Tarde, como nos ha pasado casi siempre, pero ya las tenemos aquí. Las protestas de una pequeña, ínfima parte de la sociedad, se han ido sucediendo en las grandes ciudades españolas, coincidiendo con las celebraciones políticas de la última semana de campaña. Son todavía pocos, porque el aborregamiento y la mansedumbre de nuestra sociedad no conoce límites, pero mejor será no perderlos de vista porque la razón y la fuerza están de su parte. Además, el más largo viaje comienza con un paso.
Piden un cambio de sistema, que no de partido político ni de monigote en la Moncloa. Están hartos de no contar nunca para nada ni para nadie, salvo en ese día que nuestros políticos, en el colmo de la sinvergonzonería, llaman “la fiesta de la democracia”, el día de las elecciones. ¿Y luego? Si te he visto no se quién eres y además no tienes ningún glamour. Guardia, “se lo lleven”, que molesta.
Un cambio en el sistema…es necesario, ¿pero estamos aún a tiempo?
Nuestro sistema político es lamentable; se basa en que demos el poder de decidir en nuestras vidas y haciendas a una persona que un partido, con la representación de una ínfima parte de la sociedad, elige. Y hasta los próximos cuatro años no podremos decir nada. Mi amiga Pilar, con un criterio que sorprende en alguien que aborrece la política, dice que si no hay listas abiertas ya no vota más. Y tiene toda la razón; no hay porqué votar a sinvergüenzas, corruptos, ladrones, mercachifles o tan solo ignorantes que controlan el “aparato” del partido y se colocan en primera fila de la foto. Pero lo más escandaloso es que se les vota, y si no veamos a Camps en Valencia.
Pero dejemos el cambio de sistema en el entorno político para otro día. Quiero hacer hincapié en el necesario cambio de sistema, en todos los ámbitos, que deberemos lograr, si queremos afrontar el fin de un período con las debidas garantías.
La crisis financiera del 2007, de consecuencias todavía no comprendidas del todo y en la que aún estamos inmersos, ha marcado el fin de una época. Ese mundo se ha acabado y ya no volverá más. Y aunque aún no han aparecido en la primera fila del escenario los verdaderos actores que van a marcar nuestro futuro, ya se están dejando ver entre bambalinas. Es la crisis energética y de recursos la que va a poner fin a la desesperada carrera del crecimiento. Eso sin olvidarnos de que nuestra actividad frenética está colocando al planeta al borde del colapso.
Desde 1998 el coste de las materias energéticas no para de crecer, y ello nos está indicando el fin de la época de energía barata. Época que ha permitido que aparezcan en escena países como China o India, que no habrían podido desarrollarse y sumarse al capitalismo global con una energía cara. ¿Vamos a poder mantener las tasas de crecimiento que necesita este capitalismo global para poder seguir vivo? Porque además lo más grave es que en esta cuestión no existe un “Plan B”. Más bien todo lo contrario; con la excusa, en su momento, de la no dependencia de materias primas ajenas y, en estos momentos, del cambio climático, producido por los gases de efecto invernadero, se dio y se pretende continuar dando, un impulso desquiciado a la energía nuclear, que a la larga está resultando nefasto, y cuyos costes pueden desbordar todas las previsiones. Hubiera sido mucho más efectivo dar ese impulso a la producción de energías renovables, pero eran mucho menos atractivas para las grandes multinacionales de la energía, que no querían la competencia de pequeños productores independientes, y además requerían inversiones más modestas, con lo que el tanto por ciento de comisión resultante sería más pequeño. Pero aún estamos a tiempo de cambiar.
El capitalismo lleva dos siglos viviendo de absorber recursos futuros en cuatro aspectos indispensables para su supervivencia: el financiero, el energético, el ambiental y el social. El financiero porque el dinero que las entidades financieras prestan lo hacen en base a una deuda que emiten y que esperan poder pagar con los recursos que se generen en el futuro. Es decir, estamos trayendo capitales del futuro hacia el presente por medio de una expansión enloquecida del crédito, aumentando así el crecimiento y el consumo basados ambos en un endeudamiento masivo de toda la sociedad. Algo similar a la estructura piramidal de esos “banqueros del pueblo” perseguidos como estafadores. Y esto funcionará si la economía está en constante crecimiento. Pero si esto no sucede así el sistema finalmente se colapsará.
El golpe de gracia para que el sistema financiero se colapse lo dará el sistema energético. El tiempo de la energía barata se ha acabado para siempre, como ya decía antes, y de los combustibles, sobre todo del petróleo, depende el funcionamiento del aparato productivo industrial y las fuerzas de transporte y de cohesión territorial. Su encarecimiento y disminución traerá un tiempo de decrecimiento causado por las crisis de la movilidad motorizada y de la relación de las ciudades con la producción agrícola e industrial. Y con el decrecimiento en la producción llegará la quiebra del sistema financiero al no poder hacer frente a las deudas contraídas. Llevamos más de dos siglos creciendo gracias al uso de combustibles fósiles que han tardado millones de años en formarse. La Agencia Internacional de la Energía estima que para atender a la demanda petrolífera en las próximas dos décadas hará falta poner en el mercado una oferta similar a la de seis nuevas Arabias Saudíes, algo imposible porque no existen. ¿Por qué la élite político financiera que dirige el mundo del capitalismo global no aboga por una reducción del consumo energético global y una reconversión energética sostenible? Porque eso sería el equivalente al suicidio del sistema que dirigen y prefieren seguir huyendo hacia delante.
De igual forma que estamos viviendo de capitales futuros y de una energía fósil que desaparece por momentos, utilizamos nuestro planeta como si tuviéramos otros para irnos cuando lo agotemos. El cambio climático y el colapso ecológico son las mayores consecuencias de una política de crecimiento desmedido y de un modelo que utiliza nuestra biosfera a coste cero. Pareció, en un momento dado, que los acuerdos que salieran de Kyoto podrían mejorar la situación, pero el inmenso peso industrial de los no firmantes (EE.UU., China, India, Canadá, Brasil, Australia) ha convertido en inútiles los esfuerzos. La actual crisis global y los costes de la “opción verde” están eliminando las reticencias, y resulta dudoso creer que, en el futuro, se podrá llegar a algún tipo de acuerdo mayoritario que salvaguarde nuestra biosfera, y repercuta los costes ambientales en los distintos procesos industriales y económicos. Seguimos huyendo hacia delante.
Donde no se huye hacia delante, sino que estamos retrocediendo a velocidad nunca vista antes, es en los derechos sociales, políticos, y en el bienestar de los pueblos. Resulta ya evidente a todas luces que el modo de vida occidental no puede exportarse a todo el planeta y que el estado del bienestar se construyó por medio de la depredación ecológica, la explotación del sur y el expolio de las denominadas, en su momento, “colonias”. Para el capitalismo global los países del llamado Tercer Mundo ni existen ni lo harán jamás. Ni son fuerzas productivas en una sociedad tan tecnologizada como la nuestra, ni mucho menos consumidores de productos. Son, a lo sumo, sumidero de residuos o campo de experimentación. Y veremos nuevos esfuerzos, a partir de ahora, para lograr que se mantengan allí. Pero lo que debería hacer reaccionar a la sociedad de los países occidentales es la regresión en sus conquistas sociales, culpándose a la crisis económica de ello, y en sus derechos políticos y ciudadanos con la excusa de defendernos del terrorismo de todo tipo que nos acecha. Pero seguimos inmersos en la trampa del consumo al que nos obligan, necesario para que todo siga funcionando, y en la ilusión y fantasía que nos proporciona el mundo de la comunicación, la imagen y el ciberespacio. Es que somos como niños.
Parece claro que la carrera hacia delante no lleva a ningún sitio, y que el crecimiento sin fin, al menos mientras dependamos de materias finitas, no es posible. Por lo tanto parece lógico comenzar a tomar medidas. ¿Tenemos a las personas adecuadas para liderar esta actuación? Yo no las veo, ni entre nuestros políticos, marionetas del poder financiero, ni entre nadie ligado en cualquier forma al capitalismo global. Habrá que buscar en otro sitio. Por ello hay que dar la bienvenida a los nuevos grupos sociales emergentes que aportan ideas valientes y novedosas, porque lo que tenemos ahora no nos va a servir para nada.
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