se dice miedo ya no tengo, sino por rabia de la frustración que puede suponer la vuelta atrás en unos derechos que nos ha costado tanto conseguir y que parece que ya no valen nada.
Pero a veces también pienso que la victoria del PP puede ser lo mejor que le pueda suceder al PSOE en la situación actual, y que por inevitable no va a quemar a nadie valioso para evitarlo. Que los próximos cuatro años van a ser muy malos y pudiera ser mejor no estar al timón. El PP tiene la campaña con el viento por la popa y sin la necesidad de marcar un rumbo; después de las elecciones tendrá que marcarlo y arribar con el timón…veremos de dónde le viene el viento en ese momento.
Eduardo Lizarraga
6 de noviembre de 2011
La crisis económica, que nos está sacudiendo desde hace ya más de tres años y que al parecer nos va a acompañar, al menos, por otros cuantos – si es que salimos de ella que tengo mis dudas- no es una guerra, aunque pudiera ser que produzca más víctimas mortales y de las otras, que muchas de ellas. Y no sólo entre los más necesitados, como era lo habitual, sino también entre las clases medias de los países desarrollados. Y en esta crisis económica no sólo la verdad está pereciendo todos los días, sino que los derechos de la sociedad están sufriendo y lo van a hacer más, un verdadero recorte o retroceso a épocas anteriores. Y lo que es peor de todo, denotando además el estado enfermo de nuestra sociedad, lo están haciendo en silencio y con la callada aquiescencia de casi todos nosotros.
No somos, por desgracia, un país de profunda tradición democrática; podríamos hablar largo y tendido sobre su ausencia hasta hace poco más de cuarenta años, apareciendo Napoleón, la inexistencia de una clase burguesa en los siglos XVIII y XIX y la famosa revolución pendiente entre sus causantes. Pero obtener los derechos sociales que tenemos nos ha costado tanto, en sangre, muertes y sufrimientos, como al resto de los países, sino más. Nada ha sido concedido “graciosamente” por el legislador y los gobernantes, todo ha tenido su precio. Por ello, cuando veo como nos embaucan para arrebatarnos lo conseguido y nosotros aceptamos sus mentiras y medidas, sin luchar por lo que tenemos, siento una mezcla de vergüenza e indignación con la sociedad en la que vivimos. ¿Cómo es posible que un partido de fútbol, al que sigue otro y luego otro más, hasta el hastío, movilice a millones de personas, y nadie salga a la calle a luchar por unos derechos ,que nos han costado generaciones obtener, y que nos van a arrebatar para siempre?
No ha sido ninguno de los Gobiernos de Zapatero un modelo ejemplar digno de tener en cuenta; considero que, en muchos casos, la ineptitud, el dislate y el desconocimiento de la verdadera situación económica de nuestro país han sido sus más visibles signos de identidad. ¿Es que acaso no conocían que la situación económica heredada de Aznar, con un sector inmobiliario enloquecido y una absoluta ausencia de inversiones industriales era insostenible? ¿Qué vivíamos en una burbuja absurda y no éramos, a pesar de lo que dice el PP ahora, poniendo a sus anteriores gobiernos como ejemplo, un modelo económico a seguir? Me duele comprender ahora que desde la Ley del Suelo, que concedió su gestión a comunidades autónomas y ayuntamientos , todo ha ido de mal en peor. Que la especulación urbanística, la corrupción inmobiliaria y los beneficios que generaba el ladrillo –a corto plazo, claro- nos introdujeron en una vorágine de crecimiento insostenible y dinero fácil, que tenía los pies –mejor digo los cimientos- de barro, que detrajo inversiones en el sector industrial, incapaz de ofrecer los mismos rendimientos que el ladrillo, que hizo subir los precio de la vivienda de forma artificial y que endeudó a el país y a sus ciudadanos con unas cantidades insoportables.
¿Y ahora qué? Me sublevo cuando escucho a los sucesores de Aznar ensalzar su política económica “que era un ejemplo para el mundo”, “que los países europeos nos tenían envidia por nuestros ratios de crecimiento”, “que aprovecharon la política exterior de Aznar para ir contra nosotros”… y el problema es que muchos ciudadanos toman estos disparates como artículos de fe. ¡Y cuanta culpa tienen muchos compañeros de profesión! que desde programas o artículos indignos, manipulan la opinión de los más desinformados, llevándoles a considerar mentiras manifiestas como verdades absolutas.
¡Señores! Hay que decir que aquellos polvos trajeron estos lodos y habiendo edificado sobre barro llegó la riada de Lethmannn Brothers y sus hipotecas basura y se llevó todo por delante. Se llevó a Zapatero y sus muchachos como se hubiera llevado a Aznar y los suyos de haber estado en el gobierno. Por supuesto que los recortes sociales se hubieran realizado antes de lo que el gobierno de Zapatero los hizo, seguro que sí, que los gobiernos de derechas, sea cual sea el país o el momento en el que estén, tienen pocos escrúpulos cuando se trata de favorecer lo privado frente a lo público, a los empresarios frente al Estado y la palabra “derechos” de los demás parece que les hace daño.
Ya estamos viendo cuáles son las decisiones que están tomando las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, siendo Esperanza Aguirre y Dolores de Cospedal las adalides de los recortes indiscriminados; decisiones que nos indican muy claramente el camino que tomará el casi seguro Gobierno del PP que saldrá de las urnas el próximo día 20 de noviembre. Como dato a tener en cuenta: no he escuchado nada en cuanto a recortes en las prebendas de los políticos –que puede ser que las estén haciendo, aunque me extrañaría- , ni bajadas de sueldos, ni menos coches oficiales, teléfonos móviles, dietas… Tal vez haya llegado el momento de pensar con seriedad en si podemos continuar manteniendo tantos funcionarios, tantos cargos de confianza, tantas administraciones distintas, tanta duplicidad de servicios, tantos políticos en activo… Creo que hay partidas a reducir menos injustas que la Sanidad, la Educación y el Medio Ambiente, que forman parte de los derechos sociales que nos ha costado mucho conseguir.
Va a resultar fácil, ya lo está siendo, achacar la necesidad de esos recortes a la mala gestión realizada por los gobiernos de Zapatero, pero que no nos engañen otra vez –lo están consiguiendo, aunque creo que no por mucho tiempo-, la crisis económica en los países desarrollados es mundial y si a nosotros nos ha cogido con el paso cambiado es porque habíamos fiado nuestro crecimiento a dos sectores. Uno el turístico, que descendió en picado cuando los europeos más septentrionales decidieron que tenían que ahorrar –son muy disciplinados para esas cuestiones- y otro el inmobiliario, en el que hemos vivido complacidos hasta que, como ya se avisaba desde hacía años, se pinchó y nos hundió a todos en el abismo.
Ahora tenemos más de un millón de casas que nos sobran, suficientes para cubrir las necesidades de la próxima generación, sobre todo cuando según los últimos datos hemos descendido más de 500.000 personas en población; para construirlas trajimos dinero del futuro, que ahora no sólo tenemos que devolver con sus intereses, sino que además nos imposibilita el acceso a nuevos capitales para invertir en lo que puede darnos puestos de trabajo: industria. Y como pista de la situación puedo señalar que es en las zonas donde el espejismo de la construcción no arrastró todo el dinero, y se continuaron dedicando recursos a la industria y a mejorar su competitividad, donde el paro no alcanza las cotas de otros lugares. No voy a dar nombres, pero basta mirar los índices de paro por CC.AA.
En Alemania el consumo interno está también por los suelos; cuando hay que ahorrar el alemán es de los primeros; en Holanda tienen un paro que no supera el 4,5%, pero también su consumo interno es bajo. La explicación está clara; en lugar de invertir en ladrillo y “asombrar a Europa con nuestro crecimiento” lo dedicaron a su industria, y ahora exportan más que antes. Tanto Alemania, como Holanda y otros países están fundamentando su recuperación en los mercados exteriores.
Y así llegamos a las elecciones del próximo día 20 y a la disyuntiva de qué hacer. No voté a Zapatero en las últimas elecciones generales, no compartía ni sus gestos, ni las ineptitudes proclamadas de algunos de sus ministros. Siempre pensé que Rubalcaba era de lo mejor que ha habido en los sucesivos gabinetes ministeriales, lo que no creo que fuera argumento suficiente para darle mi voto, pero admiro el valor allá donde lo veo, y creo que el candidato lo está demostrando. Se enfrenta, a la que era hasta ahora oposición, muy crecida tras la aplastante victoria obtenida en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, con sus tropas menguadas, deserciones manifiestas y la moral de los votantes fieles por los suelos. También me emocionan la generosidad y el espíritu de sacrificio y creo que este corredor de fondo lo está derrochando a raudales. No creo que haya muchos candidatos al fracaso, y mucho me temo que eso es lo que le espera a la vuelta de dos semanas.
Y después de ese “fracaso” de Rubalcaba ¿qué vendrá?... pues un Congreso Extraordinario, la aparición de un nuevo líder y su equipo, y la vuelta a empezar para reconquistar las posiciones perdidas. Trabajo que no creo que sea difícil pues quien esté en el Gobierno, sea quien sea, lo va a tener muy complicado durante la próxima legislatura y la contestación a su política va a ser una constante a partir de principios del 2012. Y Rubalcaba y su esfuerzo, su valor y su sacrificio pasarán al olvido, tal vez con unas palabras de agradecimiento y nada más. Nadie quiere tener un perdedor en su equipo y lo único que quedará del candidato será el recuerdo de haber perdido las elecciones del 2011. Tal vez parezca injusto pero siempre ha sido así y no creo que ahora vaya a cambiar.
Se que mi voto no va a cambiar nada, que tan solo un conocimiento real y extendido de lo que nos espera tras el triunfo del PP podría cambiar el voto masivo de la sociedad española, y eso no va a suceder, no creo en milagros a estas alturas y esta ocasión no va a ser la primera, además nuestra sociedad ya no tiene ni conciencia política ni de clase. Pero tampoco dejaré pasar la ocasión sin intentarlo. No voy a dejar que mis derechos laborales, sociales, democráticos y humanos sean vulnerados y arrasados sin hacer lo imposible por evitarlo. Jamás me he dejado vencer sin luchar hasta el final, no por miedo a lo que vaya a suceder a partir del día 20, que lo que se dice miedo ya no tengo, sino por rabia de la frustración que puede suponer la vuelta atrás en unos derechos que nos ha costado tanto conseguir y que parece que ya no valen nada.
Pero a veces también pienso que la victoria del PP puede ser lo mejor que le pueda suceder al PSOE en la situación actual, y que por inevitable no va a quemar a nadie valioso para evitarlo. Que los próximos cuatro años van a ser muy malos y pudiera ser mejor no estar al timón. El PP tiene la campaña con el viento por la popa y sin la necesidad de marcar un rumbo; después de las elecciones tendrá que marcarlo y arribar con el timón…veremos de dónde le viene el viento en ese momento.
Eduardo Lizarraga
6 de noviembre de 2011
lunes, 31 de octubre de 2011
"Solutio finnalis" (Relato en dos folios)
Cuando me encontraron en aquella negruzca charca del desierto iraquí, todos manifestaron su extrañeza ante lo sorprendente del hallazgo. Unos meses después, ya en aquel limpio laboratorio que sería mi casa durante unos años, el profesor manifestó que yo era “una rareza genética de trazabilidad incierta”, algo entre una enzima y un liquen.
Lo cierto es que nunca me habían dicho nada parecido, es más, creo que nunca nadie había reparado en mi presencia. A lo largo de los más de 100.000 años, que recordaba haber vivido en aquel lugar, vi muchos animales. Algunos, los más incautos, se acercaban a beber, y sus huesos mondos y blanqueados por el sol mostraban, a los que llegaban después, que era mejor que se alejaran de allí. No, no morían por mi presencia, ¡yo no soy venenoso!, morían porque el agua estaba mezclada con sales, productos sulfurosos y con ese jugo negro y sabroso que la tierra libera en aquel lugar. ¿Qué os sorprende? A mi me gusta, me alimento de él; luego me enteré que se llama petróleo.
Toda mi vida la pasé en aquella charca; había épocas en que se hacía grande como un mar, pero luego llegaban otros períodos en que casi desaparecía entre las piedras. En los últimos tiempos también vi hombres; pasaron ejércitos con guerreros hacia el norte, y otros hacia el sur o el oeste; y muchas caravanas. Algunos volvieron y de otros nunca supe nada más. Del este sólo llegaban el calor y el viento.
Así, hasta que un día aparecieron Patrick Finn y sus compañeros; viajaban camino de unas ruinas cerca de Kerbala, pero se habían despistado de la ruta principal, y acamparon al lado de las grandes piedras, sobre la tumba del general asirio. Pero eso ellos no lo sabían. Como tampoco sabían, cuando tomaron unas muestras del agua fangosa de la charca, que yo me había colado dentro de sus tubos de ensayo.
- ¡¡Hey chicos –gritó Patrick- fijaros que mal aspecto tiene el agua, seguro que hay de todo en ella!
- ¡Como bebas de ahí te vas a poner más negro que un cabeza toalla! Le contestaron.
- Voy a enviar un poco a casa, lo etiquetaré como Coca Cola iraquí, -añadió Patrick con sorna.
Y así salí de allí, y llegué a manos del profesor John McCormick, un experto en biorremediación de suelos. John era la persona que más se entusiasmaba diciendo lo que algún día yo podría hacer. Patrick también estaba allí, había llegado unas semanas después que yo, para formar parte del equipo que trabajaba conmigo; había sido mi descubridor y eso le daba unos derechos que parecían importantes. También estaba entusiasmado, aunque su entusiasmo se centraba más en lo que podría obtener por mí.
Desde el comienzo descubrí que el profesor y Patrick no se llevaban bien. Discutían con frecuencia, aunque claro, como John era quien mandaba allí, a Patrick no le quedaba más remedio que obedecer. A mi me daba pena verles enfadados tan a menudo, y es que yo apreciaba a los dos. Patrick me había sacado de aquel lugar solitario, en el que muchas veces me faltaban agua o comida, y hasta me había dado su nombre, “Pat Finnalis”, me bautizó; pero John me estaba enseñando muchas cosas. A soportar el frío y el calor, el fuego, la falta de agua, o la presencia de componentes químicos y biológicos, pero sobre todo, a comer otros alimentos que no fueran petróleo. Y existen muchos; unos cuantos son líquidos, –el que más me gusta se llamaba gasoil-, pero casi todos son sólidos. De variados colores, sabores, texturas, formas… mi preferido es uno que llaman PVC, porque está salado y su sabor es muy parecido a lo que encontraba en mi charca de antaño; aunque ni los ABS, ni los polietilenos, son tampoco de despreciar.
Al principio comía despacio, porque esa había sido mi costumbre desde siempre, pero John también me enseñó a comer deprisa y a crecer mucho, estando muy satisfecho de mis progresos. Y es que era fácil, además a lo bueno es sencillo acostumbrarse. Por lo visto mi apetito podía resultar muy útil cuando el petróleo se derramaba o para eliminar plásticos que estaban viejos o inservibles. Yo me lo comía todo. Y también aprendí a moverme veloz en el agua; ya fuera líquida o en forma de vapor, podía correr y reproducirme a través suyo, a toda velocidad. Por todo esto tenían mucho cuidado conmigo y jamás me dejaban suelto, y mucho menos cerca de agua.
- Mucho cuidado con el manejo de los cultivos, decía siempre el profesor a sus ayudantes, esta sustancia cambia de forma muy rápida y nada le afecta.
En la charca, como casi nunca tenía buenas condiciones de vida, apenas si se notaba mi presencia, una tenue película grisácea que tapizaba las rocas del fondo; sin embargo ahora crecía deprisa mientras tenía comida y recubría, devorando en minutos, los plásticos o las superficies de petróleo que ponían a mi disposición. Luego, cuando acababa con la comida, lo que cada día era más rápido, aquella especie de musgo gris se secaba, y convertido en polvo orgánico volvía a la tierra, que lo utilizaba como un nutriente más. John estaba muy contento, decía que había conseguido cerrar el proceso. No se a qué se refería con exactitud, pero las discusiones entre mis dos amigos eran cada vez más fuertes y violentas. Patrick decía que yo le pertenecía, ¡como si eso pudiera ser posible!, ¡con todo lo que he aprendido!
Un día discutieron más fuerte que nunca,
- ¡Necesito más dinero! -gritaba Patrick- y lo necesito ya.
- ¡Imposible! -le contestaba John- la investigación va despacio y necesitamos estar seguros antes de divulgar el descubrimiento. Además tu trabajo está siendo muy poco satisfactorio, Patrick.
- ¡Finnalis es mía, tengo una buena oferta, y me la voy a llevar!
Llegaron a las manos y uno de los guardias de seguridad tuvo que separarles y llevarse a Patrick, bien sujeto por los brazos, afuera, gritando que quería una solución y que se acordaría de él.
- ¡Esto no quedará así John -continuaba gritando mientras se lo llevaban escaleras abajo- me las pagarás!
Pensaba que no le vería más. Pero me equivoqué. Aquella noche Patrick volvió y vació las cubetas de cristal, en las que me tenían confinado, por el desagüe; creo que una pequeña parte de mi se marchó en su bolsillo, en unos pequeños tubos, pero el resto se fue por la conducción de agua…
No les volví a ver, ni falta que hacía, ahora, gracias a ellos, tengo un mundo a mi disposición, un mundo lleno de agua y comida.
Lo cierto es que nunca me habían dicho nada parecido, es más, creo que nunca nadie había reparado en mi presencia. A lo largo de los más de 100.000 años, que recordaba haber vivido en aquel lugar, vi muchos animales. Algunos, los más incautos, se acercaban a beber, y sus huesos mondos y blanqueados por el sol mostraban, a los que llegaban después, que era mejor que se alejaran de allí. No, no morían por mi presencia, ¡yo no soy venenoso!, morían porque el agua estaba mezclada con sales, productos sulfurosos y con ese jugo negro y sabroso que la tierra libera en aquel lugar. ¿Qué os sorprende? A mi me gusta, me alimento de él; luego me enteré que se llama petróleo.
Toda mi vida la pasé en aquella charca; había épocas en que se hacía grande como un mar, pero luego llegaban otros períodos en que casi desaparecía entre las piedras. En los últimos tiempos también vi hombres; pasaron ejércitos con guerreros hacia el norte, y otros hacia el sur o el oeste; y muchas caravanas. Algunos volvieron y de otros nunca supe nada más. Del este sólo llegaban el calor y el viento.
Así, hasta que un día aparecieron Patrick Finn y sus compañeros; viajaban camino de unas ruinas cerca de Kerbala, pero se habían despistado de la ruta principal, y acamparon al lado de las grandes piedras, sobre la tumba del general asirio. Pero eso ellos no lo sabían. Como tampoco sabían, cuando tomaron unas muestras del agua fangosa de la charca, que yo me había colado dentro de sus tubos de ensayo.
- ¡¡Hey chicos –gritó Patrick- fijaros que mal aspecto tiene el agua, seguro que hay de todo en ella!
- ¡Como bebas de ahí te vas a poner más negro que un cabeza toalla! Le contestaron.
- Voy a enviar un poco a casa, lo etiquetaré como Coca Cola iraquí, -añadió Patrick con sorna.
Y así salí de allí, y llegué a manos del profesor John McCormick, un experto en biorremediación de suelos. John era la persona que más se entusiasmaba diciendo lo que algún día yo podría hacer. Patrick también estaba allí, había llegado unas semanas después que yo, para formar parte del equipo que trabajaba conmigo; había sido mi descubridor y eso le daba unos derechos que parecían importantes. También estaba entusiasmado, aunque su entusiasmo se centraba más en lo que podría obtener por mí.
Desde el comienzo descubrí que el profesor y Patrick no se llevaban bien. Discutían con frecuencia, aunque claro, como John era quien mandaba allí, a Patrick no le quedaba más remedio que obedecer. A mi me daba pena verles enfadados tan a menudo, y es que yo apreciaba a los dos. Patrick me había sacado de aquel lugar solitario, en el que muchas veces me faltaban agua o comida, y hasta me había dado su nombre, “Pat Finnalis”, me bautizó; pero John me estaba enseñando muchas cosas. A soportar el frío y el calor, el fuego, la falta de agua, o la presencia de componentes químicos y biológicos, pero sobre todo, a comer otros alimentos que no fueran petróleo. Y existen muchos; unos cuantos son líquidos, –el que más me gusta se llamaba gasoil-, pero casi todos son sólidos. De variados colores, sabores, texturas, formas… mi preferido es uno que llaman PVC, porque está salado y su sabor es muy parecido a lo que encontraba en mi charca de antaño; aunque ni los ABS, ni los polietilenos, son tampoco de despreciar.
Al principio comía despacio, porque esa había sido mi costumbre desde siempre, pero John también me enseñó a comer deprisa y a crecer mucho, estando muy satisfecho de mis progresos. Y es que era fácil, además a lo bueno es sencillo acostumbrarse. Por lo visto mi apetito podía resultar muy útil cuando el petróleo se derramaba o para eliminar plásticos que estaban viejos o inservibles. Yo me lo comía todo. Y también aprendí a moverme veloz en el agua; ya fuera líquida o en forma de vapor, podía correr y reproducirme a través suyo, a toda velocidad. Por todo esto tenían mucho cuidado conmigo y jamás me dejaban suelto, y mucho menos cerca de agua.
- Mucho cuidado con el manejo de los cultivos, decía siempre el profesor a sus ayudantes, esta sustancia cambia de forma muy rápida y nada le afecta.
En la charca, como casi nunca tenía buenas condiciones de vida, apenas si se notaba mi presencia, una tenue película grisácea que tapizaba las rocas del fondo; sin embargo ahora crecía deprisa mientras tenía comida y recubría, devorando en minutos, los plásticos o las superficies de petróleo que ponían a mi disposición. Luego, cuando acababa con la comida, lo que cada día era más rápido, aquella especie de musgo gris se secaba, y convertido en polvo orgánico volvía a la tierra, que lo utilizaba como un nutriente más. John estaba muy contento, decía que había conseguido cerrar el proceso. No se a qué se refería con exactitud, pero las discusiones entre mis dos amigos eran cada vez más fuertes y violentas. Patrick decía que yo le pertenecía, ¡como si eso pudiera ser posible!, ¡con todo lo que he aprendido!
Un día discutieron más fuerte que nunca,
- ¡Necesito más dinero! -gritaba Patrick- y lo necesito ya.
- ¡Imposible! -le contestaba John- la investigación va despacio y necesitamos estar seguros antes de divulgar el descubrimiento. Además tu trabajo está siendo muy poco satisfactorio, Patrick.
- ¡Finnalis es mía, tengo una buena oferta, y me la voy a llevar!
Llegaron a las manos y uno de los guardias de seguridad tuvo que separarles y llevarse a Patrick, bien sujeto por los brazos, afuera, gritando que quería una solución y que se acordaría de él.
- ¡Esto no quedará así John -continuaba gritando mientras se lo llevaban escaleras abajo- me las pagarás!
Pensaba que no le vería más. Pero me equivoqué. Aquella noche Patrick volvió y vació las cubetas de cristal, en las que me tenían confinado, por el desagüe; creo que una pequeña parte de mi se marchó en su bolsillo, en unos pequeños tubos, pero el resto se fue por la conducción de agua…
No les volví a ver, ni falta que hacía, ahora, gracias a ellos, tengo un mundo a mi disposición, un mundo lleno de agua y comida.
martes, 25 de octubre de 2011
La caja 27 (Relato en dos folios)
El tapón de plata giraba despacio en su mano. Y Don Miguel, con la mirada perdida en el fondo de la habitación, que fuera primero el gabinete de trabajo de su padre y luego, cuando murió, el refugio al que acudía para encontrarse con sus amados libros, se complacía recordando.
Aquella botella de vidrio verdoso, elegante y estilizada, con tapón y refuerzos de plata, se la había regalado Maritxu, su Maritxu, hacía ya tantos años que era como si siempre hubiera sido suya, -para que pongas dentro el oporto que tanto te gusta- le había dicho al dársela.
Y la botella y su tapón aún olían al oporto que había contenido; notaba su leve aroma emanando de entre sus dedos. Aunque, como su propia vida, era un recuerdo que se desvanecía por momentos.
¡Pobre Maritxu!, ya no volvió a ser la misma desde la muerte de Rosita; desde aquel desgraciado accidente que se llevó a su hija, a la única que tuvieron. A partir de aquel momento Maritxu comenzó a morir, si es que morir es ir dejando de vivir. Su alegría, su desparpajo, su coquetería… todo desapareció aquella noche de invierno en la resbaladiza carretera que lleva a El Escorial.
Con un brusco movimiento de cabeza, como para ahuyentar aquellos pensamientos, Don Miguel volvió la vista a la ventana y percibió que la tarde avanzaba, y que la falta de luz se iba dejando sentir en la habitación. Había cajas apiladas, muchas cajas; todos sus libros y muchos recuerdos estaban ya encerrados en cajas de cartón, todas ellas numeradas y precintadas con cinta de embalaje.
Encima de la mesa de roble, que había sido parte del despacho, quedaba una caja aún por cerrar, llevaba el número 27 y en ella, además de la botella para el oporto, había un pequeño espejo redondo con mango de plata y una lamparita de mesa, con la pantalla de pergamino muy ajada, pie también de plata y que su padre calificaba, “como de mucho mérito”.
El espejo se lo había regalado a Maritxu en una fecha de aniversario que ya había olvidado –así podrás ver de cerca esa cara tan preciosa que tienes- recordaba que le había dicho. Y desde entonces ella no dejó de utilizarlo nunca todas las mañanas nada más levantarse, -para arreglarme un poco-, decía.
La lamparita había sido de su padre, y Don Miguel la recordaba encima de la mesa desde siempre. Cuando era pequeño, y entraba a escondidas en el gabinete, jugaba con la perilla de bakelita que tenía, a encenderla y apagarla. Luego fue suya, y acariciando la perilla, encendiéndola y apagándola, aún podía ver a aquel niño pequeño, curioso y algo gordito, que jugaba con todo.
Ya era casi la hora, pronto vendrían a buscarle, tendría que irse, y para siempre. Al principio le había horrorizado la idea, pero poco a poco la fue aceptando y el día había llegado, casi sin sentirlo.
El coste de la vida había subido mucho y su escuálida pensión, lo único que le quedaba tras más de cuarenta años de trabajo en la imprenta municipal, era insuficiente para poder seguir viviendo en aquella casa. Y además comenzaba a necesitar cuidados que no podía pagar.
La residencia a la que se trasladaba, “muy buena” según la mujer del Servicio Social, no aceptaba que los internos llevaran ningún objeto personal, “tan sólo fotografías y con marcos pequeños”, le dijeron. Por eso todo quedaba atrás; López, el brocante de la vecina calle del Prado, le había hecho un precio por todo lo que quedaba, y es que la larga enfermedad de Maritxu se había llevado los ahorros y las pocas cosas de precio que tenían. Así, sus libros, muebles, y algunos pequeños adornos, casi sin valor, estaban ya embalados, precintados y listos, como lo estaba él mismo.
Unos golpes en la puerta le sobresaltaron.
-¡Vamos Don Miguel, que le esperan en el portal y aún tengo que terminar aquí!, casi le gritó, algo desabrido, un mozo con mono de trabajo.
Y Don Miguel, levantándose de la silla ya embalada, en la que había estado sentado, puso el tapón, metió la botella en la caja, y cerrando la puerta muy despacio tras de si, como sabiendo que era algo más que una puerta lo que cerraba, fue bajando los escalones hacia el portal.
Unas semanas después la voz impersonal volvió a repetir ¡Lote 27, botella para licor, lámpara de mesa y espejo de mano, todo en plata de baja ley, sale en 90 euros! Al fondo de la sala, una chica joven, morena, y de apariencia tímida, levantó su cartel.
Aquella botella de vidrio verdoso, elegante y estilizada, con tapón y refuerzos de plata, se la había regalado Maritxu, su Maritxu, hacía ya tantos años que era como si siempre hubiera sido suya, -para que pongas dentro el oporto que tanto te gusta- le había dicho al dársela.
Y la botella y su tapón aún olían al oporto que había contenido; notaba su leve aroma emanando de entre sus dedos. Aunque, como su propia vida, era un recuerdo que se desvanecía por momentos.
¡Pobre Maritxu!, ya no volvió a ser la misma desde la muerte de Rosita; desde aquel desgraciado accidente que se llevó a su hija, a la única que tuvieron. A partir de aquel momento Maritxu comenzó a morir, si es que morir es ir dejando de vivir. Su alegría, su desparpajo, su coquetería… todo desapareció aquella noche de invierno en la resbaladiza carretera que lleva a El Escorial.
Con un brusco movimiento de cabeza, como para ahuyentar aquellos pensamientos, Don Miguel volvió la vista a la ventana y percibió que la tarde avanzaba, y que la falta de luz se iba dejando sentir en la habitación. Había cajas apiladas, muchas cajas; todos sus libros y muchos recuerdos estaban ya encerrados en cajas de cartón, todas ellas numeradas y precintadas con cinta de embalaje.
Encima de la mesa de roble, que había sido parte del despacho, quedaba una caja aún por cerrar, llevaba el número 27 y en ella, además de la botella para el oporto, había un pequeño espejo redondo con mango de plata y una lamparita de mesa, con la pantalla de pergamino muy ajada, pie también de plata y que su padre calificaba, “como de mucho mérito”.
El espejo se lo había regalado a Maritxu en una fecha de aniversario que ya había olvidado –así podrás ver de cerca esa cara tan preciosa que tienes- recordaba que le había dicho. Y desde entonces ella no dejó de utilizarlo nunca todas las mañanas nada más levantarse, -para arreglarme un poco-, decía.
La lamparita había sido de su padre, y Don Miguel la recordaba encima de la mesa desde siempre. Cuando era pequeño, y entraba a escondidas en el gabinete, jugaba con la perilla de bakelita que tenía, a encenderla y apagarla. Luego fue suya, y acariciando la perilla, encendiéndola y apagándola, aún podía ver a aquel niño pequeño, curioso y algo gordito, que jugaba con todo.
Ya era casi la hora, pronto vendrían a buscarle, tendría que irse, y para siempre. Al principio le había horrorizado la idea, pero poco a poco la fue aceptando y el día había llegado, casi sin sentirlo.
El coste de la vida había subido mucho y su escuálida pensión, lo único que le quedaba tras más de cuarenta años de trabajo en la imprenta municipal, era insuficiente para poder seguir viviendo en aquella casa. Y además comenzaba a necesitar cuidados que no podía pagar.
La residencia a la que se trasladaba, “muy buena” según la mujer del Servicio Social, no aceptaba que los internos llevaran ningún objeto personal, “tan sólo fotografías y con marcos pequeños”, le dijeron. Por eso todo quedaba atrás; López, el brocante de la vecina calle del Prado, le había hecho un precio por todo lo que quedaba, y es que la larga enfermedad de Maritxu se había llevado los ahorros y las pocas cosas de precio que tenían. Así, sus libros, muebles, y algunos pequeños adornos, casi sin valor, estaban ya embalados, precintados y listos, como lo estaba él mismo.
Unos golpes en la puerta le sobresaltaron.
-¡Vamos Don Miguel, que le esperan en el portal y aún tengo que terminar aquí!, casi le gritó, algo desabrido, un mozo con mono de trabajo.
Y Don Miguel, levantándose de la silla ya embalada, en la que había estado sentado, puso el tapón, metió la botella en la caja, y cerrando la puerta muy despacio tras de si, como sabiendo que era algo más que una puerta lo que cerraba, fue bajando los escalones hacia el portal.
Unas semanas después la voz impersonal volvió a repetir ¡Lote 27, botella para licor, lámpara de mesa y espejo de mano, todo en plata de baja ley, sale en 90 euros! Al fondo de la sala, una chica joven, morena, y de apariencia tímida, levantó su cartel.
jueves, 20 de octubre de 2011
Entre mujeres y hombres
Tengo la costumbre de asistir, una vez por semana, a una tertulia que se organiza en la terraza del Espejo en Madrid. No es una tertulia literaria, ni política, ni económica, sino que tiene el propósito de ser un poco de todo. A la misma suele asistir un grupo de amigos y sobre todo de amigas, todos de de edad mediana, que durante un par de horas nos sentamos a la mesa y disfrutamos de la charla. Como no podía ser menos, la cuestión recurrente en casi todas las conversaciones, cuando se difumina el tema del día, es la relación, a veces enconada, que mantenemos en estos momentos hombres y mujeres maduros y que ya están de vuelta de un primer matrimonio o relación; es decir, que somos divorciados, viudos, separados o solteros con espolones.
Suelen tomar la voz cantante ellas, ya que nosotros somos, para este tipo de conversaciones, más púdicos, tímidos o reservados, si se quiere, aunque otros pudieran decir que es un tema tan gastado que ya no nos interesa. Cuando aparece esta conversación, que ya es redundante y manida, se percibe enseguida un cierto sentimiento de malestar, contra los hombres, entre algunas mujeres asistentes. Y es preciso puntualizar que no es contra los hombres que fueron sus parejas durante años, sino contra los que encontrándose en su misma situación, es decir, separados, viudos, divorciados o solteros –solos todos- no comparten las mismas inquietudes, gustos y aficiones que ellas y no se muestran en el escaparate, a su disposición. En palabras de una de las asistentes “los hombres están agazapados”.
Otra de las opiniones, bastante generalizada, es que los hombres hemos perdido el sentido romántico de una relación entre hombre y mujer, y lo digo en el sentido protocolario. Es decir, que no estamos pendientes de la otra persona, que no llamamos cuando – en teoría- nos corresponde, que perdemos el interés enseguida; en suma, que no hacemos los movimientos de cortejo que gustaban antaño. Y utilizo adrede esta palabra, algo anticuada, para entender que si a las mujeres les gusta que se hayan perdido algunas costumbres anteriores, tienen que entender que necesariamente, en la misma maleta, se han ido otras; que estamos en el siglo XXI para todo, para lo que nos gusta y lo que no.
Aún recuerdo aquellos años jóvenes, cuando recién salidos de la adolescencia o en ella aún, comenzábamos a salir por las noches. Por cada diez de nosotros había una chica, solicitada como si fuera la última sobre la tierra. Cuidado con el desodorante, que todo vaya bien limpio y los zapatos brillantes, afeitados y bien olientes… aprendías a tocar la guitarra, a bailar si era preciso, todo, con tal de poder tener unas ciertas dosis de éxito. Ahora, que la proporción ha cambiado y en casi cualquier actividad nocturna o diurna, salvo en las estrictamente deportivas, hay muchas más mujeres que hombres, tal vez los esfuerzos de antes ya no son tan necesarios y sea, por el contrario, preciso cambiar el modelo del cortejo. ¿Pero estamos preparados, tanto hombres como mujeres, para aceptar este cambio?
Ante todas estas definiciones e ideas preconcebidas, sobre todo la de “agazapados”, me suelo rebelar, porque considero que está muy lejos de la realidad y que en esta realidad, lo que sucede, es que los gustos, necesidades e inquietudes entre los grupos de hombres y mujeres, de los que estamos hablando, son muy diferentes. Y no voy a entrar en la compleja situación anímica del hombre de hoy en día, que en menos de dos generaciones ha experimentado un completo cambio en su rol social. Eso lo dejo para psicólogos, sociólogos y antropólogos, si es que estos últimos pueden comenzar a hablar ya.
No puedo menos que reconocer, ya que no hay nada más tozudo que la realidad, que hay muchas actividades, ya sea en los campos de la cultura, la música, el baile y sociales en general, en las que el número de mujeres asistentes multiplica en muchos dígitos al de hombres. ¿Basta esto para decir que los hombres se agazapan? Yo creo que no, porque en otras muchas actividades, más deportivas o viajeras, el número de hombres multiplica en muchas veces al de mujeres. En deportes como la bicicleta, la vela, la pesca, la motocicleta, el trekking … o los viajes de aventura con esfuerzo físico o pocas comodidades, la desproporción a favor de los hombres es manifiesta. Luego no hay tal ausencia de uno u otro genero, lo que sucede es que las inquietudes son diferentes y hombres y mujeres nos ajustamos a ellas y coincidimos poco.
Otra cuestión, que también aparece ligada a la de los hombres “agazapados”, es la de sus preferencias en lo referente al género femenino.
- Sólo les interesan las jovencitas –dice una.
- Y las sudamericanas –dice otra.
Hay que precisar, que cuando se habla de jovencitas para un hombre maduro, de entre 45 y 55 años, se está hablando de mujeres de entre 30 y 40; es decir, de entre 15 0 20 años menos de su edad, lo que no son precisamente jovencitas hablando con propiedad, sino mujeres que saben bien lo que quieren y tienen capacidad sobrada para elegir. Y si hablamos de sudamericanas, la preferencia es por su carácter meloso –dicen las unas- tierno y cariñoso –dicen los otros.
En este sentido voy a relatar una experiencia que tuve, hace ya unas semanas, en un hipermercado. Estaba yo pensando en mis cosas, apoyado más que agarrado, al carro de la compra en la cola de la caja, cuando no pude dejar de escuchar la conversación, mejor dicho, el estridente monólogo que se desarrollaba alrededor del carrito que tenía delante; justo el que estaba ya pagando. La mujer, prematuramente avejentada, pero de entre 45 y 50 años de edad, se dirigía al hombre, de más o menos los mismos años, aunque mejor conservado:
-¡Es que no te enteras de nada!, los cereales que te gustan no son estos que has cogido. ¡Mejor que no hagas nada! ¡No te enteras!- y los improperios seguían en estos términos, a toda velocidad y como producidos por una máquina.
El hombre, que no decía nada, continuaba poniendo, con parsimonia y la cabeza baja, las bolsas ya llenas en el carrito. Cuando terminó de hacerlo sacó la cartera, pagó y tras coger el recibo se fue empujando el carrito tras su mujer, que continuaba echándole miradas furibundas y sin ayudarle en lo más mínimo.
Cuando este hombre se divorcie y busque otra persona no querrá nada igual a lo que tuvo. Buscará a una mujer más joven y más cariñosa. Se pondrá unos vaqueros y saldrá de nuevo a la calle dispuesto a hacer todo lo que no ha podido hacer en estos últimos veinte años; a viajar, a salir por la noche, a hacer deporte, a escuchar la música que le gusta. Pero todo esto lo querrá hacer ya acompañado.
Yo creo que es cierto que los hombres maduros buscan, de manera mayoritaria, mujeres bastante más jóvenes que ellos o también más cuidadas y al día, que la media. Es como si intentaran atrapar una juventud que se les va, divirtiéndose y riendo otra vez en la vida, sin estar dispuestos a aguantar las eternas recriminaciones que han tenido hasta ese instante y que, al parecer, las mujeres de su edad no están dispuestas a dejar de hacerle. Y desde ese momento el hombre comenzará a hacer más deporte, a cuidarse, a dejar de fumar, a vestirse de otra forma más actual.
También buscan mujeres más cariñosas, como debió ser su pareja cuando se encontraron hace ya demasiados años. ¿Podría tacharse al hombre por ello, como he tenido que escuchar en una ocasión, ante el alborozo, aplauso y arrobamiento de las mujeres presentes, de vicioso y desviado? Yo creo que no, tan solo quiere que le traten bien. Nota que su autoestima está por los suelos y quiere recuperarla. Que todos somos libres de buscar en la vida lo que más nos interesa o compensa en cada momento. Y que no debe ponerse en la picota a nadie, ni por elegir una mujer más joven que él, ni por elegir quedarse en casa en lugar de salir a conocer otras mujeres, lo que para algunas parece un desatino, sobre todo porque desconocen su dirección.
Por lo que podríamos deducir de las conversaciones de la tertulia, el hombre maduro actual, su cliché más general, sería el de un hombre de 50/55 años, separado o divorciado, que busca mujeres de 35/40 años y sudamericanas, que ha perdido el romanticismo y olvidado las reglas del cortejo, que no gusta de actividades culturales o musicales y que se refugia en casa o con sus amigos y en actividades de macho heterosexual , con algo de adrenalina y cerveza. Yo creo que esto no es así, pero si lo fuera habría que intentar sacarle partido a la situación.
Y si los hombres maduros buscan como compañeras mujeres más jóvenes que ellos y más cariñosas que su anterior pareja, ¿qué buscan las mujeres de su misma edad? No soy mujer y es muy difícil meterse en su mente, casi imposible. Nosotros somos más sencillos –simples dicen ellas- y en sus vericuetos mentales es casi imposible no perderse, además de resultar muy cansado. Por ello tan solo puedo aventurar opiniones que, seguro, serán fácilmente rebatibles.
Puede ser que la mujer actual tenga los mismos problemas de cambio de papel en la sociedad moderna que está teniendo el hombre. Que en su mente, tan capaz como la masculina, pero distinta, exista en estos momentos una lucha entre lo que fue, lo que es y lo que quiere ser. Fue mujer, madre y trabajadora doméstica y el hombre la valoraba como a tal. Ahora es mujer, madre, trabajadora doméstica y trabajadora por un sueldo ¿Qué es lo que más valora ella de todo eso? ¿Y el hombre? ¿Y qué quiere ser la mujer a partir de ahora? ¿En qué quiere ser más valorada? ¿En qué quiere resaltar más?
No creo que la mujer madura busque hombres más jóvenes que ella con idea de una relación duradera; lo que por el contrario sí sucede en los hombres, que buscan con su nueva pareja más joven una relación estable. Creo que la mujer busca un hombre más o menos de su edad, que sea compañero y con el que poder hacer las cosas que le gustan y que en su anterior experiencia pudo no realizar a su gusto: viajar, ver museos, bailar, ir al teatro, sentirse querida… Todo ello en el ámbito de una relación más o menos estable y duradera, lo que creo que ya, a estas edades, buscamos todos, aunque puede haber alguna excepción.
Por desgracia para muchas mujeres maduras y no me siento muy orgulloso de ello, creo que el hombre, cuando ve a una mujer, primero ve el exterior –como es lógico hablando de ojos- y después, si hay tiempo y ocasión para profundizar, se asoma al interior.
En estos momentos de profundidad intelectual recuerdo una opinión de esa tertulia:
- ¡El hombre sólo repara en el físico y yo quiero un hombre que vea mi interior, los demás no me interesan!
Como si la susodicha fémina en cuestión no se fijara en el estilo de los trajes que compra, el diseño del coche que le gusta o los muebles y decoración para su casa. Independientemente de la calidad del tejido, los amortiguadores que lleve o si están hechos de roble o haya.
Ya. El problema es que si el físico no acompaña es difícil que exista el tiempo para poder reparar en lo demás. ¿Es injusto? Sí. ¿Es superficial? También. ¿Se puede hacer algo para corregirlo? Sí, podemos dar una clase intensiva a cada uno de los hombres para que cambien su proceder….más bien creo que no, que sería una misión imposible e improductiva, que, como ya he dicho, la realidad tiende a ser tozuda y que en lugar de querer cambiarla resulta más eficaz ajustarse a ella.
Y en este punto sale a relucir mi afición a la pesca –criticada por desconocida, pero no menos instructiva- Si quiero pescar lubinas, tendré que ir al rompiente y recorrerlo a pié, tendré que ir allí al amanecer –que es cuando están- poner el cebo que les guste y no el que me resulte más cómodo de encontrar y esperar a tener suerte. Así, tal vez, pescaré alguna. Si voy a la dársena del puerto a media mañana, me siento en una silla con la cervecita cerca, pongo el cebo que tenga y espero con comodidad, no cogeré ninguna. ¿Diré entonces que están agazapadas? ¿O entenderé que tengo que cambiar de técnica?
Si es preciso competir con mujeres más jóvenes habrá que cuidarse, hacer deporte, vestirse bien, ponerse tacones y vaqueros y no machacar a la lubina que se acerque –perdón quería decir hombre- con dilatadas conversaciones sobre el compromiso, lo mal que lo hacen los hombres en general y lo superficiales y ridículas que son las mujeres que se dejan el pelo largo, llevan biquini y se visten con moda juvenil, que es precisamente lo que más nos gusta.
Casi con seguridad, la opinión generalizada al llegar a este punto, si es que habéis conseguido llegar hasta aquí, lo que os agradezco, será que todo lo escrito es un potpurrí de ideas machistas y trasnochadas. Tal vez sea así, aunque no era mi intención. Pero vuelvo a referirme a la realidad y si el tema de conversación en esa tertulia, y con seguridad en otras muchas, es casi siempre el mismo, será porque esta realidad existe y es tozuda.
Los hombres, al igual que las mujeres, están ahí fuera. Ni han dejado de existir, ni están agazapados. Puede ser cierto que se hayan vuelto cómodos, también que no estén donde algunas mujeres les buscan y sí en lugares a dónde no van a buscarles, pero si están y no se acercan al negocio es porque lo que tenemos no les interesa. Tendremos que cambiarlo o seguir en la eterna discusión.
Eduardo Lizarraga
Suelen tomar la voz cantante ellas, ya que nosotros somos, para este tipo de conversaciones, más púdicos, tímidos o reservados, si se quiere, aunque otros pudieran decir que es un tema tan gastado que ya no nos interesa. Cuando aparece esta conversación, que ya es redundante y manida, se percibe enseguida un cierto sentimiento de malestar, contra los hombres, entre algunas mujeres asistentes. Y es preciso puntualizar que no es contra los hombres que fueron sus parejas durante años, sino contra los que encontrándose en su misma situación, es decir, separados, viudos, divorciados o solteros –solos todos- no comparten las mismas inquietudes, gustos y aficiones que ellas y no se muestran en el escaparate, a su disposición. En palabras de una de las asistentes “los hombres están agazapados”.
Otra de las opiniones, bastante generalizada, es que los hombres hemos perdido el sentido romántico de una relación entre hombre y mujer, y lo digo en el sentido protocolario. Es decir, que no estamos pendientes de la otra persona, que no llamamos cuando – en teoría- nos corresponde, que perdemos el interés enseguida; en suma, que no hacemos los movimientos de cortejo que gustaban antaño. Y utilizo adrede esta palabra, algo anticuada, para entender que si a las mujeres les gusta que se hayan perdido algunas costumbres anteriores, tienen que entender que necesariamente, en la misma maleta, se han ido otras; que estamos en el siglo XXI para todo, para lo que nos gusta y lo que no.
Aún recuerdo aquellos años jóvenes, cuando recién salidos de la adolescencia o en ella aún, comenzábamos a salir por las noches. Por cada diez de nosotros había una chica, solicitada como si fuera la última sobre la tierra. Cuidado con el desodorante, que todo vaya bien limpio y los zapatos brillantes, afeitados y bien olientes… aprendías a tocar la guitarra, a bailar si era preciso, todo, con tal de poder tener unas ciertas dosis de éxito. Ahora, que la proporción ha cambiado y en casi cualquier actividad nocturna o diurna, salvo en las estrictamente deportivas, hay muchas más mujeres que hombres, tal vez los esfuerzos de antes ya no son tan necesarios y sea, por el contrario, preciso cambiar el modelo del cortejo. ¿Pero estamos preparados, tanto hombres como mujeres, para aceptar este cambio?
Ante todas estas definiciones e ideas preconcebidas, sobre todo la de “agazapados”, me suelo rebelar, porque considero que está muy lejos de la realidad y que en esta realidad, lo que sucede, es que los gustos, necesidades e inquietudes entre los grupos de hombres y mujeres, de los que estamos hablando, son muy diferentes. Y no voy a entrar en la compleja situación anímica del hombre de hoy en día, que en menos de dos generaciones ha experimentado un completo cambio en su rol social. Eso lo dejo para psicólogos, sociólogos y antropólogos, si es que estos últimos pueden comenzar a hablar ya.
No puedo menos que reconocer, ya que no hay nada más tozudo que la realidad, que hay muchas actividades, ya sea en los campos de la cultura, la música, el baile y sociales en general, en las que el número de mujeres asistentes multiplica en muchos dígitos al de hombres. ¿Basta esto para decir que los hombres se agazapan? Yo creo que no, porque en otras muchas actividades, más deportivas o viajeras, el número de hombres multiplica en muchas veces al de mujeres. En deportes como la bicicleta, la vela, la pesca, la motocicleta, el trekking … o los viajes de aventura con esfuerzo físico o pocas comodidades, la desproporción a favor de los hombres es manifiesta. Luego no hay tal ausencia de uno u otro genero, lo que sucede es que las inquietudes son diferentes y hombres y mujeres nos ajustamos a ellas y coincidimos poco.
Otra cuestión, que también aparece ligada a la de los hombres “agazapados”, es la de sus preferencias en lo referente al género femenino.
- Sólo les interesan las jovencitas –dice una.
- Y las sudamericanas –dice otra.
Hay que precisar, que cuando se habla de jovencitas para un hombre maduro, de entre 45 y 55 años, se está hablando de mujeres de entre 30 y 40; es decir, de entre 15 0 20 años menos de su edad, lo que no son precisamente jovencitas hablando con propiedad, sino mujeres que saben bien lo que quieren y tienen capacidad sobrada para elegir. Y si hablamos de sudamericanas, la preferencia es por su carácter meloso –dicen las unas- tierno y cariñoso –dicen los otros.
En este sentido voy a relatar una experiencia que tuve, hace ya unas semanas, en un hipermercado. Estaba yo pensando en mis cosas, apoyado más que agarrado, al carro de la compra en la cola de la caja, cuando no pude dejar de escuchar la conversación, mejor dicho, el estridente monólogo que se desarrollaba alrededor del carrito que tenía delante; justo el que estaba ya pagando. La mujer, prematuramente avejentada, pero de entre 45 y 50 años de edad, se dirigía al hombre, de más o menos los mismos años, aunque mejor conservado:
-¡Es que no te enteras de nada!, los cereales que te gustan no son estos que has cogido. ¡Mejor que no hagas nada! ¡No te enteras!- y los improperios seguían en estos términos, a toda velocidad y como producidos por una máquina.
El hombre, que no decía nada, continuaba poniendo, con parsimonia y la cabeza baja, las bolsas ya llenas en el carrito. Cuando terminó de hacerlo sacó la cartera, pagó y tras coger el recibo se fue empujando el carrito tras su mujer, que continuaba echándole miradas furibundas y sin ayudarle en lo más mínimo.
Cuando este hombre se divorcie y busque otra persona no querrá nada igual a lo que tuvo. Buscará a una mujer más joven y más cariñosa. Se pondrá unos vaqueros y saldrá de nuevo a la calle dispuesto a hacer todo lo que no ha podido hacer en estos últimos veinte años; a viajar, a salir por la noche, a hacer deporte, a escuchar la música que le gusta. Pero todo esto lo querrá hacer ya acompañado.
Yo creo que es cierto que los hombres maduros buscan, de manera mayoritaria, mujeres bastante más jóvenes que ellos o también más cuidadas y al día, que la media. Es como si intentaran atrapar una juventud que se les va, divirtiéndose y riendo otra vez en la vida, sin estar dispuestos a aguantar las eternas recriminaciones que han tenido hasta ese instante y que, al parecer, las mujeres de su edad no están dispuestas a dejar de hacerle. Y desde ese momento el hombre comenzará a hacer más deporte, a cuidarse, a dejar de fumar, a vestirse de otra forma más actual.
También buscan mujeres más cariñosas, como debió ser su pareja cuando se encontraron hace ya demasiados años. ¿Podría tacharse al hombre por ello, como he tenido que escuchar en una ocasión, ante el alborozo, aplauso y arrobamiento de las mujeres presentes, de vicioso y desviado? Yo creo que no, tan solo quiere que le traten bien. Nota que su autoestima está por los suelos y quiere recuperarla. Que todos somos libres de buscar en la vida lo que más nos interesa o compensa en cada momento. Y que no debe ponerse en la picota a nadie, ni por elegir una mujer más joven que él, ni por elegir quedarse en casa en lugar de salir a conocer otras mujeres, lo que para algunas parece un desatino, sobre todo porque desconocen su dirección.
Por lo que podríamos deducir de las conversaciones de la tertulia, el hombre maduro actual, su cliché más general, sería el de un hombre de 50/55 años, separado o divorciado, que busca mujeres de 35/40 años y sudamericanas, que ha perdido el romanticismo y olvidado las reglas del cortejo, que no gusta de actividades culturales o musicales y que se refugia en casa o con sus amigos y en actividades de macho heterosexual , con algo de adrenalina y cerveza. Yo creo que esto no es así, pero si lo fuera habría que intentar sacarle partido a la situación.
Y si los hombres maduros buscan como compañeras mujeres más jóvenes que ellos y más cariñosas que su anterior pareja, ¿qué buscan las mujeres de su misma edad? No soy mujer y es muy difícil meterse en su mente, casi imposible. Nosotros somos más sencillos –simples dicen ellas- y en sus vericuetos mentales es casi imposible no perderse, además de resultar muy cansado. Por ello tan solo puedo aventurar opiniones que, seguro, serán fácilmente rebatibles.
Puede ser que la mujer actual tenga los mismos problemas de cambio de papel en la sociedad moderna que está teniendo el hombre. Que en su mente, tan capaz como la masculina, pero distinta, exista en estos momentos una lucha entre lo que fue, lo que es y lo que quiere ser. Fue mujer, madre y trabajadora doméstica y el hombre la valoraba como a tal. Ahora es mujer, madre, trabajadora doméstica y trabajadora por un sueldo ¿Qué es lo que más valora ella de todo eso? ¿Y el hombre? ¿Y qué quiere ser la mujer a partir de ahora? ¿En qué quiere ser más valorada? ¿En qué quiere resaltar más?
No creo que la mujer madura busque hombres más jóvenes que ella con idea de una relación duradera; lo que por el contrario sí sucede en los hombres, que buscan con su nueva pareja más joven una relación estable. Creo que la mujer busca un hombre más o menos de su edad, que sea compañero y con el que poder hacer las cosas que le gustan y que en su anterior experiencia pudo no realizar a su gusto: viajar, ver museos, bailar, ir al teatro, sentirse querida… Todo ello en el ámbito de una relación más o menos estable y duradera, lo que creo que ya, a estas edades, buscamos todos, aunque puede haber alguna excepción.
Por desgracia para muchas mujeres maduras y no me siento muy orgulloso de ello, creo que el hombre, cuando ve a una mujer, primero ve el exterior –como es lógico hablando de ojos- y después, si hay tiempo y ocasión para profundizar, se asoma al interior.
En estos momentos de profundidad intelectual recuerdo una opinión de esa tertulia:
- ¡El hombre sólo repara en el físico y yo quiero un hombre que vea mi interior, los demás no me interesan!
Como si la susodicha fémina en cuestión no se fijara en el estilo de los trajes que compra, el diseño del coche que le gusta o los muebles y decoración para su casa. Independientemente de la calidad del tejido, los amortiguadores que lleve o si están hechos de roble o haya.
Ya. El problema es que si el físico no acompaña es difícil que exista el tiempo para poder reparar en lo demás. ¿Es injusto? Sí. ¿Es superficial? También. ¿Se puede hacer algo para corregirlo? Sí, podemos dar una clase intensiva a cada uno de los hombres para que cambien su proceder….más bien creo que no, que sería una misión imposible e improductiva, que, como ya he dicho, la realidad tiende a ser tozuda y que en lugar de querer cambiarla resulta más eficaz ajustarse a ella.
Y en este punto sale a relucir mi afición a la pesca –criticada por desconocida, pero no menos instructiva- Si quiero pescar lubinas, tendré que ir al rompiente y recorrerlo a pié, tendré que ir allí al amanecer –que es cuando están- poner el cebo que les guste y no el que me resulte más cómodo de encontrar y esperar a tener suerte. Así, tal vez, pescaré alguna. Si voy a la dársena del puerto a media mañana, me siento en una silla con la cervecita cerca, pongo el cebo que tenga y espero con comodidad, no cogeré ninguna. ¿Diré entonces que están agazapadas? ¿O entenderé que tengo que cambiar de técnica?
Si es preciso competir con mujeres más jóvenes habrá que cuidarse, hacer deporte, vestirse bien, ponerse tacones y vaqueros y no machacar a la lubina que se acerque –perdón quería decir hombre- con dilatadas conversaciones sobre el compromiso, lo mal que lo hacen los hombres en general y lo superficiales y ridículas que son las mujeres que se dejan el pelo largo, llevan biquini y se visten con moda juvenil, que es precisamente lo que más nos gusta.
Casi con seguridad, la opinión generalizada al llegar a este punto, si es que habéis conseguido llegar hasta aquí, lo que os agradezco, será que todo lo escrito es un potpurrí de ideas machistas y trasnochadas. Tal vez sea así, aunque no era mi intención. Pero vuelvo a referirme a la realidad y si el tema de conversación en esa tertulia, y con seguridad en otras muchas, es casi siempre el mismo, será porque esta realidad existe y es tozuda.
Los hombres, al igual que las mujeres, están ahí fuera. Ni han dejado de existir, ni están agazapados. Puede ser cierto que se hayan vuelto cómodos, también que no estén donde algunas mujeres les buscan y sí en lugares a dónde no van a buscarles, pero si están y no se acercan al negocio es porque lo que tenemos no les interesa. Tendremos que cambiarlo o seguir en la eterna discusión.
Eduardo Lizarraga
viernes, 7 de octubre de 2011
Los paganos de la fiesta
Escuchaba por televisión el pasado fin de semana una intervención del candidato por Andalucía, Arenas Bocanegra; con cara seria y gesto adusto nos anunciaba que la fiesta se había acabado y que ahora tocaba pagarla, y lo decía en la distancia, como si él mismo hubiera estado ausente del jolgorio. Nada nuevo en un discurso, el del PP, que se repite desde hace unos meses. Todos conocemos esa realidad, algunos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, otros han ganado dinero con la situación y ahora toca apretarse el cinturón. Y sin embargo creo que se debe profundizar en el comentario del candidato, que espero vuelva a serlo en las próximas elecciones.
A la hora de pagar algo en grupo siempre pasa lo mismo. Unos pagan más, los hay que pagan menos y también están los que no pagan. Ya no es que el que ha cenado angulas pague a escote con los demás, incluyendo al que por estar a dieta tomó una tortilla a la francesa y un vaso de agua, no, es que pudiera ser que los que han estado con barra libre en la fiesta se vayan sin pagar y se cotice a escote entre los que permanezcan en el local y algún involuntario que pase por la calle en ese momento.
Y mucho me temo que con los datos en la mano, los que nos están proporcionando todos los días las autonomías gobernadas por el PP, se vaya a lo fácil. A que algunos no paguen y a que el resto paguemos a escote. Y esto es lo fácil de hacer, además de lo injusto. Porque, si no nos hemos beneficiado de la misma manera en las vacas gordas ¿por qué vamos a pagar a medias cuando llegan las flacas? No será más justo que se establezcan algunos baremos como el de acumulación de patrimonio o su incremento durante los años de bonanza para adjudicar a cada uno un pago justo. Ya se que puede no ser fácil el establecimiento de esos ratios, pero ¡demonio!, que los empleados públicos, tanto fijos como de cuatro años de contrato, piensen y se ganen el sueldo.
Resulta curioso observar,aunque previsible,que sean dos de los principales pilares del bienestar, Educación y Sanidad, los que han comenzado a rebajar los políticos del PP recién ascendidos a gobernantes autonómicos. Parece como si a ellos y a los suyos no les afectara la medida. Está claro que a Cospedal, que gobierna ahora en Castilla la Mancha –nuevo cargo, nuevo sueldo ¿cuántos van?- ni la rebaja en la gratuidad de la enseñanza, ni en la sanidad pueden afectarle mucho. Tampoco en Cataluña están las cosas mejor, aunque claro, vuelve a ser la derecha la que gobierna, dispuesta a reducir el presupuesto sanitario pero no a hacer lo mismo con el programa de inmersión lingüística. ¿Qué opinaran los que han votado tanto a PP como a CIU? Y no sólo allí, sino en Baleares, Extremadura, Aragón…
En este punto podemos hablar de la pérdida de conciencia de clase que han traído consigo todos estos años de lenta mejoría económica, desde el fin de la dictadura franquista hasta nuestros días. A la fiesta que menciona Arenas no sólo hemos ido a comer y a beber, sino que hemos abandonado el traje de pana, el jersey casero y las Panter, y nos hemos puesto los vaqueros de marca y los Martinelli. La clase obrera ha desaparecido y en su lugar queda una ampliada clase media, desideologizada y consumista, que va a ser la pagana de la fiesta. Y ya se está comenzando a dar cuenta de la factura, aunque pudiera ser que algo tarde porque su voto se ha ido o se irá al PP que, en esta ocasión, con programas y mensajes vergonzosos, ha ganado la batalla de la comunicación.
¿Que el PSOE ha hecho mal las cosas?, no seré yo quien lo discuta; su actuación me recuerda a la franquista en 1973 con la primera crisis del petróleo. Se negó la crisis, se protegió el precio de los carburantes y se nos metió de hoz y coz en un marasmo económico que duró años. Algo similar ha sido la actuación de Zapatero negando la crisis económica y no sabiendo ver su importancia para nuestro país. O no quería escuchar a nadie o sus asesores estaban pagados por Génova, porque desde luego, peor imposible. Perdió los ayuntamientos, perdió las autonomías y ahora perderá el Gobierno de la nación. Vamos a una refundación del partido, lo que no está mal si desaparecen las aidos, pajines y otros especímenes del aparato, aunque espero que queden algunas cabezas pensantes, porque inmolarse alrededor del candidato Rubalcaba, aunque honorable, no lo veo muy inteligente.
Casi con seguridad, con el resultado de las próximas elecciones generales perderemos lo poco que habíamos obtenido de estado del bienestar europeo. Sanidad, Educación, prestaciones sociales, derechos laborales, derechos sindicales… y ya veremos qué más, van a ser sacrificados por el PP en aras de una recuperación económica que tan sólo se producirá en consonancia con la situación de nuestro entorno. Y culpando, eso si, de todo a Zapatero, al PSOE y a la herencia recibida. Y lo harán,lo están haciendo ya, durante esta legislatura que se iniciará en unos meses y durante la siguiente si les dejamos.
Los perjudicados vamos a ser todos los que hemos estado en la fiesta, pero a régimen. Y los beneficiados la banca, las grandes empresas, los empresarios y todos aquellos que sustituirán los servicios ofrecidos hasta ahora por el estado del bienestar, por otros pagados al contado. Asi dispondremos de menos dinero y nos sablearán con los mismos impuestos o más… ¿Hemos votado o votaremos eso?
No espero más que estulticia de la masa aborregada, asustada y apesebrada en la que nos han convertido treinta años de molicie intelectual. Al menos no en el breve espacio de tiempo que resta hasta la elecciones. Pero espero que la conciencia social dormida se despierte ante las agresiones que vamos a recibir a partir de enero y que cuando vengan a buscar al amigo o al vecino de enfrente no dejemos que se lo lleven, porque los siguientes podremos ser nosotros.
Que lo que comieron angulas, bebieron reserva y se tomaron un armagnac paguen lo que se llevaron; eso es lo justo y no que se lleven por delante la casa del parado, el colegio de sus hijos y el hospital de su madre. Pero seguro que aún no estamos preparados para despertarnos.
A la hora de pagar algo en grupo siempre pasa lo mismo. Unos pagan más, los hay que pagan menos y también están los que no pagan. Ya no es que el que ha cenado angulas pague a escote con los demás, incluyendo al que por estar a dieta tomó una tortilla a la francesa y un vaso de agua, no, es que pudiera ser que los que han estado con barra libre en la fiesta se vayan sin pagar y se cotice a escote entre los que permanezcan en el local y algún involuntario que pase por la calle en ese momento.
Y mucho me temo que con los datos en la mano, los que nos están proporcionando todos los días las autonomías gobernadas por el PP, se vaya a lo fácil. A que algunos no paguen y a que el resto paguemos a escote. Y esto es lo fácil de hacer, además de lo injusto. Porque, si no nos hemos beneficiado de la misma manera en las vacas gordas ¿por qué vamos a pagar a medias cuando llegan las flacas? No será más justo que se establezcan algunos baremos como el de acumulación de patrimonio o su incremento durante los años de bonanza para adjudicar a cada uno un pago justo. Ya se que puede no ser fácil el establecimiento de esos ratios, pero ¡demonio!, que los empleados públicos, tanto fijos como de cuatro años de contrato, piensen y se ganen el sueldo.
Resulta curioso observar,aunque previsible,que sean dos de los principales pilares del bienestar, Educación y Sanidad, los que han comenzado a rebajar los políticos del PP recién ascendidos a gobernantes autonómicos. Parece como si a ellos y a los suyos no les afectara la medida. Está claro que a Cospedal, que gobierna ahora en Castilla la Mancha –nuevo cargo, nuevo sueldo ¿cuántos van?- ni la rebaja en la gratuidad de la enseñanza, ni en la sanidad pueden afectarle mucho. Tampoco en Cataluña están las cosas mejor, aunque claro, vuelve a ser la derecha la que gobierna, dispuesta a reducir el presupuesto sanitario pero no a hacer lo mismo con el programa de inmersión lingüística. ¿Qué opinaran los que han votado tanto a PP como a CIU? Y no sólo allí, sino en Baleares, Extremadura, Aragón…
En este punto podemos hablar de la pérdida de conciencia de clase que han traído consigo todos estos años de lenta mejoría económica, desde el fin de la dictadura franquista hasta nuestros días. A la fiesta que menciona Arenas no sólo hemos ido a comer y a beber, sino que hemos abandonado el traje de pana, el jersey casero y las Panter, y nos hemos puesto los vaqueros de marca y los Martinelli. La clase obrera ha desaparecido y en su lugar queda una ampliada clase media, desideologizada y consumista, que va a ser la pagana de la fiesta. Y ya se está comenzando a dar cuenta de la factura, aunque pudiera ser que algo tarde porque su voto se ha ido o se irá al PP que, en esta ocasión, con programas y mensajes vergonzosos, ha ganado la batalla de la comunicación.
¿Que el PSOE ha hecho mal las cosas?, no seré yo quien lo discuta; su actuación me recuerda a la franquista en 1973 con la primera crisis del petróleo. Se negó la crisis, se protegió el precio de los carburantes y se nos metió de hoz y coz en un marasmo económico que duró años. Algo similar ha sido la actuación de Zapatero negando la crisis económica y no sabiendo ver su importancia para nuestro país. O no quería escuchar a nadie o sus asesores estaban pagados por Génova, porque desde luego, peor imposible. Perdió los ayuntamientos, perdió las autonomías y ahora perderá el Gobierno de la nación. Vamos a una refundación del partido, lo que no está mal si desaparecen las aidos, pajines y otros especímenes del aparato, aunque espero que queden algunas cabezas pensantes, porque inmolarse alrededor del candidato Rubalcaba, aunque honorable, no lo veo muy inteligente.
Casi con seguridad, con el resultado de las próximas elecciones generales perderemos lo poco que habíamos obtenido de estado del bienestar europeo. Sanidad, Educación, prestaciones sociales, derechos laborales, derechos sindicales… y ya veremos qué más, van a ser sacrificados por el PP en aras de una recuperación económica que tan sólo se producirá en consonancia con la situación de nuestro entorno. Y culpando, eso si, de todo a Zapatero, al PSOE y a la herencia recibida. Y lo harán,lo están haciendo ya, durante esta legislatura que se iniciará en unos meses y durante la siguiente si les dejamos.
Los perjudicados vamos a ser todos los que hemos estado en la fiesta, pero a régimen. Y los beneficiados la banca, las grandes empresas, los empresarios y todos aquellos que sustituirán los servicios ofrecidos hasta ahora por el estado del bienestar, por otros pagados al contado. Asi dispondremos de menos dinero y nos sablearán con los mismos impuestos o más… ¿Hemos votado o votaremos eso?
No espero más que estulticia de la masa aborregada, asustada y apesebrada en la que nos han convertido treinta años de molicie intelectual. Al menos no en el breve espacio de tiempo que resta hasta la elecciones. Pero espero que la conciencia social dormida se despierte ante las agresiones que vamos a recibir a partir de enero y que cuando vengan a buscar al amigo o al vecino de enfrente no dejemos que se lo lleven, porque los siguientes podremos ser nosotros.
Que lo que comieron angulas, bebieron reserva y se tomaron un armagnac paguen lo que se llevaron; eso es lo justo y no que se lleven por delante la casa del parado, el colegio de sus hijos y el hospital de su madre. Pero seguro que aún no estamos preparados para despertarnos.
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