martes, 23 de agosto de 2011

Perlas vaticanas


No he estado siguiendo la visita del obispo de Roma a nuestro país en modo alguno, para ser exacto lo único que me ha preocupado, y por tanto a lo que he prestado atención, ha sido el modo en que sus actividades podían interferir en las mías, lo que ha sido unas cuantas veces para mi disgusto, y sin embargo, ha sido tanta la cobertura mediática que a esta visita le han prestado muchas cadenas de TV, que algunas de sus frases e ideas han llegado hasta mi. En concreto dos de ellas no han dejado de preocuparme, porque si el representante máximo de varios centenares de millones de católicos es capaz de esgrimir tales barbaridades en público, es porque no sólo muchos políticos, sino también la Iglesia, han perdido definitivamente el pudor.
Me sorprendía la primera de sus frases cuando en un telediario, de no se qué cadena, el Jefe del Estado Vaticano decía al nuestro, es decir a Juan Carlos, que “el cristianismo está siendo rechazado en el mundo”. Y lo decía sin ningún rubor y con todo el aplomo de que es capaz. Y creo que este buen hombre, porque estimo que debe serlo, anda un poco equivocado. No es el cristianismo al que se rechaza, yo me considero cristiano y a lo único que rechazo es a una Iglesia que ha perdido sus valores, sus ideales y cuyo único objetivo en el mundo es continuar manteniendo su poder; eso sí, en medio de unos lujos tan desorbitados y con un boato que ya no son de recibo.
No voy a entrar ni en el coste de la visita ni en los beneficios –todos los políticos, incluso los más católicos tan sólo han hablado de beneficios económicos para Madrid, ¿dónde queda la espiritualidad?-, pero con la historia de la Iglesia en la mente tengo obligación de hacerme una serie de reflexiones. El verdadero poder de la Iglesia comienza tras el Edicto de Milán, entre Constantino y Licinio, que garantizaba la libertad religiosa en todo el Imperio Romano; fue en el año 313 y desde ese instante la recién permitida Iglesia maniobró acertadamente para quedarse con la exclusiva religiosa del Imperio, medida que consiguió de Teodosio en el año 380. A partir de ese momento comienza la persecución del paganismo –vergonzoso cierre de la Academia de Atenas- y de cualquier otra religión que no sea la cristiana. Persecución que llenó de sangre y terror los siguientes 1500 años, convirtiendo a la Iglesia católica en un azote, sangriento e inculto, de pueblos, costumbres y religiones, compitiendo con las tiranías más sangrientas que hayamos conocido. Con la excusa de “Dios lo quiere” causó centenares de miles de muertos con las Cruzadas, a ellas siguieron la tortura y muerte de los cátaros, la persecución de los judíos, la quema de brujas y las guerras de Religión de los siglos XVI y XVII que causaron la decadencia y empobrecimiento de la España de la época. Todo esto por citar unos pequeños ejemplos, pero podría seguir hasta llenar más de un libro.

La Iglesia creció y se hizo fuerte durante sus primeros siglos estando del lado de los pobres, de los esclavos, de los desarraigados, ¿qué queda de aquel espíritu? Creo que nada, tan sólo es una empresa, tal vez la más antigua del mundo y la que tiene mayor número de clientes, con su política comercial, sus inversiones, sus directivos, su presidente, su Consejo de Dirección, sus sueldos y dietas, su escalafón, sus jefes de zona…Ya no está ni con los pobres, ni con los esclavos, ni con los que sufren, al menos la Iglesia Vaticana. No he visto ni una imagen de esta iglesia en Somalia, ni en la India, ni en Haití. ¿Para qué todo ese lujo, ese boato, ese derroche de medios? ¿Con cuantos millones del presupuesto que ha costado la visita del sucesor de San Pedro se podía haber solucionado la hambruna de Somalia?
No creo que nos apartemos del cristianismo, sino más bien es esa Iglesia la que se aparta de la realidad, y hace menos que algunas ONGs laicas por solucionar los problemas del mundo.
La segunda “frase del día” con la que me sorprendió el Jefe del Vaticano y me reforzó aún más en mis convicciones de que la Iglesia es ya tan sólo una empresa más o menos rentable, fue la escuchada el día antes de su marcha: “A Jesucristo sólo se puede llegar a través de la Iglesia Católica” Si Jesucristo es Dios está claro que la Iglesia Católica quiere tener la exclusiva de la salvación. No está mal, nada mal. Me quedo con la marca, los derechos de uso, le instalo el copyrigt y el que quiera salvarse me paga. Vamos, es que ni la SGAE que casi nos cobra por cantar en la ducha ¿Dónde quedan los seguidores de otras religiones, incluidas las cristianas? ¿Dónde quedan los hombres buenos que siguen unas correctas normas éticas y morales? Esto no lo dijo el Pontifex Maximus, o tal vez no se atrevió a decirlo, pero seguro que su director comercial ya tiene en mente decir, como argumento de venta, que el usuario de otras empresas de salvación se podrá quedar sin cobertura divina en cualquier momento.
Como a todas las empresas del mundo a la Iglesia Católica también le ha llegado la crisis; otras iglesias más pequeñas y activas, más cercanas a los pobres y desfavorecidos, le están dando sustanciosos bocados al negocio de la salvación; muchos de sus trabajadores se desligan de la misma, hartos de unos corsés estrechos y anticuados y abren su propia oficina, y sus clientes principales, ricos, cultos y occidentales, abandonan la empresa de sus padres y dedican sus superávits económicos a la financiación de ONGs en todos los rincones del mundo. Ante esta situación se produjo una pequeña discusión entre las dos tendencias mayoritarias, y aunque pareció que en un primer momento pudo triunfar la opción más aperturista, el cambio de propietario del anillo del pescador consiguió que el fundamentalismo más rancio y retrógrado se instalara definitivamente en la cúpula eclesiástica. Amparados por una organización algo siniestra, los partidarios de la tradición fundamentalista se centran, desde hace unas décadas, en afianzarse en los países más ricos pregonando las bondades de la familia y pasando el diezmo a sus acólitos, que pagan a gusto su plaza en el paraíso. Mientras tanto se abandona a su suerte a millones de personas que, originarios de muchos de los estados llamados fallidos, carecen de toda posibilidad económica y necesitan ser salvados del hambre sin poder pagar nada a cambio.
Así lo veo y así lo siento; y mucho tiene que cambiar esta “Iglesia Universal” para que yo pueda volver a creer en ella. Mientras esto sucede espero que el actual ocupante de la silla de San Pedro, y los que le sigan en el cargo, se fijen más para sus visitas en otros países y nos dejen un poco de tranquilidad en éste.

Eduardo Lizarraga
Agosto 2011

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