miércoles, 27 de abril de 2011

Siempre pobre cántaro

La absoluta falta de moralidad de Telefónica, el desastre nuclear de Fukushima, la crisis de los mercados financieros y la burbuja inmobiliaria, entre otros, no son hechos aislados, sino indicadores palpables y dramáticos de que se necesita un drástico cambio en el modelo de sociedad en la que vivimos. Las empresas, sobre todo las grandes corporaciones multinacionales, han convertido a las naciones de este mundo en sus cortijos y a los ciudadanos en unos aparceros de los que se sirven mientras obtienen un beneficio y sacrifican cuando ya no es así.
¿Hasta que punto la dirección de Telefónica puede despedir con una mano, y sin que le tiemble el pulso, a 6.200 de sus trabajadores más antiguos, invocando el principio de competitividad, mientras que con la otra reparte 450 millones entre sus directivos, incluyéndose ellos mismos?
¿Cómo es posible que Tepco, la empresa nipona propietaria de Fukushima, juegue con las vidas de sus conciudadanos presentes y futuros, como lo hacen todas las empresas nucleares, sin que se la considere una amenaza mayor que cualquier grupo terrorista?
¿Quién dirige el orden financiero mundial, para que se den ayudas multimillonarias a los causantes del actual cataclismo económico, que se las reparten amigablemente entre ellos, mientras que se deja caer en la miseria a millones de personas que no han tenido nada que ver en el desastre?
¿Qué responsabilidad tiene un banco a la hora de tasar un activo inmobiliario cuyo valor desciende a la mitad dos años después, esclavizando a su comprador de por vida? La banca no ha dejado de tener beneficios, ni sus directivos premios durante estos años, ¿por qué hay que socorrerles?
Seguro que algún ilustre prócer político o económico me responde que es el mercado quien manda en el nuevo orden mundial y la competitividad de las empresas y los países es su vara de medir. Y yo creo que este nuevo dios no es sino una mentira más, desarrollada para poder esclavizar a miles de millones de personas en beneficio de una plutocracia, que no conoce ya fronteras ni ideologías.
¿Quién escribe las leyes del libre mercado? Unas leyes que han propiciado una tiranía mucho mayor que la de las monarquías absolutas, o los regímenes fascistas, comunistas o nazis. ¿Cuántos millones de muertos ha causado ya este libre mercado y sus profetas, tan sólo en Africa?
Decía un viejo refrán “ Si el cántaro cae sobre la piedra, pobre cántaro; si la piedra cae sobre el cántaro, pobre cántaro; siempre pobre cántaro”. Y así, cántaro, debe sentirse la sociedad globalizada en la que vivimos, asediada, tiranizada, esclavizada por ese nuevo dios que tiene en el consumo su mayor altar y sus mejores cadenas. Una sociedad en la que la clase media, la burguesía de antaño, está desapareciendo a pasos agigantados para dar paso a este nuevo modelo social, abocado a que sólo haya ricos o pobres, con diferentes grados, pero nada más.
La revolución francesa acabó con las monarquías absolutas, la II Guerra Mundial con los regímenes totalitarios, y el liberalismo parece que lo hizo con el comunismo. ¿Pero qué hay que hacer para acabar con la tiranía de este libre mercado fuera de control?
Resulta curioso comprobar que los estados pueden poner todo tipo de trabas y fronteras a la libertad de los individuos con diversos motivos, casi siempre ceñidos a la salud o a la libertad o seguridad de los demás: prohibido fumar, prohibido correr con el coche, prohibido hacer ruido… pero se muestran incapaces ante los desmanes de las grandes corporaciones. O acaso son sus cómplices en el nuevo sometimiento del individuo y su transformación en esclavo o mercancía.
¿Cómo es posible que no se considere a una central nuclear como un peligro para la salud de todos los ciudadanos del mundo? Chernobyl, cuyos 25 años de desastre acaban de producirse, causó la muerte de entre cuatro mil y cien mil personas según las fuentes. ¿Por qué el nuclear debe ser un riesgo asumible? ¿Cuánto paga su lobby y a quiénes para que esto sea así?
Hace falta pues poner límites al libre mercado, a la competitividad y a las actividades empresariales si queremos de verdad caminar hacia un mundo más justo y más ético. En el eterno movimiento del péndulo, ahora estamos en el otro lado, y hemos propiciado la aparición de unos monstruos sin corazón, que únicamente buscan su supervivencia por encima de la de los individuos que los crearon y sustentaron.
Igual que cuando se unieron los individuos para acabar con las tiranías, ahora son los estados los únicos que pueden enfrentarse al problema, y los que deberán unirse para acabar con el desmedido poder de un mercado dirigido y dominado por las grandes multinacionales; pero no lo harán si no se lo exigimos.

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