sábado, 29 de marzo de 2014

La vuelta del gacetillero


Los recientes acontecimientos sociales han puesto de manifiesto una vez más, hasta llegar a la evidencia más cruda, la brecha que se está abriendo entre los medios de comunicación y  sus antiguos lectores, causada por la distinta realidad social que contemplan y reflejan. Es el servilismo hacia el Gobierno  de estos medios tradicionales, es decir impresos, lo que les convierte en indignos y  les aleja de la verdad hasta hacerles caer en lo grotesco. Es en las manifestaciones populares de rechazo a la actual política social donde estos “medios de quiosco”, sobre todo nacionales,  obedecen el toque de rebato gubernamental y le intentan prestar un impagable servicio de mentira impresa, disfrazado apenas de falta de profesionalidad periodística.

Y es impagable no porque dejen de obtener  algo a cambio, que por supuesto que lo  obtienen, y basta enterarse  de  la dotación publicitaria que tendrán determinadas acciones gubernamentales este año para entenderlo.  Es impagable porque, a pesar del elevado presupuesto publicitario con que los medios se beneficiarán este 2014 electoral y propagandístico, el fiel de la balanza se descompensa por lo que ponen en su lado del platillo: pérdida de credibilidad entre la sociedad y abandono de las cabeceras por parte de sus seguidores.  La continuación del buen trabajo periodístico en otras áreas informativas menos trascendentales para el devenir político, como la deportiva o la cultural, por poner dos ejemplos, no basta para contrapesar el abrazo a la ideología del Gobierno  en  información sensible, incluida la internacional.

En esta rueda maléfica en la que entraron los medios de comunicación a finales de los 90, inmersos en un modelo de negocio tocado y hundido ahora por la difusión de internet, se han sucedido EREs con despidos masivos de los mejores profesionales, becarización del periodista, servilismo al poder, venta de la no información, más EREs, experiencias fallidas en la red, venta de activos,  cierres empresariales, cuchilladas traperas…Y es una rueda porque a menor profesión en la información, menos ventas en los quioscos; lo que parece no importarles mucho sino es por la trascendencia que tiene esta difusión  en las tarifas publicitarias. Por si fuera poca la situación de abatimiento general, no del periodismo, sino de los medios establecidos y su modelo económico,  llega una crisis general que barre el consumo y por lo tanto la publicidad;  a la misma se suma el auge de las redes sociales y el surgimiento en ellas de millones de comunicadores no profesionales.

Y  de esta forma los medios de comunicación entran de lleno en un torrente tumultuoso que lleva directo a la catarata. Y ya no se pueden salir del cauce establecido,  no hay manera de remar a la contra sin provocar el hundimiento inmediato.  Eligieron en su momento el modelo de obtención de ingresos publicitarios por encima de los ingresos por venta de copias, o tal vez no pudieron hacer nada por evitarlo ya que lo que llegaba por esa vía, en un principio como un “más a más”, se transformó en la parte mollar de los ingresos empresariales. Y  así se pasó del modelo  periodístico del siglo XVIII,  en que el gacetillero busca la información, la escribe, imprime y vende en la calle, obteniendo así su beneficio,  al imperio de Randolph Hearst, en el que los medios se convierten en armas políticas y económicas que pueden provocar guerras y hacer caer imperios; además de proporcionar inmensos beneficios. Los mercaderes de la información y la publicidad iban a vivir su siglo de oro.

A los medios de comunicación de todo el mundo les ha pillado con el pie cambiado la revolución que están suponiendo internet y las tecnologías a su servicio. En España, la década de los 80, con su locura autonómica, prometía un nuevo auge de los imperios de comunicación con la subida imparable de la publicidad y la multiplicación de canales de radio y televisión. Inversiones multimillonarias en la década de los 90, compras de editoriales, participación en canales televisivos, productoras, revistas, nuevos productos periodísticos…Parecía un futuro prometedor y las empresas periodísticas se convirtieron en grandes empresas que competían en sueldos para sus principales directivos con las mejores empresas del país.  La profesión también vivía un momento de auge con el “glamour” de las estrellas televisivas y  de los grandes iconos periodísticos. En consonancia, de las facultades de todo el país comenzaron a salir cantidades ingentes de profesionales que aspiraban a su pantalla, a su onda, a su página en los medios. Y claro está a desarrollar su trabajo bien pagado y a la fama si era posible.

A finales de aquella década llegó internet y para los medios podía suponer una verdadera revolución que no sabían muy bien cómo enfocar. ¡Internet es gratis! decían unos. ¡Hay que cobrar por los contenidos! decían otros. Y todos aspiraban a que fuera un nuevo modelo publicitario aunque no sabían muy bien cómo. Surgieron infinidad de nuevos proyectos, tanto informativos como empresariales y en todos ellos los contenidos eran importantes; había que dar algo que leer para llevar también la publicidad.  ¿O era al revés? Se decía, en aquella época de auge y locura, que el mejor proyecto era el que se escribía en la servilleta de papel de un bar.

Y llegó el pinchazo de la burbuja tecnológica. Fue en el 2002 y muchas de las grandes inversiones realizadas por  distintas empresas se cayeron como castillo de naipes. Los medios, que no habían terminado de ver claro cómo cobrar la publicidad en un medio aún poco desarrollado, se curaron las heridas sufridas y volvieron rápidamente la vista y las inversiones a su negocio tradicional, crucificando, de paso, a visionarios y gurús que tuvieron que irse a otros países menos viscerales.

Nos dimos un baño de realidad, se decía y lo malo del baño es que, como en el famoso dicho del gato escaldado,  los medios  dejaron de pensar en internet, le dieron la espalda y se volcaron en buscar el dinero donde siempre.  Y si malo fue el desmesurado entusiasmo inicial peor resultado ha dado el portazo a lo nuevo que venía.  Porque tanto ha venido que ha terminado por arrollarles y llevárselos por delante. Somos país de extremos y si en su momento Napoleón nos llevó a abominar del progreso y abrazar el absolutismo casposo y eclesiástico del siglo XIX español, el pinchazo de la burbuja tecnológica del 2002 colocó a los medios a los pies de los caballos.

Y así estamos en estos momentos, con unos medios mendicantes del dinero  público y dispuestos sus directivos a vender la profesión con tal de poder seguir manteniendo sus sueldos desmesurados.  No son periodistas, son masters MBA y por eso sólo ven el beneficio más inmediato, aunque a cambio sacrifiquen lo más precioso que tiene un periodista y por tanto el medio para el que trabaja que es la credibilidad.

No queda, en el futuro más cercano, sitio más que para dos medios, a los sumo, de tirada nacional en España. Y si hablo de medios hablo también de los radiofónicos y televisivos. Internet es enemigo para todos y el trasvase de publicidad y lectores, radioyentes o  televidentes es evidente.  Esto en cuanto a los medios nacionales, pero la situación afectará también a los medios más locales que aunque con menos gastos y ambiciones, también están sufriendo la caída de la inversión publicitaria y el auge de internet y las redes sociales.

La crisis económica que llevamos soportando desde el 2008 no ha hecho sino acelerar el proceso. A los EREs actuales van a seguir los cierres patronales y algunos van a afectar a puntales de la comunicación española. Y van a terminar un ciclo que comenzó cuando a alguien se le ocurrió poner un anuncio al pie de una noticia.

Los nuevos medios tecnológicos dotan a los periodistas de unas herramientas para realizar su trabajo imposibles de imaginar hace unos años.  La digitalización, las comunicaciones y las redes sociales permiten a un periodista poder subir su información con soporte audio y video en tiempo real y que sea accesible desde cualquier punto del globo. Millones de personas pueden contemplar, en directo y al instante, la información que suba a facebook o twitter –por mencionar las redes sociales de mayor difusión- un periodista desde cualquier lugar del mundo. Y lo peor para los medios es que ya no necesitan sus canales para poder llegar a éste público. Como el gacetillero de hace tres siglos el periodista de hoy puede llegar a su audiencia desde la esquina de su sala de estar o como mi amigo Miguel Angel Nieto, desde las escaleras del Mac Donalds de Maidan en Kiev. Sólo hace falta una tecnología, que es accesible ya a todos por precio y difusión,  y una cobertura de red que, en aquel caso, fue la del router del Mac Donalds, que se quedó encendido cuando el propietario cerró las puertas en medio de la revolución.

Yo creo que la crisis no es del periodista, que debe reciclarse siguiendo un camino que ya recorrieron antecesores como Blanco White, la crisis es de los medios, que han perdido su  credibilidad y modelo de negocio.  Para que el periodista pueda volver a la palestra necesita cuestiones implícitas como profesionalidad y credibilidad, pero también algo más; se trata de lo de siempre, del modelo económico para que este periodista pueda cobrar por el trabajo de informar a su público o al de otros, cercanos o lejanos.  Pero ya estamos en ello.

 

Eduardo Lizarraga

Manzanares el  Real Marzo de 2014

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