Los
recientes acontecimientos sociales han puesto de manifiesto una vez más, hasta
llegar a la evidencia más cruda, la brecha que se está abriendo entre los
medios de comunicación y sus antiguos
lectores, causada por la distinta realidad social que contemplan y reflejan. Es
el servilismo hacia el Gobierno de estos
medios tradicionales, es decir impresos, lo que les convierte en indignos y les aleja de la verdad hasta hacerles caer en
lo grotesco. Es en las manifestaciones populares de rechazo a la actual
política social donde estos “medios de quiosco”, sobre todo nacionales, obedecen el toque de rebato gubernamental y le
intentan prestar un impagable servicio de mentira impresa, disfrazado apenas de
falta de profesionalidad periodística.
Y es
impagable no porque dejen de obtener
algo a cambio, que por supuesto que lo
obtienen, y basta enterarse
de la dotación publicitaria que
tendrán determinadas acciones gubernamentales este año para entenderlo. Es impagable porque, a pesar del elevado
presupuesto publicitario con que los medios se beneficiarán este 2014 electoral
y propagandístico, el fiel de la balanza se descompensa por lo que ponen en su
lado del platillo: pérdida de credibilidad entre la sociedad y abandono de las cabeceras
por parte de sus seguidores. La
continuación del buen trabajo periodístico en otras áreas informativas menos
trascendentales para el devenir político, como la deportiva o la cultural, por
poner dos ejemplos, no basta para contrapesar el abrazo a la ideología del
Gobierno en información sensible, incluida la
internacional.
En esta
rueda maléfica en la que entraron los medios de comunicación a finales de los
90, inmersos en un modelo de negocio tocado y hundido ahora por la difusión de
internet, se han sucedido EREs con despidos masivos de los mejores
profesionales, becarización del periodista, servilismo al poder, venta de la no
información, más EREs, experiencias fallidas en la red, venta de activos, cierres empresariales, cuchilladas traperas…Y
es una rueda porque a menor profesión en la información, menos ventas en los
quioscos; lo que parece no importarles mucho sino es por la trascendencia que
tiene esta difusión en las tarifas publicitarias.
Por si fuera poca la situación de abatimiento general, no del periodismo, sino
de los medios establecidos y su modelo económico, llega una crisis general que barre el consumo
y por lo tanto la publicidad; a la misma
se suma el auge de las redes sociales y el surgimiento en
ellas de millones de comunicadores no profesionales.
Y de esta forma los medios de comunicación
entran de lleno en un torrente tumultuoso que lleva directo a la catarata. Y ya
no se pueden salir del cauce establecido, no hay manera de remar a la contra sin
provocar el hundimiento inmediato. Eligieron en su momento el modelo de obtención
de ingresos publicitarios por encima de los ingresos por venta de copias, o tal
vez no pudieron hacer nada por evitarlo ya que lo que llegaba por esa vía, en
un principio como un “más a más”, se transformó en la parte mollar de los
ingresos empresariales. Y así se pasó
del modelo periodístico del siglo XVIII, en que el gacetillero busca la información, la
escribe, imprime y vende en la calle, obteniendo así su beneficio, al imperio de Randolph Hearst, en el que los
medios se convierten en armas políticas y económicas que pueden provocar
guerras y hacer caer imperios; además de proporcionar inmensos beneficios. Los
mercaderes de la información y la publicidad iban a vivir su siglo de oro.
A los
medios de comunicación de todo el mundo les ha pillado con el pie cambiado la
revolución que están suponiendo internet y las tecnologías a su servicio. En
España, la década de los 80, con su locura autonómica, prometía un nuevo auge
de los imperios de comunicación con la subida imparable de la publicidad y la
multiplicación de canales de radio y televisión. Inversiones multimillonarias
en la década de los 90, compras de editoriales, participación en canales televisivos,
productoras, revistas, nuevos productos periodísticos…Parecía un futuro
prometedor y las empresas periodísticas se convirtieron en grandes empresas que
competían en sueldos para sus principales directivos con las mejores empresas
del país. La profesión también vivía un
momento de auge con el “glamour” de las estrellas televisivas y de los grandes iconos periodísticos. En consonancia,
de las facultades de todo el país comenzaron a salir cantidades ingentes de
profesionales que aspiraban a su pantalla, a su onda, a su página en los
medios. Y claro está a desarrollar su trabajo bien pagado y a la fama si era
posible.
A
finales de aquella década llegó internet y para los medios podía suponer una
verdadera revolución que no sabían muy bien cómo enfocar. ¡Internet es gratis!
decían unos. ¡Hay que cobrar por los contenidos! decían otros. Y todos
aspiraban a que fuera un nuevo modelo publicitario aunque no sabían muy bien
cómo. Surgieron infinidad de nuevos proyectos, tanto informativos como
empresariales y en todos ellos los contenidos eran importantes; había que dar
algo que leer para llevar también la publicidad. ¿O era al revés? Se decía, en aquella época de
auge y locura, que el mejor proyecto era el que se escribía en la servilleta de
papel de un bar.
Y llegó
el pinchazo de la burbuja tecnológica. Fue en el 2002 y muchas de las grandes
inversiones realizadas por distintas
empresas se cayeron como castillo de naipes. Los medios, que no habían
terminado de ver claro cómo cobrar la publicidad en un medio aún poco
desarrollado, se curaron las heridas sufridas y volvieron rápidamente la vista
y las inversiones a su negocio tradicional, crucificando, de paso, a
visionarios y gurús que tuvieron que irse a otros países menos viscerales.
Nos
dimos un baño de realidad, se decía y lo malo del baño es que, como en el
famoso dicho del gato escaldado, los
medios dejaron de pensar en internet, le
dieron la espalda y se volcaron en buscar el dinero donde siempre. Y si malo fue el desmesurado entusiasmo
inicial peor resultado ha dado el portazo a lo nuevo que venía. Porque tanto ha venido que ha terminado por
arrollarles y llevárselos por delante. Somos país de extremos y si en su
momento Napoleón nos llevó a abominar del progreso y abrazar el absolutismo
casposo y eclesiástico del siglo XIX español, el pinchazo de la burbuja tecnológica
del 2002 colocó a los medios a los pies de los caballos.
Y así
estamos en estos momentos, con unos medios mendicantes del dinero público y dispuestos sus directivos a vender
la profesión con tal de poder seguir manteniendo sus sueldos desmesurados. No son periodistas, son masters MBA y por eso
sólo ven el beneficio más inmediato, aunque a cambio sacrifiquen lo más
precioso que tiene un periodista y por tanto el medio para el que trabaja que
es la credibilidad.
No
queda, en el futuro más cercano, sitio más que para dos medios, a los sumo, de
tirada nacional en España. Y si hablo de medios hablo también de los
radiofónicos y televisivos. Internet es enemigo para todos y el trasvase de
publicidad y lectores, radioyentes o
televidentes es evidente. Esto en
cuanto a los medios nacionales, pero la situación afectará también a los medios
más locales que aunque con menos gastos y ambiciones, también están sufriendo
la caída de la inversión publicitaria y el auge de internet y las redes
sociales.
La
crisis económica que llevamos soportando desde el 2008 no ha hecho sino
acelerar el proceso. A los EREs actuales van a seguir los cierres patronales y
algunos van a afectar a puntales de la comunicación española. Y van a terminar
un ciclo que comenzó cuando a alguien se le ocurrió poner un anuncio al pie de
una noticia.
Los
nuevos medios tecnológicos dotan a los periodistas de unas herramientas para
realizar su trabajo imposibles de imaginar hace unos años. La digitalización, las comunicaciones y las
redes sociales permiten a un periodista poder subir su información con soporte
audio y video en tiempo real y que sea accesible desde cualquier punto del
globo. Millones de personas pueden contemplar, en directo y al instante, la
información que suba a facebook o twitter –por mencionar las redes sociales de mayor
difusión- un periodista desde cualquier lugar del mundo. Y lo peor para los
medios es que ya no necesitan sus canales para poder llegar a éste público.
Como el gacetillero de hace tres siglos el periodista de hoy puede llegar a su
audiencia desde la esquina de su sala de estar o como mi amigo Miguel Angel
Nieto, desde las escaleras del Mac Donalds de Maidan en Kiev. Sólo hace falta
una tecnología, que es accesible ya a todos por precio y difusión, y una cobertura de red que, en aquel caso, fue
la del router del Mac Donalds, que se quedó encendido cuando el propietario
cerró las puertas en medio de la revolución.
Yo creo
que la crisis no es del periodista, que debe reciclarse siguiendo un camino que
ya recorrieron antecesores como Blanco White, la crisis es de los medios, que
han perdido su credibilidad y modelo de
negocio. Para que el periodista pueda
volver a la palestra necesita cuestiones implícitas como profesionalidad y
credibilidad, pero también algo más; se trata de lo de siempre, del modelo
económico para que este periodista pueda cobrar por el trabajo de informar a su
público o al de otros, cercanos o lejanos.
Pero ya estamos en ello.
Eduardo
Lizarraga
Manzanares
el Real Marzo de 2014
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